Mi hilo rojo

¿Y si hoy fuera el día en que tu hilo rojo te lleve a compartir con alguien el momento más importante de sus vidas?Existe la creencia oriental de que un hilo rojo invisible ata nuestro dedo meñique al de las personas que estamos destinados a conocer. El hilo puede enredarse o tensarse pero no romperse. Tarde o temprano, nos conducirá a esos seres que tendrán una misión importante en nuestra vida.
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hilo rojo

Existe la creencia oriental de que un hilo rojo invisible ata nuestro dedo meñique al de las personas que estamos destinados a conocer. El hilo puede enredarse o tensarse pero no romperse. Tarde o temprano, nos conducirá a esos seres que tendrán una misión importante en nuestra vida.

Mi hilo rojo es una maraña muy peculiar que me condujo hasta Angélica Chávez Valenzuela, uno de los pilares de la educación perinatal en México. De su mano, aprendí el oficio y la magia de acompañar a los padres en la preparación para recibir a sus hijos.

El día que me invitó a acompañarla a atender un parto, fue tan inesperado como alucinante. Después de casi un año de preparación y práctica, por fin vería un nacimiento en vivo y en directo. Como supongo que también le sucede a los padres que parirán por primera vez, no sabía bien qué esperar.

Ahí estábamos el trío de novatos: los padres primerizos y yo, estudiante de instructora psicoprofilaxis perinatal, y el grupo de expertos: Angélica, la instructora; Hugo Escárcega, ginecólogo y la naturaleza.

Angélica me indicó que observara, que no interviniera ni estorbara. Yo, completamente ataviada con pijama quirúrgica, colocada a prudente distancia detrás del médico, con una vista inmejorable, y un calor terrible (para que el recién nacido mantenga la temperatura corporal), no dejaba de asombrarme.

El trabajo de parto transcurrió tal como me habían enseñado en mis clases, y de acuerdo con lo que habían planeado los padres. Hubo contracciones fuertes y fortísimas, e indicaciones suaves de Angélica entre una y otra. Hubo música y aromaterapia. Hubo esfuerzo y amor.

Pasaron largas horas de trabajo de parto y un previsible "ya no puedo más" de la cansada mamá en el momento de transición, justo cuando faltaba poquísimo para que naciera el bebé.

Estuvieron las frases de apoyo del médico y de la instructora, para alentarla y la mano del papá acariciando su frente.

La lista de canciones que habían elegido para el parto, no alcanzó para el tiempo que duró el proceso, así que cuando la coronilla del bebé se asomó, reinaba un gran silencio de todos.

No, la madre no gritaba de dolor. Ni el médico ni la instructora le gritaban ¡Puja, puja! Tampoco hubo litros de sangre esparcidos. Nada del dramatismo que había visto en los partos ficticios de la televisión y el cine.

Por un instante, mi mirada cruzó con la de la madre, y sólo acerté a asentir con la cabeza, cómplice del milagro de la vida. Y así, entre el silencio, la luz suave y un ambiente cálido, llegó Damián.

Pensé que jamás podría presenciar algo tan espectacular y maravilloso pero mi hilo rojo también estaba atado a mi abuela que vivía con nosotros. A sus noventa y tantos años, y con muchos meses postrada en cama, era previsible que muriera. Jamás había visto ni vivido una muerte tan cercana, así que tampoco sabía exactamente qué esperar.

Los días previos a su muerte, ella y yo tuvimos conversaciones abiertas sobre el fin, sobre lo que temía y lo que esperaba. Pasaba largos períodos con la mirada serena y fija en el lugar al que se dirigía.

No, tampoco hubieron estertores teatrales, ni últimas palabras que revelaran secretos inconfesables, ni su cuerpo se puso rígido y frío inmediatamente. Sólo su aliento se hizo imperceptible, y su expresión pacífica. Su cuerpo estuvo cálido y suave todo el tiempo que la acompañamos hasta que el servicio funerario llegó.

Nuevamente, fui testigo privilegiado de otro momento sagrado en la vida.

Ese año comencé a comprender que las cosas más maravillosas, trascendentales y bellas en la vida, no suceden entre fuegos artificiales y planes perfectos, sino en el silencio y en la simplicidad de un día cualquiera. Comprendí que no había azar cuando mi vida cruzaba con otra en un momento en particular y que procuraría que en ese encuentro estuviera presente la gentileza, la generosidad y la humildad.

¿Y si hoy fuera el día en que tu hilo rojo te lleve a compartir con alguien el momento más importante de sus vidas?

Ve algunos de los milagros de la vida:

Por Diana, la astróloga

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