'Condenada' por la diferencia: ¡De ninguna manera!

"Sí. Existe sólo un Dios y el que no está con Él no será salvo. Le espera el sufrimiento eterno del infierno", continuó el manicurista mirándome ya con ojos de desprecio, como si fuera una peste.
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Esa mañana, me levanté dando gracias a la vida por tener una oportunidad más de estar con bienestar junto a mi familia. Llevé a mis hijos al colegio, regresé a casa a desayunar y, como tenía un espacio libre en mi agenda, decidí ir al salón de belleza a hacerme una manicura.

Cuando llegué al salón me encontré al manicurista cantando a viva voz temas de alabanza, con ojos cerrados y brazos abiertos. Me pareció curioso pero no le di mayor importancia. Lo saludé y me senté a arreglarme las manos.

"¿A qué iglesia tú vas?", me preguntó.

"Yo, en realidad, no voy a la iglesia", le respondí. "Aunque me criaron en la fe católica, en un colegio de frailes y monjas donde íbamos a misa varias veces por semana, hace mucho tiempo que dejé de practicar. Tengo mis reservas en cuanto a ciertos dogmas, rituales, actitudes, culturas y la forma en que se imponen sobre la gente".

"¡Ah, pues tú no serás salva!", me contestó alarmado el muchacho, mientras me limaba las uñas.

"¿Y cómo estás tan seguro de eso?", le pregunté. "¿Acaso todos mis buenos actos, mi práctica de amar al prójimo, mi búsqueda por hacer el bien, ser decente y respetar al ser humano no sirven de nada? ¿Y qué sucederá con todos los judíos, musulmanes, budistas, hinduistas y personas que practican otras religiones en el mundo, que son buenos y llevan vidas de amor? ¿Acaso todos esos millones de personas en el mundo también se quemarán, según tú al igual que yo, en las "pailas del infierno" sólo por no ser los cristianos de tu iglesia?

"Sí. Existe sólo un Dios y el que no está con Él no será salvo. Le espera el sufrimiento eterno del infierno", continuó el manicurista mirándome ya con ojos de desprecio, como si fuera una peste.

"Pues yo no estoy de acuerdo contigo", le contesté ya de pie y lista para marcharme con la manicura a medias. Sin embargo, no era molestia lo que sentía, sino profunda tristeza al ver la falsa soberbia a la que puede llegar un fanático religioso.

Yo, que fui a arreglarme las uñas, salí condenada al infierno simplemente por creer diferentemente. ¡Que bajón!

Cada cierto tiempo recuerdo este suceso porque en la sociedad en la que vivo --paternalista, hipócritamente conservadora a conveniencia de algunos, donde la soberbia moral parece ser un símbolo de estatus, donde el hacer alarde público de la devoción religiosa personal es un "plus" social-- me recuerda casi a diario lo que es el rechazo a la diversidad. La mayoría juzga incesantemente a la minoría. Muchos días me pregunto retóricamente ¿por qué hay personas que no pueden trascender esos límites mentales y espirituales?

Y es obvio que estos fundamentalistas van más allá de la frontera de la República Dominicana. Sólo hay que ver las noticias para darse cuenta enseguida que los extremistas religiosos, la falta de respeto a la diversidad y los portaestandartes de la exclusión están en todo el mundo. Para los que no queremos perpetuar estos falsos valores en las generaciones que nos heredan, es duro reconocer que trajimos hijos al mundo a luchar con tanta barbarie. Sí, en mi sincera opinión, son personas en estados de barbarie.

Pero no todo está perdido. Justo cuando venía cavilando sobre éste y otros extremos religiosos --como el secuestro de las niñas por el Boko Haram en Nigeria, por ejemplo-- y me sentía drenada emocionalmente con respecto al mundo, tuve dos momentos en los que recargue mis baterías. Gracias a dos mamás y blogueras aquí en HuffPost Voces. Dos madres, como yo, con las que me identifiqué en sus preocupaciones y amor por sus hijos, que sin saberlo me enviaron un depósito de esperanza. Me recordaron que cada vez son más las familias criando a sus hijos para ver el mundo con otros ojos, con una mente y corazón abiertos al respeto a la diversidad y amor al prójimo.

Una de estas madres, Marinés Arroyo, nos compartió cómo respondió una de esas delicadas preguntas que nos hacen nuestros hijos: "Mamá: ¿qué significa 'gay'?". De una forma tierna, sencilla y llevándolo al plano de lo natural, no de lo raro, anormal o perverso, le explicó a su hijo que simplemente hay personas que aman como pareja a otros de su mismo género.

La otra mamá bloguera, Diana Montaño, nos compartió cómo encontró la tranquilidad ante la realidad de que su hija le manifiesta que no cree en Dios. Es un proceso que envuelve la renuncia y replanteamiento de los estrictos parámetros de su propia fe y el deseo que siente de que su hija comparta su religión. Al no ser así, esta madre es capaz de ejercer el verdadero amor incondicional a su hija, porque respeta su libertad para optar por no creer en Dios. Esto no debe ser fácil para una madre. Leer sobre su experiencia me habla directamente sobre los retos de ver a nuestros hijos no como posesiones, sino como los individuos que son.

Ambas madres como yo, de niños y niñas en formación, preferimos abordar la crianza de nuestros hijos en el camino del respeto a la diversidad. Eso para mí es amar de verdad. Leer estos dos blogs me llenó de satisfacción y tranquilidad. A veces tiendo a descorazonarme ante la falta de visión, apertura mental y de corazón de ciertos sectores enteros de la sociedad que viven sus vidas regidos por la separación, la soberbia moral, el juicio.

Me descorazona porque yo quiero ir más allá. Tengo que ir más allá. En mi casa somos de creencias diferentes. Mi esposo es ateo de profundo estudio y convicción. Yo lo respeto y no tengo problema con eso, pero sé que mucha gente se pregunta cómo es que puedo estar tranquila.

Yo, sin embargo, lo estoy. También me siento como un ser espiritual, pero no estoy afiliada a ninguna institución religiosa. Mi relación con el Ser superior es personal y privada. Y mi credo se compone de principios de amor a los humanos como yo, de bondad, solidaridad, generosidad, humildad, compasión, consideración, integridad, dignidad, justicia, respeto y libertad.

Y eso es lo que les estamos tratando de enseñar a nuestros hijos en casa. Porque ninguno de estos valores, ni el comportamiento moral, son exclusivos del ejercicio de una religión en particular. Sí se puede ser bueno sin creer en un dios en específico.

Ya cuando mis hijos estén más maduros, quiero pensar que los estoy capacitando para tomar sus propias decisiones sobre qué creer y en dónde o con quién participar. Tendrán también la libertad de escoger a quien amar y con quien formar una familia, si así lo desean. Y yo los amaré igual. Mientras tanto, no quiero que en su proceso de evolución y maduración se sientan sorprendidos o raros ante las diferencias de sus prójimos.

Quizás el cambio hacia la convivencia exitosa en este mundo multicultural no ocurra durante mi vida. Quizás no lo llegue a ver. Pero sí creo que el mundo está cambiando poco a poco, con la ayuda de madres --y padres-- que por amor a sus hijos los respetan y los educan para honrar al prójimo como ellos quieren ser honrados. No condenando a los demás a las "pailas del infierno".

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