Por qué votamos corrupción

La cultura argentina, infectada de corrupción, prefiere al malo conocido que al bueno por conocer...
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Algunos días atrás renunció Javier Cantero, presidente de Independiente, uno de los clubes más importantes de la Argentina. Se fue en medio de un escándalo deportivo e institucional sin precedentes, dejando al club al borde de la quiebra y en la segunda división del fútbol local, un hecho tan inédito como dramático.

Arde #Independiente: renunció el presidente Javier Cantero http://t.co/hjxHNFWZWP | pic.twitter.com/Aq4eLoC397

— C5N (@C5N) March 25, 2014

Cantero había asumido en diciembre del 2011 con la promesa de combatir la supuesta corrupción estructural que había instalado su antecesor, Julio Comparada. Durante algunos meses, fue la cara más vista de la televisión y la voz más escuchada de la radio. Su gestión llegó a ser considerada ejemplar por su combate frontal contra los oscuros negocios del pasado y la violencia que dominaba la institución.

Sin embargo, con el paso del tiempo, la firme declaración de transparencia empezó a mostrar algunas grietas. En especial, en la parte estrictamente futbolística, es decir, el principal bien del club.

Independiente, apodado "Rey de Copas" por sus logros a nivel nacional, regional y mundial, aparecía en caída libre, con un riesgo cada vez más evidente de perder la categoría. Cantero enfrentó esa situación con dudas y falta de autoridad. Equivocó el camino tantas veces que finalmente el equipo descendió. Por primera vez en su historia.

En el medio, agobiado por los malos resultados deportivos, abandonó la lucha contra la violencia y contra la corrupción, arriesgó la administración y las finanzas, y terminó yéndose por la puerta de atrás.

Algún tiempo atrás, había ocurrido lo mismo con Daniel Passarella, presidente de River, el club más importante de la Argentina, quien había prometido que con él se acababa "la fiesta", en respuesta al supuesto despilfarro del ex presidente José María Aguilar.

Como Cantero, Passarella mandó a River a la segunda categoría. "Me preparé para ganar, no para gobernar", se excusó el ex futbolista.

Ambas nefastas experiencias se asemejan a otra mucho más trágica para la Argentina, que derivó en la renuncia de Fernando De La Rúa en diciembre del 2001. "Dicen que soy aburrido", ironizaba De La Rúa en su camino hacia la presidencia, a modo de promesa, con el compromiso ponerle punto final al descalabro de la década menemista.

De La Rúa, como Cantero, como Passarella y como tantos otros, se ahogó en la orilla, no supo gestionar, se rodeó de incompetentes y subestimó a la política. Confió en el poder como un fin en sí mismo. Se equivocó.

En algún momento, todos ellos creyeron que alcanzaba con promocionar la transparencia, con difundir ahorros y denuncias. Mal hecho. Gobernar es, aunque con distintos parámetros, administrar con eficiencia los recursos en función de grandes, medianos y pequeños objetivos.

Con su ineptitud, los De La Rúa, los Cantero y los Passarella encerraron a la sociedad argentina alrededor de un viejo paradigma: es preferible votar al que "roba, pero hace".

Buena parte del éxito del peronismo -ese movimiento histórico imposible de explicar- es que los grandes cuadros de su historia nunca tuvieron complejos frente a la corrupción. Sólo por citar dos ejemplos de las últimas décadas en democracia, Carlos Menem y Néstor Kirchner llegaron a la primera magistratura con varias denuncias en su haber, pero también con gestiones dinámicas, que transformaron la realidad de sus provincias.

La cultura argentina, infectada de corrupción, prefiere al malo conocido que al bueno por conocer. En la lógica promedio, es mejor que gobierne un corrupto que un paladín de la transparencia, porque en última instancia, el corrupto sabe cuáles son los mecanismos -blancos y negros- para hacer funcionar el Estado. El bueno por conocer, el Cantero, no.

Votamos corrupción porque los que prometieron manos limpias terminaron hundiendo cada cosa que tocaron. Prendiéndola fuego. Arruinándola. Mandándola a la B.

Votamos corrupción hace décadas y vamos a votar corrupción varias décadas más. En elecciones generales, en los sindicatos y en las cámaras empresariales. Con razón, nos da miedo la transparencia. No cambiamos más.

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