Ornamentación versus obra pública e infraestructura

La ornamentación en el espacio público es importante, y no hay que desestimar el impacto que la misma pueda tener en la convivencia ciudadana. Lugares sucios, yermos, descoloridos, desordenados y abandonados alientan el desarraigo ciudadano e impiden el cultivo de prácticas comunitarias solidarias y vinculantes.
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Empleados municipales fumigan casas en el norte de la capital para eliminar mosquitos transmisores de dengue en San Salvador, El Salvador, viernes 17 de agosto de 2012. La ministra de Salud, María Isabel Rodríguez, dijo que 2.301 personas están hospitalizadas debido a la enfermedad. (AP foto/Luis Romero)
Empleados municipales fumigan casas en el norte de la capital para eliminar mosquitos transmisores de dengue en San Salvador, El Salvador, viernes 17 de agosto de 2012. La ministra de Salud, María Isabel Rodríguez, dijo que 2.301 personas están hospitalizadas debido a la enfermedad. (AP foto/Luis Romero)

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San Salvador - La ornamentación en el espacio público es importante, y no hay que desestimar el impacto que la misma pueda tener en la convivencia ciudadana. Lugares sucios, yermos, descoloridos, desordenados y abandonados alientan el desarraigo ciudadano e impiden el cultivo de prácticas comunitarias solidarias y vinculantes.

Entonces, la creación (o la recuperación) de espacios públicos limpios y cómodos no es un propósito anodino, sino algo muy serio. Tan serio que no debe ser tomado a la ligera, sin una concepción bien elaborada de cuál debe ser el espacio público que conviene a una sociedad como la nuestra, no sólo con sus dinámicas sociales particulares sino con sus edificaciones, su geografía y su clima. Es decir, el tema de la ornamentación de la plaza pública debe insertarse en una visión más amplia del país que tenemos y del país que queremos.

En esa visión, un aspecto sustantivo es la infraestructura, o más concretamente la obra de infraestructura sobre la que debe sostenerse cualquier estrategia de ornamentación del espacio público. Y es que una ornamentación no articulada con la obra infraestructura -y no sostenida por ella-- lo más seguro es que termine en mero adorno, con todos los gastos (no inversión) que ello trae consigo.

En este sentido, lo fundamental es la obra de infraestructura; después viene la estética de la ornamentación. No se puede poner a ésta primero, o peor aún concebirla cómo algo autónomo, independiente de la base real que debe sustentarla, ya que de lo contrario se corre el riesgo de convertirla en algo volátil, pasajero, sujeto a desaparecer con el primer soplo del viento o con las primeras lluvias.

Puesto lo anterior en orden de prioridades, no cabe duda de que la obra de infraestructura es lo primero, sobre todo en un país tan abandonado en ese ámbito.

Ver por separado la infraestructura de la ornamentación es un error, ciertamente. Pero es un mayor error dar creer que esta última, tomada por sí misma, es una buena apuesta para el desarrollo del país. Es mucho peor pretender hacerla competir con la obra infraestructura que por su naturaleza supone una inversión mayor y tiene un impacto social y económico de superior envergadura.

Lo que se acaba de decir no es un tema teórico, sino práctico, tal como se puede ver en nuestro país en estos momentos. Desde la alcaldía de San Salvador se ha realizado una apuesta por la ornamentación que, más allá de lo bonita que pueda parecerle a distintos sectores sociales, tiene aspectos discutibles. Es agradable tener parques bonitos y encontrarlos limpios y florecientes en cualquier parte.

El asunto es que desde la alcaldía se pretende hacer de eso una obra pública de igual calibre que la obra de infraestructura que realiza el gobierno central, a través del Ministerio de Obras Pública. Y, definitivamente, no hay punto de comparación, salvo que en ambas iniciativas se están usando recursos públicos.

Además, la ornamentación emprendida por la alcaldía de San Salvador tiene una triple limitación: primero (y es la más grave) está pasando por encima de la dignidad y el derecho al trabajo de miles de personas. Con esto, desde la alcaldía se contradice un lema electoral de ARENA que rezaba "Somos gente de trabajo". ¿Y acaso quienes los vendedores informales no lo son?

La segunda limitación consiste en que la ornamentación emprendida por la alcaldía no se sostiene en una obra sólida de infraestructura que es por donde se debía haber comenzado. La ornamentación (y el ordenamiento) tuvo que venir después. Nunca es bueno poner la carreta delante de los bueyes.

Y la tercera limitación tiene que ver con el concepto de espacio público que se maneja en la alcaldía: un concepto europeo que se decanta por usar la mayor cantidad de sol en parques y espacios de recreación. Esto no sólo no tiene sentido en este país nuestro tan deforestado y con el sol inclemente que nos golpea a lo largo del año.

Meter este concepto a rajatabla -a la manera de Norman Quijano-- condujo a cambiar una plaza rodeada de araucarias (El Salvador del Mundo) en un planchón de cemento y grama. Y el diseño del parque San José hace imposible sentarse en el día en las bancas, debido al fuerte sol que cae sobre ellas. Se trata de un concepto de parques y plazas públicas ajeno a la realidad climática del país.

En fin, es iluso creer que la ornamentación tiene igual peso que la obra de infraestructura en el desarrollo nacional. Lo ideal sería que fueran de la mano, en el entendido que aquélla seguiría a esta última. Pero de tener que elegir, la prioridad la tiene la inversión en infraestructura que es lo que, aunque a muchos nos les guste reconocer, está haciendo este gobierno.

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