MéxicoPolítico: Seis años de guerra simulada

La realidad mexicana muestra un hecho contundente e inobjetable: la guerra de Felipe Calderón es absolutamente falsa. El gobierno federal no sólo no disminuyó el orden del crimen organizado, sino que fomentó las escisiones entre los grupos criminales para que éstos crecieran en magnitud, intensidad e importancia.
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La realidad mexicana muestra un hecho contundente e inobjetable: la guerra de Felipe Calderón es absolutamente falsa. El gobierno federal no sólo no disminuyó el orden del crimen organizado, sino que fomentó las escisiones entre los grupos criminales para que éstos crecieran en magnitud, intensidad e importancia. Además, nunca se les combatió en lo sustantivo y hoy podemos claramente observar que las finanzas del crimen gozan de cabal salud como nunca antes había ocurrido.

¿Qué combatió entonces Felipe Calderón y en qué gastó los cerca de 467 mil millones de pesos destinados a su guerra? La respuesta desafortunadamente no es nada alentadora, pues luego de seis años de guerra simulada, hoy se sabe que todo el dinero destinado al combate criminal fue usado para empoderar a un secretario de seguridad pública que desde el sexenio pasado fue señalado por sus vínculos con los principales cárteles del narcotráfico, pero sobre todo para fortalecer la imagen de un mandatario que quiso ganar credibilidad y legitimidad mediante el miedo y la violencia.

La descomposición de México no sólo devino de la corrupción, el saqueo y los sistemáticos fraudes sexenales enquistados por los gobiernos priistas; sino además, por la incapacidad de los gobiernos de Acción Nacional que no supieron canalizar el capital social adquirido con la "simulada" alternancia.

Vale recordar que con Fox, la impunidad y el tráfico de influencias fueron su sello personal, en pocos años sus hijos políticos amasaron una fortuna incuantificable, los negocios con instituciones gubernamentales prosperaron arrojando mayores dividendos en los llamados "entres" y la liberación pactada de Joaquín Guzmán inyectó un aliento fresco a las finanzas del incipiente gobierno blanquiazul. Para finales de su sexenio, fue tanta la soberbia de Fox que no sólo desvió recursos para la edificación de un nuevo rancho en su estado natal, sino también osó imponer a su ambiciosa esposa como candidata presidencial.

De los dos mandatarios panistas, Calderón fue el más errático. Su ilegitimidad lo persiguió durante todo su sexenio y por ello inventó una guerra "simulada" para intentar parecer un "verdadero" presidente. Las más de 60 mil muertes producto de esa guerra quimérica, fue la consecuencia de un apetito voraz por presentarse como un estadista de miras; sin embargo, lejos de obtener una percepción de legitimidad, Calderón vio en su guerra la valiosa oportunidad de alentar los negocios con los Estados Unidos principalmente en materia de armas y trasiego de drogas.

Así, se internó en su pequeña burbuja de la violencia y olvidó para siempre sus promesas de campaña como la generación de empleos, el crecimiento económico y el fortalecimiento del bienestar social.
En estos seis años, los ciudadanos mexicanos fueron pacientes -y pasivos- observadores del gobierno que poco a poco se fue desfondando víctima de no saber resolver la guerra contra el crimen.

Penosamente lo único que mostró el gobierno de Calderón fue un discurso bélico sin resultados sustantivos. Las glorias de las fuerzas armadas y la policía federal, fueron triunfos simulados y lastimosamente prefabricados con el singular propósito de mostrarse victoriosos ante la opinión pública. Las escenificaciones producidas para la televisión, a la postre se convirtieron en la burla de quienes sabían que esos delincuentes "capturados" apenas figuraban en la estructura criminal.

Ante ello, se justifica que en el pasado proceso electoral, millones de mexicanos decidieron no apoyar a la candidata del partido en el poder y simplemente le dieron la espalda a su proyecto de continuidad. El mensaje fue muy claro para Felipe Calderón y su partido político: no más sangre, no más violencia, no más inseguridad. Pero si bien, Acción Nacional tiene su dosis de culpa y responsabilidad, lo cierto es que fue la obstinación de Calderón por hacer y mantener la guerra, la razón que lo llevó a devolverle las riendas del gobierno al priismo dinosáurico que tanto daño hizo al país durante más de setenta años.

Por su incapacidad y decisiones criminales, Felipe Calderón no tuvo mayor remedio que pactar su inmunidad por los próximos años con Enrique Peña Nieto; y pese a su odio declarado a los priistas, tuvo que doblegar su orgullo y reconoció sin pudor, apenas terminaba la jornada electoral, a quien le brindaría oxigeno vital a su vida política no importando que el costo fuera el derrumbe a un deshonroso tercer lugar a su entrañable partido blanquiazul.

Tan sólo seis años de gobierno simulado, fueron suficientes para debilitar a México, el resultado fue contundente: una alta probabilidad de tener el próximo sexenio a un mandatario torpe, iletrado, incapaz, corrupto, cómplice, cínico y títere de las televisoras y de la élite política que seguramente mantendrán al país en ese letargo histórico que lamentablemente aún no nos hemos podido sacudir.

Nota al margen: Durante la tarde del pasado primero de julio, hubo tres comunicaciones telefónicas entre los Pinos y el hermético bunker de campaña instalado en el hotel Presidente de Polanco. La primera llamada salió de los Pinos, los interlocutores recordaron pactos previos y aseguraron que esa tarde los harían válidos. La segunda llamada fue la puesta en marcha de la operación, nuevamente la comunicación emergió de los Pinos y se dijeron palabras más palabras menos: yo bajo a Josefina a primera hora y te reconozco, confío en nuestro acuerdo. La tercera llamada salió del hotel Presidente ya cercana la medianoche, fue concluyente: Gracias señor presidente, honraré mi palabra...

Espiral de violencia en México

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