Rich-heard Road-ree-guess

Cuando uno lee a Richard Rodríguez, puede estar más o menos de acuerdo con sus ideas, pero siempre admirará la belleza y la fuerza de su prosa.
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Portrait of writer Richard Rodriguez, San Francisco, California, 1988. (Photo by Chris Felver/Getty Images)
Portrait of writer Richard Rodriguez, San Francisco, California, 1988. (Photo by Chris Felver/Getty Images)

Por Estela González Torres

«Sin duda me hubiera gustado escuchar a mis maestros hablarme en español cuando entré al aula. Habría tenido menos miedo. Habría confiado más en ellos y habría respondido con facilidad. Pero me hubiera retrasado, ¿cuánto me hubiera retrasado en aprender el idioma de la sociedad pública?»

Cuando uno lee a Richard Rodríguez, puede estar más o menos de acuerdo con sus ideas, pero siempre admirará la belleza y la fuerza de su prosa. Y es que se trata de un escritor ejemplar, además de un orador sin parangón. Dentro del ciclo de conferencias El ciudadano instruido en crisis, organizado por el Centro Hannah Arendt de Política y Humanidades de Bard College, Rodríguez cautivó al público con un discurso conmovedor, a la par que revelador: ¿Necesitamos un lenguaje público común?

Para Rodríguez, la respuesta es un rotundo sí. El autor diferencia claramente entre el lenguaje público y el privado, o sea, la manera de expresarse ante una audiencia repleta de rostros extraños y una de familiares y conocidos. Es fundamental saber comunicarse e interactuar con el otro en los diferentes contextos.

En su autobiografía Hambre de memoria: la educación de Richard Rodríguez (1982), nos presenta a RR, como suele llamarse al hablar de sí mismo en tercera persona, un hijo de inmigrantes mexicanos que no tuvo más remedio que ingresar en una escuela de blancos dirigida por monjas irlandesas sabiendo, tan solo, cincuenta palabras en inglés. RR siempre se consideró un niño con desventaja social. Pero el día que levantó la mano en clase por primera vez y habló abiertamente con una voz fuerte y clara, dejó de formar parte de una minoría desfavorecida. Desde ese momento, la creencia y la seguridad tranquilizadoras de pertenecer al espacio público se adueñaron de él, y no lo han abandonado.

La educación es el lenguaje y la gran lección escolar consiste en adquirir y desarrollar una identidad pública. «Lo que necesitaba aprender en la escuela era que yo tenía el derecho, y la obligación, de hablar el idioma de los gringos», dice Rodríguez. Para él, la distinción entre el lenguaje público y el privado también se asocia a dos idiomas concretos, en su caso, el inglés y el español, respectivamente. Y es que paralelamente a su experiencia escolar angloparlante, comenzaba a alzarse una barrera idiomática en el entorno familiar. Sus hermanos y él cada vez compartían menos palabras --en español-- con sus padres. Hambre de memoria aborda el distanciamiento entre dos polos, opuestos para el autor: por un lado, la familia, la cercanía, la intimidad del hogar en español; y, por otro, la escuela, la educación, la sociedad en inglés. Es por esto que su obra ha sido muy criticada por el público, principalmente chicano, ya que rechaza abiertamente sus raíces mexicanas.

Rodríguez se proclama en contra de la educación bilingüe y la acción afirmativa, retorciéndose al escuchar argumentos probilingües que afirman que los niños pierden, hasta cierto grado, 'la individualidad' al estar asimilándose a la sociedad pública. RR valora mucho esta asimilación y la considera necesaria. Paradójicamente, fusionándose uno logra la individualidad total al considerarse miembro del público, de la multitud. «Las ventajas sociales y políticas de las que disfruto son el resultado del día en que llegué a creer que mi nombre en verdad era Rich-heard Roadree-guess», escribe. Así, el autor se sirvió de la educación, vehículo facilitador del lenguaje, como "vía de escape", concibiendo su camino hacia la edad adulta como una disociación de sus raíces étnicas.

Al aprender el lenguaje público, la vida de RR cambió radicalmente y la identidad pública venció a la privada, esto es, Estados Unidos suplantó a sus raíces, su hogar, su familia. La historia de Rodríguez es un relato sobre la pérdida de lo privado y la ganancia de lo público, es decir, sobre el precio que uno paga para forjarse una identidad pública. De esta manera, el gran cambio en su vida no fue lingüístico sino social.

Comparto la noción de lenguaje público vs. lenguaje íntimo que defiende el autor; pero me resulta radical en su crítica hacia el bilingüismo. Ser bilingüe consiste en encontrar la armonía entre dos idiomas, dos culturas, dos mundos igualmente importantes y poderosos para el hablante, no en concederle más protagonismo a uno de ellos, y la educación debería fomentar este equilibrio.

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