Los límites de la fantasía apolítica en la Argentina

En la opinión pública argentina merodea hace tiempo lade que un líder carismático ajeno a la política rescate a la sociedad...
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En la opinión pública argentina merodea hace tiempo la fantasía de que un líder carismático ajeno a la política rescate a la sociedad de la insoportable sucesión de crisis de las últimas décadas. Alguien ejemplar, aceptado masivamente, influyente, sin los vicios de dirigentes que parecen ensañados con un país cuyos habitantes se sienten -nos sentimos- primermundistas estafados.

Esa fantasía tiene algunos nombres -el animador Marcelo Tinelli y el periodista Jorge Lanata, entre otros- y límites bien precisos. Entre ellos, la propia realidad, algo distante de las luces y la espectacularidad de la televisión.

En los casos de Tinelli y Lanata, cuyos niveles de audiencia y popularidad baten récords año a año, hay características comunes que los empujan hacia la arena electoral. La vocación política es acaso la más notable. El primero de ellos la expresa gobernando un club de fútbol de primera división -San Lorenzo- e interviniendo en el escenario nacional con contundentes gestos de apoyo a gobernadores y dirigentes de la oposición.

Lanata, por su parte, rechazó hace algunos años una propuesta para competir por la alcaldía de Buenos Aires, capital del país, pero nunca terminó de cerrar la puerta a un futuro en las urnas. Quienes mejor lo conocen aseguran que es algo que puede suceder de un momento a otro.

Ambas figuras suelen liderar sondeos sobre imagen positiva y liderazgo, están asociados al éxito y no pesa sobre ellos ninguna denuncia por delitos que pudiera afectar sus carreras.

Sin embargo, puertas adentro de su vida comparten la mayoría de los peores defectos de la dirigencia política tradicional. Son administradores ineficientes, tiranos y arrastran una historia de llamativas contradicciones.

A lo largo de su carrera, Tinelli compró varias radios de las que tuvo que desprenderse por problemas financieros. También fundó su propia productora de televisión -Ideas del Sur-, que terminó vendiendo al empresario petrolero Cristóbal López luego de varios meses de atrasos en el pago de salarios y quejas del personal que trabajaba con él.

Tinelli fue determinante para la reelección del ex presidente Carlos Menem, en 1995, para la caída de Fernando De la Rúa, en el 2001, y para la derrota de Néstor Kirchner en el 2009, entre otras joyas de las que sacó bastante provecho operativo y económico. Con todos ellos tuvo momentos de amor y odio, que utilizó como en una partida de ajedrez, amparado en la protección que le brindaba ser considerado tan sólo una figura de la televisión.

Lanata fundó el entonces exitoso periódico Página 12, pero lo tuvo que vender a un grupo empresario que todavía hoy no se sabe cuál es. Luego creó el sitio de Internet Data54 y lo cerró al poco tiempo, dejando decenas de trabajadores en la calle. Más tarde puso en marcha otro periódico, Crítica de la Argentina, que fue un fracaso rotundo y terminó vendido a Antonio Mata, un cuestionado empresario español, a quien él mismo había denunciado por el vaciamiento de Aerolíneas Argentinas. Mata dejó de pagar los salarios y el diario dejó de salir a la calle.

En términos políticos, Lanata se abrazó desde temprano a los ideales progresistas que hoy cuestiona con toda vehemencia y sin mayores explicaciones, y denunció por delitos de lesa humanidad al Grupo Clarín, del cual hoy es la máxima estrella.

Tinelli y Lanata, inteligentes, famosos y geniales frente a cámara, son apenas dos políticos en potencia más. Con problemas promedio e historias difíciles de explicar, es cuanto menos arriesgado augurarles un futuro brillante más allá de la televisión.

Como ellos, otra decenas de figuras públicas sin grandes méritos sienten el mismo cosquilleo por el poder y la posibilidad de convertirse en candidatos. Menos mal que es una fantasía.

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