El Mundial de Messi, la última oportunidad de Cristina Kirchner

. Es un país en el que la realidad pende de un hilo deshilachado. Un país en el que todo, hasta los gobiernos, cambian por un detalle. Por una lluvia de media gota. Por un comentario. Por un partido de fútbol.
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En la Argentina, el futuro son 24 horas . Es un país en el que la realidad pende de un hilo deshilachado. Un país en el que todo, hasta los gobiernos, cambian por un detalle. Por una lluvia de media gota. Por un comentario. Por un partido de fútbol.

El fútbol en la Argentina es todo y más que todo. Es el minuto a minuto, la temperatura de la calle y la percepción que el grueso de la sociedad tiene sobre el resto del mundo. Es pasión si la pasión fuera la sensación violenta y liviana de saltar al vacío. El fútbol en la Argentina es un formador de opinión, un creador de líderes y un destructor de muchísimas otras cosas.

Por eso, y a pesar de la contundente derrota electoral del año pasado, a pesar de la grave crisis inflacionaria y a pesar de la indisimulable escalada de crímenes violentos, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner tiene al menos una oportunidad más para resurgir. A partir del 15 de junio próximo, cuando debute en el estadio Maracaná frente a su par de Bosnia, la selección de fútbol liderada por Lionel Messi puede relanzar un proyecto político que hoy parece acabado.

Para comprender este fenómeno, basta con remontarse a la Copa del Mundo del 2002. La Argentina transitaba por ese entonces el inicio de la salida de una de las peores crisis institucionales de su historia. La sucesión de cinco presidentes en pocas semanas luego de la renuncia precipitada de Fernando De la Rúa había desembocado en un débil gobierno encabezado por Eduardo Duhalde.

Duhalde sepultó la convertibilidad como política monetaria, dispuso una devaluación asimétrica y enfrentó un estallido social cuyo punto más alto fue el asesinato por parte de la policía de los militantes sociales Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, el 26 de junio de ese año.

Unos días antes, el 12 de junio, la selección argentina había quedado eliminada en la primera ronda del Mundial de fútbol organizado por Corea y Japón. El equipo dirigido por Marcelo Bielsa, cuya máxima estrella era Gabriel Batistuta, abrazaba las últimas esperanzas de subsistencia del duhaldismo. No pudo ser.

En la lógica de ese gobierno, una selección exitosa que hubiera avanzado al menos hasta las semifinales del torneo, habría permitido no sólo cuatro semanas de excelente humor social, sino que además podría haber cambiado definitivamente el clima para oxigenar la gestión e incluso pensar en una reelección de Duhalde.

Duhalde, como la Selección, quedó afuera en primera fase. Kosteki y Santillán fueron el punto final de su mandato y tuvo que adelantar las elecciones en las que ni siquiera se presentó como candidato.

En un escenario similar, aunque acaso no tan dramático, el kirchnerismo sueña con un balcón de la Casa Rosada que reúna a Cristina, Messi y la Copa del Mundo. Tal vez como nunca antes, la selección argentina tiene un plantel repleto de estrellas y es considerada una de las máximas candidatas a ganar el Mundial.

La zona inicial de grupos no podría haber sido más accesible: además de Bosnia, la Argentina enfrentará a los débiles seleccionados de Irán y Nigeria. Ni la propia Cristina hubiera imaginado un sorteo mejor. Sólo una tragedia impediría un pasaje a la siguiente fase.

Después, todo dependerá de la magia de Messi. Todo, incluso el futuro del Gobierno. Si la máxima estrella del fútbol mundial consigue volver a Buenos Aires con el trofeo en sus manos, Cristina tendrá una nueva oportunidad. No para sí misma, legalmente imposibilitada para acceder a un tercer mandato, sino para algún delfín. Para soñar, en todo caso, con la continuidad del ciclo infinito, hoy languideciendo, que soñó su esposo.

Si por el contrario, Messi fracasa y su talento no alcanza para conquistar la cima del mundo del fútbol, muy probablemente el malhumor social y la presión sobre el gobierno se multipliquen y el final del camino sea todavía más difícil.

Creer o reventar. Ganar o perder.

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