Obama y la publicidad de la muerte

Mal está un país si para relegirse su presidente pondera la muerte en vez de la vida.¡Ah, bueno, pero se trata de la muerte de Bin Laden! me dirán. Y ahí está el problema porque, según de quien se trate, la muerte deja de ser muerte y se convierte en triunfo, en honor.
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Mal está un país si para relegirse su presidente pondera la muerte en vez de la vida.

Leamos lo que dice esta nota informativa de la Associated Press:

"La muerte de Osama bin Laden, que el presidente Barack Obama presentó en un principio como un momento de unidad nacional, se ha convertido en algo más: un arma política. La campaña de relección de Obama ha presentado su arriesgada decisión de ir tras el principal enemigo de Estados Unidos como algo que define su diferencia con su oponente republicano en las elecciones de noviembre, al sugerir que Mitt Romney podría no haber tenido las agallas para ordenar una misión que puso en juego vidas y, quizás, una presidencia".

¡Ah, bueno, pero se trata de la muerte de Bin Laden! me dirán. Y ahí está el problema porque, según de quien se trate, la muerte deja de ser muerte y se convierte en triunfo, en honor; es conquista y lauro... Es la espada alzada, chorreando sangre, con la cabeza del muerto balanceándose en la punta.

Es cierto que Bin Laden transitaba por caminos equivocados de la vida, que cometió hechos horrorosos, que le hizo mucho daño a este país y que su solo nombre es sinónimo de dolor e indignación.

Pero, otra vez... quitemos los nombres, no pensemos en nadie, solo en la muerte como un hecho. ¿Estoy mal si pienso que sería preferible que un candidato intentara convencer a los electores hablando de lo bello de la vida y no de los horrores de la muerte? ¿No podemos imaginar a un presidente que pida que lo relijan porque hizo que la nación aumentara la cantidad de sus amigos y no porque disminuyó el número de sus enemigos... matándolos?

Es muy difícil. Para lograrlo tendrían que pasar muchas cosas y mucho tiempo. Estados Unidos tiene en el mundo demasiados enemigos y es cierto que no los hizo Obama; mucho tiempo antes de que él llegara a la presidencia, Estados Unidos ya gozaba de gran antipatía mundial.

Y seamos francos: muy bien ganada. Agresiones económicas y militares, cuartelazos y magnicidios, patrocinio de largas y crueles dictaduras, política exterior de garrotazos y siniestras intervenciones -mal llamadas diplomáticas- han acuñado la expresión "imperialismo yanqui" que vaga por todos los rumbos del mundo convirtiéndose con frecuencia en dolorosas manifestaciones de repudio -llamémosles atentados terroristas- hacia este país y sus nacionales.

Soñemos un poco y situémonos en un momento electoral como el actual pero cincuenta años después y escuchemos hablar a un candidato acerca del sentimiento y la opinión que tienen los demás países hacia éste: "Tenemos que preservar esa gran virtud que hemos sabido sembrar, cultivar, fortalecer..., que ha contribuido a hacer mayor nuestra grandeza: estimulemos y preservemos el amor, la confianza y la solidaridad que el mundo entero le dispensa a nuestro país y a sus ciudadanos".

Muero de ilusión porque eso, que hoy es simplemente fantasía, lo vivan mis descendientes...

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