No voy a contarte que mi amor por la literatura inicio contigo. Tampoco confesaré que en los albores de mi juventud, tu Aura me volvió sospechosa de cualquier indicio el paso del tiempo. Ignoraré por completo el hecho de que Los años con Laura Díaz fortalecieron mi idea de que la mujer en México es más fuerte que su propia historia, y que nadie como tú podrían haberme explicado mejor a Cervantes.
Me resisto a hablar en pretérito pluscuamperfecto: hubiese sido maravilloso escuchar la opinión de Carlos Fuentes tras las elecciones. Hubiese sido de gran consuelo contar con una voz de autoridad en dónde refugiarnos y hacer sentido de este gran naufragio nacional.
Nos dejas solos, Carlos Fuentes. Nos dejas un enorme hueco en la razón y en el tiempo. De pronto las letras se han quedado huérfanas y solos tendremos que vérnoslas con quien se empeña en ganar la batalla con palabras espurias, con su lenguaje bastardo, con la banalidad de los tiempos modernos.
Hoy sabremos de ti en todo el mundo. Se recorrerá tu historia, se conocerá tu origen, se mencionarán tus logros. Mientras en México, alguien estará solicitando un resumen de cuatro párrafos para ceñir la totalidad de tu obra en un homenaje oficial.
La tristeza es infinita, la pérdida es inconmensurable.
Nos dejas solos, Carlos Fuentes, y contigo se ha ido no solo el gran escritor, poeta, ensayista y dramaturgo, sino un mexicano que conocía la historia de su país. Un mexicano que nunca cedió en su empeño por definir el origen de México. Un mexicano que renunció a la contemplación del fracaso.