Que el Mundial lo gane otro

Como nunca antes, Argentina cuenta con una generación de jóvenes futbolistas de primera categoría para rodear a Lionel Messi, acaso el mejor jugador de todos los tiempos...
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Lionel Messi of Argentina reacts during the International friendly football match Romania vs Argentina in Bucharest, Romania on March 5, 2014. AFP PHOTO / DANIEL MIHAILESCU (Photo credit should read DANIEL MIHAILESCU/AFP/Getty Images)
Lionel Messi of Argentina reacts during the International friendly football match Romania vs Argentina in Bucharest, Romania on March 5, 2014. AFP PHOTO / DANIEL MIHAILESCU (Photo credit should read DANIEL MIHAILESCU/AFP/Getty Images)

La Argentina corre el riesgo de ganar el Mundial y premiar así una política cuanto menos incoherente y manchada de graves sospechas de corrupción. Un título de Lionel Messi vendría a esconder décadas de fracasos debajo de la alfombra y a convertirlas en falsas experiencias de aprendizajes.

A diferencia de otros países como España o Alemania, la Argentina desperdició su inmenso capital futbolístico de los últimos años gracias a una dirigencia mediocre, que se dejó someter al poder político de turno y que no tuvo nunca un horizonte demasiado claro.

Julio Grondona, máxima autoridad del fútbol local hace más de 30 años, le confió los destinos de la selección nacional al histórico Alfio Basile, en el epílogo de su carrera, pero luego lo reemplazó por Diego Maradona, con pobres antecedentes como entrenador.

Maradona fracasó en la Copa del Mundo del 2010 y fue sucedido por Sergio Batista, otro director técnico sin antecedentes relevantes como para hacerse cargo de un equipo de más de 500 millones de dólares.

Como era previsible, Batista estrelló a la Selección y tuvo que dejar su lugar en manos de Alejandro Sabella, ex entrenador del pequeño Estudiantes de la Plata y ex asistente de Daniel Passarella, un cuestionado director técnico y ex presidente de River.

Sabella, sin mucho roce en la administración de grandes estrellas, entregó la conducción del equipo a Messi y decidió acompañar lo que el crack del Barcelona decidiera. Lógico.

Entre Basile, Batista y Sabella, las diferencias de estilo y personalidades son extremas. Es científicamente imposible determinar un patrón común entre todos ellos. Uno es ofensivo, el otro defensivo. Uno es lírico, el otro obsesivo. Uno es amigo de los futbolistas, al otro lo odian.

Sin nada en común, sus sucesivas contrataciones estuvieron vinculadas más a una gestión que se cae a pedazos que a la convicción que genera un plan a largo plazo.

Tiempo

Grondona piensa en resolver el día a día, en sobrevivir una hora más, en ganar tiempo. A su alrededor, el resto de los dirigentes aplaude cada uno de sus inexplicables cambios de opinión porque le temen y porque les conviene. Todos ellos son beneficiados de distintas maneras: algunos, con dinero para sus clubes; la mayoría, con viajes alrededor del mundo y entradas de protocolo para sus familias. Por lo menos.

Aquellos que enfrentaron a Grondona, que desafiaron su autoridad, que lo contradijeron, sufrieron en carne propia la ira del Padrino. Fueron ahogados económicamente y sus clubes fueron perjudicados deportivamente. Todos, sin excepción, lo asumieron como reglas del juego y callaron.

El propio Grondona, feroz dentro de su laberinto, es dócil y liviano para aceptar las órdenes del poder político, que no hacen más que profundizar sus contradicciones y licuar los activos del fútbol argentino.

Pero incluso en ese, el peor de los escenarios, la Argentina tiene una chance de ganar el Mundial. Como nunca antes, cuenta con una generación de jóvenes futbolistas de primera categoría para rodear a Lionel Messi, acaso el mejor jugador de todos los tiempos.

Sergio Agüero, Gonzalo Higuaín, Ángel Di María y Javier Mascherano son sólo algunas de las estrellas que irán en busca de la tercera Copa del Mundo para la selección nacional. Sin más argumentos que su propio talento, lo cual es mucho más que lo que la mayoría de los equipos puede aspirar.

Así, un triunfo, nuevamente, vendría a consagrar los peores vicios de la peor política, sentando un antecedente peligroso mucho más allá del fútbol. Mejor que lo gane otro.

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