Quién gana y quién pierde con las reformas de Peña Nieto

Regresar el poder absoluto a la élite es retornar al pasado, es volver a aquel lugar común donde el presidente preguntaba la hora y los súbditos respondían temerosos: "la hora que usted quiera Señor Presidente".
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Una de las cosas que ha perjudicado al México postrevolucionario es la institucionalización de la corrupción. A Plutarco Elías Calles y sucesores, debemos la cultura del compadrazgo, el influyentismo, el nepotismo, el autoritarismo y sobre todo el enriquecimiento ilícito de unos cuantos a costa del trabajo de las mayorías; todo ello en nombre de la Patria y en beneficio de la Nación. Nadie mejor que el PRI moderno ha sabido capitalizar este complejo fenómeno que a lo largo de la historia ha permitido el surgimiento de una singular clase política y empresarial: la élite del poder.

Si nos preguntamos quiénes ganan y quiénes pierden con las recientes reformas constitucionales de Peña Nieto, la respuesta podría ser tan sencilla o compleja según la perspectiva de observación que queramos tener. Podríamos ser simplistas y decir que ganan y pierden los de siempre. Pero en el fondo unos y otros tienen sus complejidades para ganar o perder. En todo caso, sí recurrimos a las características que tiene la élite, sabremos que no todos los que se asumen como ganadores lo serán, ni todos los perdedores serán derrotados. Vayamos por partes.

Los senadores y diputados que aprobaron la Reforma Energética se asumen como ganadores, pero en realidad la mayoría de ellos son la metáfora de aquel pasaje bíblico del plato de lentejas. ¿Cuántos de ellos realmente podrán ser beneficiados de los contratos que haga la élite con las grandes empresas petroleras internacionales? Apenas un puñado, sólo los que tengan acceso o sean parte de la esfera de la alta política donde confluyen políticos, religiosos, empresarios e industriales. Ellos seguramente serán quienes funden las empresas e industrias necesarias que provean de productos, servicios y demás periféricos y accesorios que requieran los nuevos contratos, licencias y concesiones que muy pronto operarán con los cambios constitucionales.

Esta élite realmente será la clase ganadora; ni siquiera el propio Peña Nieto, él apenas fue el artífice que cedió su primogenitura (legitimidad) por el plato de lentejas. Él y el resto de los legisladores federales y estatales recibirán abundantes comidas y viajes de gratitud, quizá exquisitas canastas navideñas con vinos, quesos y jamones importados, y si bien les va dos o tres millones de pesos depositados en sus cuentas bancarias, que dicho sea de paso por su ritmo de vida, se los acabarán en menos de un año. Así tenemos que al final entre los ganadores, la mayoría son perdedores.

¿Quiénes pierden? Sumados a los comedores de lentejas, perdemos todos. Los pobres, la clase media, la burocracia, las organizaciones políticas, las iglesias, los académicos, los líderes de opinión y desde luego el propio Estado. Y no se entienda que perdemos porque ya no tendremos la renta petrolera o una ley de telecomunicaciones que sólo beneficie al duopolio televisivo, o una reforma laboral que diluye los derechos ganados por la clase trabajadora, eso es secundario. En realidad perdemos porque se desvanece a nada nuestra incipiente democracia. Si algo pudimos construir como Nación en las últimas décadas, con pasajes como el del 1968 y viente años después con la fusión de las izquierdas, fue una democracia con instituciones que abrieron las puertas a la legalidad y al Estado de derecho.

Regresar el poder absoluto a la élite es retornar al pasado, es volver a aquel lugar común donde el presidente preguntaba la hora y los súbditos respondían temerosos: "la hora que usted quiera Señor Presidente". Es regresar a la época en donde el Congreso de la Unión funcionaba tan sólo como una oficialía de partes y todo se decidía en los Pinos. Perdemos porque se diluye el equilibrio de los poderes y las estructuras políticas se edifican en la sola idea de la corrupción.

Nuestra pérdida es visible día con día al revisar los contenidos informativos de los medios de comunicación que cómplices con el sistema no informan la realidad del mundo. Ocultan datos, manipulan la información y generan un ambiente de encono entre la ya de por sí dividida sociedad mexicana. Los grupos anárquicos son quienes acaparan la atención de los informadores, pero no van a fondo, no investigan y no dan a conocer que esos grupos rebeldes son financiados por el mismo gobierno que supuestamente combaten. Columnistas y articulistas se frotan las manos porque saben que serán retribuidos con jugosos beneficios y prebendas como antaño. A pesar de excepciones, nuestro periodismo ya comienza a olvidar su espíritu de objetividad y se doblega a los guiños priistas para retornar a un estado complaciente y cómplice. ¿Quién pierden entonces? Por supuesto la sociedad mexicana que le secuestran su derecho a estar debidamente informada.

Perdemos todos y lo perdemos todo. ¿Qué futuro nos depara si la ley está diseñándose para soportar impunemente el robo, la corrupción y la represión sistemática? Quizá el silencio de la sociedad mexicana ha sido ensordecedor y los ínfimos intentos de manifestación no han prosperado por la misma división de las supuestas fuerzas de izquierda. La defensa del país no debe entenderse sólo como la lucha de Andrés Manuel López Obrador o el resurgimiento de Cuauhtémoc Cárdenas, sino debemos reconocer que la lucha es por el país y los individuos que queremos ser en nuestro presente y en el futuro.

La derrota es sin lugar a dudas la oportunidad que tenemos de triunfar, de ganar esta guerra contra la élite oligárquica, esa élite vulgar y ambiciosa que día con día se envenena de poder.

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