Los límites de las políticas de gobierno

El inmediatismo es parte de la cultura predominante en El Salvador. Es coherente con la cultura del éxito fácil que la globalización neoliberal ha implantado en nuestro país y contra la cual se tiene que librar una batalla crítica sostenida e incansable.
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In this March 26, 2012 photo, an inmate belonging to the Mara Salvatrucha or MS-13 gang speaks to fellow gang members inside the prison in Ciudad Barrios, El Salvador. Six months after El Salvador brokered an historic truce between two rival gangs to curb the nation's daunting homicide rate, officials are split over whether the truce actually works. The gangs, which also operate in Guatemala and Honduras, are seeking truce talks in those countries as well. (AP Photo/Luis Romero)
In this March 26, 2012 photo, an inmate belonging to the Mara Salvatrucha or MS-13 gang speaks to fellow gang members inside the prison in Ciudad Barrios, El Salvador. Six months after El Salvador brokered an historic truce between two rival gangs to curb the nation's daunting homicide rate, officials are split over whether the truce actually works. The gangs, which also operate in Guatemala and Honduras, are seeking truce talks in those countries as well. (AP Photo/Luis Romero)

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El inmediatismo es parte de la cultura predominante en El Salvador. Es coherente con la cultura del éxito fácil que la globalización neoliberal ha implantado en nuestro país y contra la cual se tiene que librar una batalla crítica sostenida e incansable.

Querer las cosas para ya impide mirar hacia el futuro, no digamos lejano, sino para ese que se fragua en el mediano plazo. Al calor de la cultura globalizada neoliberal, el Estado salvadoreño entró en un declive espantoso no tanto en su estructura -que sigue siendo pesada y lenta en distintos ámbitos suyos--, sino en su papel en la dinámica global de la sociedad. Se vendió la idea de que el Estado era demasiado grande y pesado, y que lo mejor era ceder al mercado algunas de sus atribuciones más importantes. Tras veinte años de empecinamiento anti estatal, lo que obtuvo no fue un Estado ágil y eficiente, sino un Estado desconectado del desarrollo nacional e incapaz de trazar orientaciones globales y estratégicas en la esfera pública. Los graves problemas del país exigen un Estado no gigantesco y pesado, sino fuerte y protagonista en el quehacer nacional.

En dos décadas de reforma neoliberal, el cortoplacismo se hizo presente en la cultura y quehacer estatal. El empeño que se puso en convertirlo en "acompañante" y "valedor" del mercado hizo que los agentes estatales enmarcaran su quehacer en los límites de una gestión gubernamental, llegando al absurdo de identificar Estado con gobierno. Con esa visión, cada gestión gubernamental trazaría unas líneas de gestión -llamarlas política es un abuso-- que se terminarían con la finalización de su mandato. Y la siguiente trazaría las propias, sin compromiso de continuidad con la anterior. Se trataba, al inicio de cada un nuevo gobierno, de comenzar de nuevo, de trazar planes de gestión que lo que buscaban era debilitar la capacidad del Estado para incidir en la dinámica social, económica y medioambiental.

En 20 años de ARENA, pese a ser el mismo partido el que ejerció el poder estatal en el Ejecutivo, esa fue la filosofía que se siguió. Cada gobierno de ARENA, bajo el gran paraguas de una reforma liberal diseñada fuera del país, ejecutó los dictados que le fueron de reforma económica que le fueron indicados y diseñó líneas propias de gestión pensando en el quinquenio. El único presidente de ARENA que intentó mirar más allá de los cinco años fue el de Armando Calderón Sol, pero se trató de un intento que terminó con el fin de su mandato.

Lo que se impuso fue la tentación de impulsar políticas de gobierno, lo cual impidió que el Estado fuera protagonista en el desarrollo nacional, así como garante del orden público. Y eso sólo pudo haberse logrado con un ejercicio de gobierno distinto: un ejercicio de gobierno orientado a forjar políticas de Estado, es decir, políticas que no sólo son cruciales para la integración social y cultural, sino que tienen como protagonista central al Estado.

Las políticas de gobierno no son una buena opción para la sociedad, por más que rindan réditos publicitarios inmediatos. Son costosas para la sociedad porque no obedecen a una visión integral de sus problemas. Son costosas porque, al no estar articuladas en una visión de conjunto y de largo plazo, postergan la solución de otros problemas o los trasladan para más adelante. El enfoque de sistemas no suele estar presente en las políticas de gobierno; cada fenómeno social se ve como una isla, sin pasado y sin conexión con otros fenómenos de los cuales suele alimentarse. Además, las políticas de gobierno dan lugar a una irresponsabilidad tremenda: sus auspiciadores y gestores, al saber que lo suyo dura nada más cinco años, no dudan en heredar a otros gastos irracionales, soluciones a medias y problemas derivados del camino seguido por ellos.

Visto fríamente, los problemas más graves que hoy por hoy nos agobian como sociedad son resultado de políticas de gobierno, llevadas a la práctica desde 1989 hasta 2009, cortoplacistas y sin visión de futuro. Ya se trate de la crisis del agro, de la crisis de la seguridad pública o del colapso de la red vial urbana, se trata de fenómenos que se pudieron haber previsto y resuelto antes de llegar a la situación actual, y que ahora son mucho más agudos que en el pasado. Desde 2009, buena parte de los esfuerzos del gobierno del FMLN han ido encaminados a reparar aquello que era un desastre y que para muchos -hay que revisar la revista ECA finales de los años noventa y los primeros 8 años del 2000-- ya no tenía solución alguna.

Quienes gustan de las políticas de gobierno no caen en la cuenta de que un problema no resuelto integralmente en el presente, se convertirá en el futuro en un problema inmanejable suya solución será mucho más costosa para la sociedad. Es eso lo que no está sucediendo ahora mismo, por ejemplo, con el tema de la violencia y con el tema de la atención a la red vial urbana.

De aquí que la apuesta por políticas de Estado esté más que justificada. A lo mejor, la solución a una problemática no sea inmediata y aparentemente sea costosa, pero gracias a la integralidad de los enfoques propios de las políticas de Estado eso ahorrará a la sociedad costos y dificultades enormes en el futuro. Si a alguien no debería serle ajena la mirada de futuro es a los gobernantes. Tampoco debería serles ajena la visión sistémica, contextual e histórica. Su mayor responsabilidad es hacer del Estado un potenciador del desarrollo social, cultural y económico.

¿Cuál desarrollo?

Ese que garantice una vida digna a la mayor parte de la sociedad y que asegure a las futuras generaciones un ambiente de vida igualmente digno. Luigi Einaudi lo dijo de manera absolutamente correcta:

"Un político que sea un puro político es algo difícilmente definible y, a mi parecer, un monstruo, del que el país no puede esperar más que desgracias. ¿Cómo podríamos imaginar un político verdaderamente grande (....) que carezca de un ideal? ¿Y cómo podría tenerse un ideal y desear ponerlo en práctica, si se desconocen las necesidades y aspiraciones del pueblo que se está llamado a gobernar y si no se sabe escoger los medios para alcanzar dicho ideal? Pues bien, estas exigencias implican que el político no debe ser tan sólo un mero gestor de hombres. Debe saber guiarlos hacia una meta, y esa meta debe elegirla y no venirle impuesta por los mutables acontecimientos del día" (L. Einaudi, citado por Norberto Bobbio, en Teoría general de la política. Madrid, Trotta, 2009, p. 223).

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