Mamá, ¿y por qué tú corres?

Anoche me di cuenta de que mis hijos comienzan a extrañarme los martes en la tarde, cuando el proyecto personal en el que estoy metida hace unas semanas me ocupa fuera de la casa. Verán. Estoy entrenando para correr el maratón de Nueva York en noviembre. Es mi primer maratón...
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Anoche me di cuenta de que mis hijos comienzan a extrañarme los martes en la tarde, cuando el proyecto personal en el que estoy metida hace unas semanas me ocupa fuera de la casa.

Verán. Estoy entrenando para correr el maratón de Nueva York en noviembre.

Es mi primer maratón.

"¿Mamá, y por qué tú corres?", me pregunta mi hija, tan pronto llego a casa luego de mi sesión de entrenamiento en el parque del Mirador en Santo Domingo, toda sudada y sucia de las partículas que se levantan del pavimento con cada paso.

Todavía tengo las mejillas rojas y las piernas calientes. Mi camiseta está mojada porque quise beber un chorrito de agua durante la carrera y me cayó toda encima. Tengo el pelo grasoso y de punta. Soy un desastre.

He corrido casi 8 kilómetros en 55 minutos, nada que un atleta de élite no pueda hacer en menos de 30 minutos. Pero yo me siento súper realizada, como si me hubiese ganado una medalla de oro olímpico. A nivel físico me siento un poco adolorida, ésta vez porque me laten los hamstrings debajo del equipaje de nalgas que cargo porque la vida me dio dos maletas por caderas. Por lo menos no son las nalgas en sí las que me duelen, eso me ha sucedido antes y es otro cantar. Estas condenadas pompis han sabido paralizarme varios meses con dolores de todo tipo. Pero esa es otra historia.

Llego a casa y paso de ser atleta a mamá. Veo que mi hija y mi hijo me han estado esperando junto a Papá y me siento un poco culpable de no haber podido regresar más temprano. Hice lo que pude para completar mi entrenamiento y volver a toda prisa, contando los minutos para llegar antes de que mis niños se retiraran a dormir. Para besarlos y arroparlos TENGO que estar ahí y VOY a estar ahí. En estas circunstancias de ausencia tan caprichosa, eso no es negociable.

Pero lo cierto es que por irme a correr en la tarde, por complacerme con esa actividad exclusiva para mí, no he estado con ellos durante la hora en que hacen la tarea, como es nuestra costumbre. No he estado en casa, devota a ellos, para contestar cualquier posible pregunta sobre el hábitat de una rana o en dónde lleva el acento la palabra "zafacón". No he estado ahí para ellos y me han extrañado y eso me hace sentir egoísta y culpable.

A la pregunta de mi hija, interesada en el por qué ahora su mamá no está en casa los martes en la tarde, la primera respuesta que se asoma a mi mente es el decirle "¡porque me da la gana!". También se asoma a mi cerebro el contestarle con un "¡porque me merezco un tiempo sola, para mí solita!", pero esas serían respuestas cargadas con resentimiento. Y yo, en realidad, no guardo estos sentimientos.

Ella no tiene la culpa de que yo optara por ser mamá, y con ello, renunciara irremediablemente a la mayoría de mis momentos a solas y a la autoridad total sobre mi tiempo de ocio. Mis hijos no son responsables de que aún mientras corro, pienso en ellos. Pero sí son la razón. Y lo más irónico es que aún cuando más quiero reclamar este derecho a dedicarme un rato a mis gustos, a solas, ellos me ocupan y con mucho gusto, ya que muchas veces ellos son mi adrenalina para seguir adelante.

"¿Que por qué corro?", contesto yo repitiendo la pregunta de mi hija. "Pues, porque me he puesto un reto personal, cosas de loca vieja. Quiero ver si puedo correr 42 kilómetros y llegar a la meta en una pieza, habiendo hecho ese gran esfuerzo físico. También quiero ver si puedo vencer las limitaciones que mi mente impone sobre mi cuerpo, cuando me dice esa vocecita necia que no puedo dar un paso más porque estoy cansada".

Por eso corro, o al menos lo intento.

Hace algunos años que corro, a veces con régimen y otras sin un plan en específico. De joven, jamás pensé en que me convertiría en una corredora. Para finales de mis 20 años me dio con correr para adelgazar. Luego me empezó a gustar salir a correr para disfrutar de las vistas del Parque Central en Nueva York, cuando viví en la ciudad.

Luego seguí corriendo, porque comencé a sentirme libre cuando lo hacía, cuando ponía la música en mi iPod a todo volumen y sorda por los audífonos cantaba a toda voz como una loca. Continué corriendo porque con esa libertad podía imaginarme muchas cosas, llenar mi mente de ideas e imágenes y hacerlas posibilidades en mi vida.

Ahora corro por esas y por otras razones. Corro porque con el paso de los años reconozco que mi cuerpo no es el de antes pero quiero mantenerlo fuerte. Tengo achaques. Me duelen las rodillas, la espalda y el cuello, sufro de alergias que a veces me impiden respirar como yo quiero, a pulmones llenos. Y por eso corro, porque quiero poder subir los cinco pisos de escaleras en el edificio donde llevo a mi hijo a su clase de karate y llegar entera, sin sofocarme.

Corro porque quiero que mi hija vea en mí el ejemplo de que la belleza de su propio cuerpo de mujer en evolución está en el poder que ella misma le atribuya. Quiero que, con salud, aprenda que puede vencer sus limitaciones. Corro porque quiero que ambos mis hijos confíen en que tienen una mamá fuerte y capaz, positiva, perseverante y que pueden contar conmigo para llevarlos siempre más y más lejos.

También corro por los que no pueden. Porque muchas veces en el camino me encuentro meditando sobre lo que invierto en mi salud y en los profundos deseos de bienestar que tengo por las personas que más quiero, en las que dependo: Mis hijos, mi esposo y mi familia. Corro porque pienso que por cada paso que yo doy corriendo, estoy depositando en las cuentas del cosmos un balance de salud, que les heredaré a ellos, con intereses. Corro por mis hijos, mi esposo.

Por eso le dije a mi hija también que corro por un motivo que no es físico, sino espiritual. Corro porque para mí representa una promesa, un sacrificio, una especie de autoinmolación, con tal de que mi familia tenga salud.

Ojalá el destino me recompense. Por eso corro.

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