Historia de una soñadora

Mi nombre es. Vine a este país cuando tenía 8 años con mis padres y mi hermano menor.
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Laura García, fotografía de Sasha Bush.

Mi nombre es Laura García. Vine a este país cuando tenía 8 años con mis padres y mi hermano menor.

Mi padre trabajaba para el gobierno mexicano, y mi madre era un ama de casa cuando vivíamos en la Ciudad de México. Cuando llegamos a Estados Unidos, mi padre encontró trabajo como trabajador agrícola en California. Pero mi madre no pudo encontrar trabajo y nos mudamos a Nueva York.

Mis padres trabajaron en fábricas ganando sueldos de salario mínimo a lo largo de los años que vivimos en Nueva York. Cuando crecíamos sabíamos que éramos indocumentados, pero nunca realmente lo tuvimos que afrontar. Mi padre tenía permiso de conducir por lo que muchas cosas nos parecieron normales.

Mi padre se aseguró de que mi hermano y yo siempre estuviéramos ocupados. Nos matriculó a muchos programas y actividades extracurriculares y nos animó a que nos fuera bien en la escuela. Siempre estaba alrededor para que mi hermano y yo tuviéramos las oportunidades de avanzar.

Me involucré con una organización sin fines de lucro llamada Ministerio Rural y Migrante (RMM) donde aprendí a temprana edad sobre las injusticias en el mundo y sentí la necesidad de alzar mi voz en nombre de aquellos no podían. Yo tenía quince años y hacía presentaciones en varios grupos. Llené autobuses para ir a Albany para marchar por los derechos de los trabajadores agrícolas. Fui miembro de la junta directiva del RMM y viajé a Florida y a Washington para participar en talleres y dar charlas sobre la cuestión de los trabajadores agrícolas.

La escuela secundaria (high school) fue fácil para mí. Sabía cuán importante era graduarme y no tenía ninguna duda en ir a la universidad. Mi último año en la escuela secundaria fue un año de mucho trabajo: fui la vice-presidenta de mi clase y presidenta del club español; tomé tantas clases extra en la escuela que nunca llegaba a casa hasta después de las 5:00 pm. Estuve muy involucrada con el grupo de Arte Juvenil del RMM desde los 14 años.

Cuando llegó la hora de completar las solicitudes de ingreso a la universidad, yo estaba lista para ir. Tenía un buen currículo, notas excelentes y buenas cartas de recomendación; incluso una de las cartas era del asambleísta Thomas Kirwan, ya fallecido. Cuando me las llevé a casa y empecé a completar las solicitudes me di cuenta que no podía escribir un número de seguro social. Sentí que mi mundo se derrumbaba. No sabía si podía ir a la universidad, y nunca terminé de completar esas solicitudes.

El verano siguiente a mi graduación, el RMM nos presentó un taller sobre cómo ir a la universidad aunque fuéramos indocumentados. No tenía idea de que tantos de mis amigos estaban en la misma situación que yo. Conseguí becas y con eso pagué algunos cursos en el centro de educación superior (community college) pero incluso antes de inscribirme sufrí discriminación por primera vez. La señora que trabajaba en la oficina de administración me pidió mi número de seguro social y cuando le dije que no tengo uno, muy rápidamente me dijo "no puedes ir a la universidad".

Me quedé muda, sin palabras. Salí de esa oficina cabizbaja porque me sentía avergonzada de no tener un número de seguro social. Así que asistí por un par de años al community college.

Mi padre veía mi frustración de no lograr mi sueño de ir a una universidad de cuatro años. Fui aceptada a Mount Saint Mary College donde estudié Historia y Ciencias Políticas con una asignatura secundaria en Estudios Latinoamericanos durante dos semestres. Desafortunadamente, mis padres se gastaron todos sus ahorros para pagar esos dos semestres y era imposible que pudiéramos seguir pagando el resto: yo no calificaba para ayudar financiera o préstamos de cualquier tipo.

En esa época mi hermano regresó a México.

Hace cuatro años mi padre estuvo en un pequeño accidente de tráfico y como no tenía una licencia de conducir válida, fue arrestado y deportado.

Mi hermano es un ingeniero en México y yo sigo tomando clases en Dutchess Community College. Es difícil levantarme todos los días y luchar para cumplir mi sueño de terminar la universidad. Tengo tres trabajos a medio tiempo para poder sostenerme.

Todavía hago mucho trabajo voluntario y participo en la Junta Directiva del RMM.

Hace poco que soy DACA-mentada (DACA se refiere al programa del gobierno de Obama de Acción Diferida para Llegados en la Infancia que otorga beneficios temporales a jóvenes inmigrantes que cumplen ciertos requisitos) así que ahora tengo un permiso de trabajo, una licencia de conducir y busco un trabajo de jornada completa.

Justo cuando pensaba que mi vida se estaba poniendo un poco más fácil, recibí la noticia hace un mes de que mi hermano fue diagnosticado con esclerosis lateral amiotrofia, ELA, que es una enfermedad de las células nerviosas en el cerebro y la médula espinal que controlan el movimiento muscular voluntario. Lo más difícil de todo esto es saber que mi hermano se está muriendo y que no puedo subirme a un avión y visitarlo, saber que la única forma que podré volverlo a es cuando ya no está en esta tierra con nosotros.

La inmigración no es una cuestión republicana o democrática. Es una cuestión de derechos humanos que debe solucionarse para que los 11 millones de indocumentados puedan volver a casa a ver a sus seres queridos y vivir una vida normal.

¿Por qué no podemos cumplir nuestros sueños en esta maravillosa tierra de oportunidades?

Mi cita favorita: "Nuestra actitud hacia la inmigración refleja nuestra fe en el ideal americano. Siempre hemos creído posible que hombres y mujeres que comienzan de abajo pueden levantarse tanto como su talento y energía lo permitan. Ni la raza ni el lugar de nacimiento deben perturbar sus posibilidades."- Robert F Kennedy.

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