El Making of de un libro: Les presento a Miguel

Se llama Miguel. Lo bauticé, por fin. El protagonista de mi libro, el periodista que comienza sin proponérselo una investigación que lo lleva a resolver un horrendo crimen, se llama Miguel. Elegí el nombre por varias razones. Es corto y sonoro. Dos sílabas y ya: Mi-guel. Me gusta que comience por una letra M mayúscula, porque es una letra fuerte, con un bonito dibujo, que siempre se ve bien impresa en un papel. Esas son las razones lógicas. La razón emoción, es que mi papá se llama José Miguel y quise hacerle un pequeño homenaje. Los escritores hacemos eso de vez en cuando.
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Letter M
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Se llama Miguel. Lo bauticé, por fin. El protagonista de mi libro, el periodista que comienza sin proponérselo una investigación que lo lleva a resolver un horrendo crimen, se llama Miguel. Elegí el nombre por varias razones. Es corto y sonoro. Dos sílabas y ya: Mi-guel. Me gusta que comience por una letra M mayúscula, porque es una letra fuerte, con un bonito dibujo, que siempre se ve bien impresa en un papel. Esas son las razones lógicas. La razón emoción, es que mi papá se llama José Miguel y quise hacerle un pequeño homenaje. Los escritores hacemos eso de vez en cuando.

Ayer, mientras estaba en la ducha (¿ya les dije que ese es el mejor lugar que tengo para pensar e hilvanar mis ideas?) se me ocurrió que Miguel está un poco aburrido de todo. No solo de su profesión, sino también de su vida. De Miami, que es la ciudad donde vive. Está aburrido de su círculo social, de sus amigos que hablan siempre de lo mismo, de su exesposa (porque sí, se casó joven en un arrebato de amor del que pronto se arrepintió) y de su actual novia que ya no lo entusiasma como antes. Por supuesto que Miguel tiene la culpa de todo lo que le pasa. No supo evolucionar, no supo reinventarse, no supo cambiar a tiempo. Y se quedó haciendo lo mismo año tras año, hasta que su vida se hizo tan insulsa e insípida como un café aguado.

Miguel hace mucho tiempo que no sueña. Es más, duerme muy poco. Pero a veces, solo a veces (y por lo general después de un par de tragos de más), Miguel tiene unos sueños más parecidos a unas pesadillas. En él ve a dos niños de menos de 10 años (la verdad, los niños tienen apenas 7 años) que están jugando en una tosca e improvisada casa en un altísimo árbol. Uno de los niños tiene un juguete que el otro niño quiere quitarle. Pero el niño del juguete no se deja. Pelea. El otro niño insiste, trata de arrebatarle ese juguete que añora (puede ser un autito, una pelota, un soldado de plomo, incluso un robot de esos antiguos que movían los brazos y hacían un ruido como de sirena). El niño del juguete se enoja y le da un empujón a su amigo. Entonces el otro niño cae desde lo alto. Lo vemos desaparecer al otro lado de la puerta de la casa en el árbol. Y se escucha su grito de horror, hasta que el pavimento le pone un abrupto punto final.

Miguel siempre despierta lleno de horror ante esa pesadilla. Y sabe que ese sueño trágico (que como se imaginarán no es otra cosa que un recuerdo) lo acompañará siempre. Como la culpa de haber matado, sin querer, a su mejor amigo cuando ambos tenían 7 años.

Así, con ese dramático pasado e insoportable presente a cuestas, Miguel llega hasta un elegantísimo hotel en Coral Gables, que celebra 100 años desde su inauguración, con la misión de hacer un reportaje.

Recorre el lugar, anota algunas cosas, saca un par de fotos con su celular. Hasta que un viejo baúl llama su atención. Le dicen que perteneció al dueño y fundador del hotel, un hombre que desapareció en misteriosas circunstancias. Al abrirlo, descubre manchas secas de sangre. Miguel intuye que eso no es normal. ¿Sangre? ¿Por qué un distinguido baúl tiene sangre en su interior? Y entonces ocurre lo que siempre se devela en una clásica novela policial: alguien, un personaje clave, le da su primera pista al protagonista:

"En ese mismo baúl encontraron el cadáver del dueño del hotel. Dicen que fue su amante quien lo mató..."

¿Será cierto? ¿Quieren seguir leyendo? Tengo entonces que seguir inventando.

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