El ego espiritual

Vivimos en una época de saturación de fórmulas y secretos espirituales: nos llegan en cada email, en múltiples libros, en muchos seminarios... Llegan de todas las latitudes, con muchos colores y promesas.
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Vivimos en una época de saturación de fórmulas y secretos espirituales: nos llegan en cada email, en múltiples libros, en muchos seminarios... Llegan de todas las latitudes, con muchos colores y promesas. Y terminamos haciendo lo que hemos tratado de evitar: alimentamos al ego y éste ¡termina inflamado de tantos poderes!

En el camino espiritual, no debemos perder de vista el único propósito detrás de cada aprendizaje: ser más amorosos con nosotros mismos y los demás -¡en ese orden!- , y ser buscadores de la paz, más allá de todas las aparentes barreras.

Por eso es tan importante discernir si lo que conquistamos es real o imaginario. Si realmente estamos en paz o permanecemos con nuestra mente anestesiada para no tomar responsabilidad y evitar sufrir; si creemos en la túnica que nos ponemos sin atrevernos a vernos adentro o, simplemente, llevamos una disciplina como un hábito más, sin buscar profundizarlo en nuestro espíritu.

Esto, lejos de despertar nuestra espiritualidad, nos lleva a la arrogancia espiritual, creyendo que hemos encontrado lo que buscábamos cuando hemos errado el camino.

La verdad, la paz y el amor no tienen un lugar ni existen como tal, en nada ni en nadie. Se manifiestan de diferentes maneras, pero ninguna de esas formas son una conclusión. Sencillamente porque no tienen forma. Y por eso no podemos llegar a ellos. Son un camino, no un destino.

Pero, también es bueno saberlo, en este camino nadie se pierde, solamente nos podemos demorar. La energía es un regulador extraordinario y nos pone en nuestro sitio cuando erramos el camino. Al principio, nos lo muestra gentil y generosamente. Y si no lo podemos ver, sigue insistiendo de una u otra manera hasta conseguirlo. El primer aviso siempre es claro: perdemos la paz tratando de defender ideas espirituales.

Otras veces, sucede que nos creemos especiales después de recibir un diploma y nos autotitulamos maestros, o aceptamos ese rol cuando otros nos llaman de esa manera. Pero en el fondo, somos niños necesitando algún juguete para sumarnos al juego del mundo, para alivianar el ego que sufre por no sentirse importante.

Es importante observarnos periódicamente y vigilar las pretensiones del ego. Dejarlo que juegue, pero que nunca tome el control de nuestro camino de descubrimiento espiritual. ¿Para qué demorarnos?

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