La violencia en el fútbol no existe

La violencia en el fútbol no existe. Lo que existe a lo largo de toda la Argentina es la violencia como una forma fatal pero aceptada de convivencia, como un fenómeno cultural enfermo que hizo metástasis hace varias décadas, y al que todos, absolutamente todos, están trágicamente acostumbrados.
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En la Argentina, la violencia en el fútbol horroriza como si fuera el resultado de una conspiración extraterrestre. Como si se tratara de una cruenta rareza del destino para un país acostumbrado a la convivencia pacífica y amorosa. La violencia en el fútbol, que enfrenta físicamente y hasta la muerte a integrantes de parcialidades rivales, pero también a facciones diferentes de una misma "hinchada", consigue condenas públicas grandilocuentes, indignaciones que vale la pena coleccionar y dirigentes que amenazan con tomar medidas que no les convienen. Por ejemplo, suspender el fútbol.

La violencia en el fútbol no existe. Lo que existe a lo largo de toda la Argentina es la violencia como una forma fatal pero aceptada de convivencia, como un fenómeno cultural enfermo que hizo metástasis hace varias décadas, y al que todos, absolutamente todos, están trágicamente acostumbrados.

Con violencia se dirimen debates callejeros sobre colores de semáforos, diferencias laborales mínimas y posiciones antagónicas respecto a la reelección de Cristina Kirchner. Esa violencia está en la vía pública, en la oficina y en los hogares. Se expresa en insultos, en malos tratos y en golpes. Se busca la razón por la fuerza. Por la que haga falta.

Más violencia en el fútbol: graves incidentes entre hinchas de Dock Sud y efectivos policiales http://t.co/WMr4eUxwrE pic.twitter.com/l1hIIeDsXg

— infobae (@infobae) April 21, 2014

En ese contexto, resulta cuanto menos curioso que se pretenda que el fútbol -la mayor pasión y uno de los mayores negocios de la Argentina- escape a la lógica violenta del resto de la sociedad. En la excitación asfixiante del fútbol, y en medio de una danza de millones de dólares, se reclama paciencia y tolerancia.

Es decir, la violencia es digerible si es para dirimir quién tuvo la culpa de un choque de automóviles, es bienvenida si para defender honores sin medallas, pero es imperdonable en el fútbol.

Si se produce en sectores marginales, con drogas y alcohol, incluso puede ser una vedette de programas de televisión dedicados a editar grandes riñas nocturnas. Pero, una vez más, si es en el marco de un partido de fútbol, no. Entonces no.

Resulta que la violencia en el fútbol tiene vida propia y es el malo de la película. "¿Cómo puede ser?". ¿Cómo podría no ser? Si mezcla éxito, fracasos y millones de dólares. Es hasta natural.

Desandar el camino de la violencia en la Argentina no depende de reacciones espasmódicas, de conferencias de prensa teatrales o de ensayos y errores. El desafío de pacificar es inmensamente mayor. Empieza, sí, de la clase dirigente -políticos, empresarios, sindicalistas-, cuya corrupción alimenta el odio que después se hace boxeo. O balas.

No se trata de un plan de seguridad, de un ministro iluminado, de un diálogo entre sectores más preocupados por la foto para la posteridad que por la realidad. No.

Terminar con la sangre y la furia es un compromiso bastante mayor, que casi nadie está dispuesto a firmar. Al menos no la generación de nuestros padres. Ni la nuestra. Ojalá, acaso podamos hacer un esfuerzo para dejarles un país en calma a nuestros hijos y que puedan ir a ver a River sin más miedos que no salir campeones.

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