Expresividad y libertad interior

Cuando hablamos de la libertad interior, es porque con ella el autor siente su verdadera realización como ser humano, aun cuando económica, social y políticamente esté atenazado por esas fuerzas externas, entre otras tantas, que intenten condicionar su desenvolvimiento para actuar con toda libertad.
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palabra abierta

Un texto que pretende la legitimidad siempre intenta hacer --mediante la expresividad artística y literaria-- una invitación a la contemplación profunda y a la buena lectura desde la perspectiva de la libertad interior de los autores. Ambas condiciones: expresividad y libertad interior, en el plano del conocimiento, resultan ser dos recursos poderosamente novedosos para que el lector aborde el mundo; es decir, para que confronte la existencia desde su intimidad sensible y su sensualidad de lo corpóreo.

De modo que, entre tantas cosas, se contaría con la posibilidad de encontrar o reencontrar el origen divino del ser humano. Este origen divino para unos es puramente religioso o místico; para otros que no lo ven como divino, sino natural, es exclusivamente racionalista y materialista; para otros más, en contrapartida con el segundo, viene a ser supuestamente idealista o fantasioso; y para los menos --quizás-- es imaginativo y racional.

En lo que respecta a la expresividad, esta viene a tener una mayor potencialidad humana cuando funde lo imaginativo con lo racional (que no es lo mismo que decir fantasioso y racionalista). Y es en esta clase de expresividad en la que se enmarca y se quiere proyectar nuestra página.

En realidad, la creación nace del alma y se filtra en el consciente. De modo que al mismo tiempo todo tipo de estética, para ser verdaderamente expresada, tiene que estar unida al sentido de la libertad humana como una función connatural del ser, que es a la misma vez una libertad sensible, inteligente y plenamente proyectada hacia lo espiritual. Si a la hora de escribir, pintar, fotografiar o esculpir, hacer todo tipo de arte, digamos, no lo expresamos con el torrente de nuestro mundo interior y si no pensamos con el corazón (como diría Pascal: "el corazón tiene razones que la razón desconoce"), nuestra creación artística sería un deprimente genocidio de ideas. Para el autor no importa, entonces, el talento si no hay convencimiento de la libertad interior.

Esta libertad de expresión, a todo riesgo, se encuentra justamente fundida al talento cuando se permite que los personajes hablen por sí mismos; cuando las tramas de las narraciones y los sentimientos de la poesía fluyen en sus propias realidades imaginarias, cuando las ideas, conceptos y criterios de los ensayos y las críticas se convierten en escalpelo profundo que hurga en lo auténtico, sin concesiones ni complicidades; cuando la plástica, el cine, el teatro no se venden a ningún procurador de interdicciones. Y es que en el arte y la literatura no median prejuicios, censuras ni autocensuras, sino el convencimiento de que lo que imaginamos viene de la legitimidad de lo inefable, del misterio de la imaginación y de la verdad consustancial y universal del ser humano: es el hecho de dejar ser y hacer lo que nuestra dimensión interior quiere expresar sin condiciones ni restricciones. Es el acuerdo entre el alma y uno mismo, un acuerdo que va del inconsciente al consciente, pleno de honestidad creativa. Y esta honestidad estética, junto al talento en sí --de infinitas maneras-- logrará una dimensión nueva y persuasiva para sí, que es el otro, el ser interactivo y también creador del lector.

Cuando hablamos de la libertad interior, es porque con ella el autor siente su verdadera realización como ser humano, aun cuando económica, social y políticamente esté atenazado por esas fuerzas externas, entre otras tantas, que intenten condicionar su desenvolvimiento para actuar con toda libertad. Es por ello que el autor esencial da salida a su mundo íntimo mediante la energía extraordinaria de su talento expresivo. Y esta expresividad, auténtica, ya se ha dicho, es la que entonces convence al lector para entrar en el juego de la creación y en el empeño de la interacción, cuando siente que le están transmitiendo una intranquilidad espiritual y existencial, y la acepta, haciendo que su actitud --la del lector, claro-- sea consecuente consigo mismo. Así, cuando un escritor y un artista logran impresionar favorablemente a un lector (léase también receptor), ello puede establecer de hecho un camino para la ensoñación y enriquecimiento del hombre. Y esto, aunque el creador que envió su mensaje no lo llegara a conocer, siempre será un acto recíproco. Ambos, creador y receptor, se agradecerán mutuamente en la infinitud del texto.

Por consiguiente, se ha de buscar entre tantas cosas esta interconexión entre el escritor, el artista y su lector o/y receptor, por lo que brinda un espacio como Palabra Abierta (www.palabrabierta.com y ahora también https://www.huffpost.com/voices/latino-voices) para que la buena literatura y el buen arte tengan de nuevo --al mismo tiempo que ayuden a desarrollar el intelecto-- la oportunidad de lograr su realización genuina, que es la de ser leídos y la de ser apreciados.

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