Una nueva dimensión para Carlos Fuentes

Amó la vida y la vivió con una juventud eterna. Por sus palabras sabemos que no le tuvo miedo ni a la literatura ni a la muerte. De esta última lo único que le preocupaba era el hecho de no saber qué significaba.
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Hablar de la muerte --inesperada-- de un escritor como Carlos Fuentes (a los 83 años), no deja de ser algo lacerante para quienes sabemos que las letras, y en este caso la narrativa y la ensyística de alguien que está entre los mejores autores de América Latina, es uno de los grandes valores de los cuales se puede enorgullecer el ser humano.

Esta vez, en realidad, México y el mundo tienen que estar de luto. Y en este caso de Fuentes, decir luto es hablar de un pesar en el alma y en el intelecto. Pero este pesar con los días se convertirá en una fiesta de la palabra. No hay nada que presione creativamente más a un escritor que enterarse de la muerte de uno de los suyos. Siempre cuando un autor muere; o para mejor decir: deja de escribir, se disminuye en algo o en mucho la fuerza de la cosmovisión humana. Cierto, pero, entonces, surgen asimismo nuevos creadores y la posibilidad de recuperar esa fuerza del alma en el estudio de su legado.

Así y todo, no podemos evitar el desconsuelo que nos impone una pérdida de esta magnitud, porque si recordamos bien Carlos Fuentes fue uno de los pilares y, aclararía que hasta emblemático, de la narrativa del boom latinoamericano. Obras como La muerte de Artemio Cruz, La región más transparente y Terra Nostra le otorgaron un poder de seducción a las letras en español de todo el ámbito hispanoamericano. Seducción de historias y fábulas que envolvió a todo el planeta. Por los narradores del boom, y en especial por Carlos Fuentes, la cultura mundial supo del protagonismo en cada uno de nuestros pueblos: diversidad de magia, diversidad de ideas, cosmogonía, amor, lucha, pasión e inteligencia, conquista y odio, esperanza y renacimiento, todo esto lo podemos encontrar en una producción creativa como la de este hombre inagotable.

Por estas razones, y en pocas palabras, puedo decir que el autor de Aura contribuyó no solo a la imaginación fabular de nuestra literatura, sino que se convirtió en un renovador de las técnicas y del propio discurso narrativo, y ha sido una de las luces que, desde nuestra parcela geográfica hispanoamericana, alumbró la creación literaria universal en lo que va de la segunda mitad del siglo XX hasta estos primeros años del XXI.

Cada una de sus obras ha proyectado la energía de nuevos descubrimientos estéticos y éticos, nuevas sugerencias e incluso advertencias. Su pensamiento no era tan exclusivo de la ficción, sino también de las ideas consabidamente ensayísticas, donde lo histórico y lo político se ensamblan como una mandarria y un yunque para moldear y templar el acero y el fuego de nuevas ideas, recomendaciones y potencialidades de cualquier escenario de su país y del mundo. Fue un avanzado y activo pensador por la democracia y para la democracia. Y fue, de manera importante, un universal escritor mexicano que nos ha deslumbrado en cada uno de sus libros.

Amó la vida y la vivió con una juventud eterna. Por sus palabras sabemos que no le tuvo miedo ni a la literatura ni a la muerte. De esta última lo único que le preocupaba era el hecho de no saber qué significaba:

"La muerte espera al más valiente, al más rico, al más bello. Pero los iguala al más cobarde, al más pobre, al más feo, no en el simple hecho de morir, ni siquiera en la conciencia de la muerte, sino en la ignorancia de la muerte. Sabemos que un día vendrá, pero nunca sabemos lo que es". (Tomado de Excelsior. Especiales, 15 de mayo de 2012, on line).

Hoy, este incesante mexicano debe estar feliz, en posesión de su nuevo conocimiento. Vida eterna a su espíritu, que es él mismo en su legado creador.

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