"Cierra los ojos, pide un deseo... ¡Feliz cumpleaños!"

Cada año, a medida que se acerca el cumpleaños de mis hijos --son dos, los mellizos-- inevitablemente me pongo a pensar en un montón de cosas. Si bien ese día es de ellos y se trata de celebrar sus años de vida, sus sonrisas y lágrimas, sus vivencias, experiencias y madurez adquirida, como madre también se trata de festejar mi aniversario. Su nacimiento, al fin y al cabo, ha sido también mi nacimiento en una nueva persona.
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manito feliz cumpleanos

Cada año, a medida que se acerca el cumpleaños de mis hijos --son dos, los mellizos-- inevitablemente me pongo a pensar en un montón de cosas. Si bien ese día es de ellos y se trata de celebrar sus años de vida, sus sonrisas y lágrimas, sus vivencias, experiencias y madurez adquirida, como madre también se trata de festejar mi aniversario. Su nacimiento, al fin y al cabo, ha sido también mi nacimiento en una nueva persona. Ha sido mi reencarnación, digo yo. Por ellos, por mi niña preciosa y mi niño hermoso, soy hoy quien soy. Y lo digo sin que me quede nada por dentro. No tengo reparos. Así es.

Desde del punto de vista feminista con el que tanto me identifico, ese que valora la integridad, la independencia y el poder de la mujer como individuo y como motor social, esto de sentir que he cambiado radicalmente a partir de mi parto entra en una especie de contradicción. ¿Cómo puedo yo ser esa mujer autónoma, dependiendo de otros dos seres humanos, mis hijos? Sin embargo, es en mi maternidad que he encontrado unas nuevas energías para seguir adelante sin chistar, sin titubeos, con mis causas "feministas", por decirlo así. De alguna forma misteriosa o mágica he logrado encontrar el punto en que estos dos caminos convergen, en conformidad con la coexistencia de mis ambas yo.

Verán. Yo siento que era una mujer completa antes de ser madre. Sí lo era. Me sentía bien, en orden, realizada y con los sueños y la capacidad de hacer más en mi vida y en el mundo. Había en mí, como siempre lo ha habido, ese espíritu de trabajo y de estudio, de mejoramiento personal y de apoyar al prójimo. En aquel entonces no veía la necesidad de más, tenía el plato lleno. Pero cuando en esa manifestación de mi mundo se abrió la puerta de la maternidad y decidí asomarme a ver qué era lo que había dentro de ese espacio desconocido, decidí, o más bien mi antigua yo decidió, lanzarse a ver qué encontraba.

Y lo que hallé y sigo encontrando ha sido una grata sorpresa. Y resulta que ya no soy la misma de antes. Me miro en el espejo y veo otra imagen. Ya habito en otro plano existencial, ya vivo en otro mundo. Al principio me costó trabajo acostumbrarme a la mudanza, lo confieso. Tuve momentos de rebeldía personal en los que me negaba a aceptar este nuevo orden y sistema operativo. Como le digo a todas mis amigas, pasé por un proceso de transición que no fue fácil, pero aquí estoy vivita y coleando.

feliz cumpleanos

Aquí estoy y conmigo están mis hijos, con todos sus aromas, con sus mejillas suavecitas de melocotón y ellos son mi núcleo atómico. Mi configuración genética mutó para convertirme en su "Mam" y no hay palabra en el mundo que me suene más trascendentalmente bella en los oídos. Esta transformación fue un proceso evolutivo íntimo y personal pero instantáneo que se dio el día de su nacimiento.

Por eso, cuando digo que por mis hijos soy hoy quien soy, y soy diferente, esto no implica que no era nadie antes de tenerlos a ellos en mi vida. Pero sin duda, era otra persona, otra mujer. Reconozco contenta lo que antes de ellos fue mi vida, y no me quejo porque lo tuve todo: el esfuerzo y la dedicación de mis padres para criarme, el amor de mi familia para nutrirme siempre y me siento orgullosa de lo que yo misma hice de mí.

Pero la epifanía de mi maternidad me iluminó. Comprendí que desde ese momento yo era la responsable de traer a este mundo imperfecto a dos seres humanos más en los que iba toda mi inversión pasada y presente. Ellos eran la canasta en la que ahora esta gallina tenía todos sus huevos. No hice más que llegar a mi casa del hospital y poner a mis dos "cachorritos" en su cunita cuando me cayó sobre los hombros el peso del conocimiento de que ahora en adelante y para el resto de mi vida, era mi soberana obligación hacer lo posible para que su mundo fuera mejor. Por amor a ellos, comencé a desear profundamente vivir en un mundo mejor para todos. PARA TODOS. Y que conste, que más que altruista esta misión es muy personal, pero creo que no deja de ser buena.

Y se me ocurrió que para aportar a que mis hijos pudiesen algún día ver un mejor planeta que el actual, tenía que volver al principio, a mis propias semillas. Tenía que buscar en mi interior, actualizar mi sistema operativo como mujer y saber quién era antes y después. Tenía que recuperar mi voz, encontrarla cada día, la verdadera y tenía que aceptarme por completo, para que con estas preocupaciones egoístas a un lado, poderme volcar en mi nuevo rol de madre.

Reconocí que por mis hijos no puedo engañarme. No puedo ser una mujer y madre delante de ellos y otra a sus espaldas. Aquí no se vale la hipocresía. Tengo que poder salir sin maquillaje a la calle y ponerme un bikini en la playa. Tengo que ser honesta conmigo misma, estar conforme con mis arrugas, mi grasa y mis dolores en las rodillas. Pero tengo que querer superarlos. Porque tengo que seguir caminando por aceras rotas, porque tengo que subir escalones, porque me corresponde ayudar a otros para que puedan convivir con mis hijos. También tengo que ayudarlos con la tarea de la escuela y al final del día tengo que dormir con la conciencia tranquila sobre la almohada.

Por mis hijos tengo que ser real, genuina con los demás. Tengo que decir "te quiero" al que de verdad me inspire el sentimiento. Tengo que tener compasión y perdón con quien no me lo inspira o con quien me ha fallado. Tengo que ponerme en sus zapatos y tratar de reconocer la diversidad de circunstancias de determinan el comportamiento de una persona, como tengo que ponerme en los zapatos de mis hijos; porque si bien yo los gesté, los parí y salieron de mi cuerpo, ellos no son yo. Ellos son sus propias personas, íntegras, autónomas e individuales, igual que yo quiero que se me reconozca y se me respete. Son mis hijos pero son diferentes a mí.

Por ellos soy bocona, vociferante, activista, voluntaria; Soy payasa, me río de cuerpo entero cuando algo me da risa y lloro en el cine cuando la película me produce tristeza. Es por ellos también soy seria y asertiva, no me quedo callada si tengo la convicción de que mis palabras contribuyen en algo al bien, individual y colectivo, aunque en momento de mayor pesimismo parezca tan solo una ilusión. Por eso a veces levanto ronchas y acaricio, porque pienso digo, hablo y escribo por ellos.

Por ellos me encantan los arcoíris y la música, porque quiero para ellos un mundo con colores, con melodías, con IGUALDAD de derechos, en donde se valore la diversidad, en donde mis hijos se sientan respetados por quienes son, porque quiero un mundo sin soberbia moral, porque somos una cadena humana y lo que le pasa a mi prójimo me puede pasar a mí; y a mis hijos.

Por eso al soplar la vela sobre su pastel, ellos pedirán sus deseos y yo los míos. ¡Feliz cumpleaños, amados hijos!

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