Quién lo diría. Aquel rock star, tan joven, tan esbelto, que ascendió a la Casa Blanca hace casi cuatro años, hoy parece haber envejecido el doble.
El carismático primer afroamericano en ocupar el sillón de Abraham Lincoln, no ha logrado que el enorme portaaviones norteamericano salga a mar abierto.
Es cierto que masacró como un 007 virtual a Osama Bin Laden, que ni se acordó de Guantánamo, que ha seguido enviando tropas de refresco a Irak y Afganistán, que tiene una desocupación superior al 8% y que bajo su timón Estados Unidos acumuló una deuda pública de 16 billones de dólares. Pero es Obama, el chico bueno, el candidato de las estrellas de Hollywood, el que sube las escaleras trotando y danza al ritmo de los tambores.
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Obama merece otra oportunidad. Es el lado amable de una dictadura democrática que tiene sólo dos vestidos. Mitt Romney se asemeja demasiado a un Conde Dooku, y ya tuvimos suficiente con George Bush gobernando desde la Estrella de la Muerte.
Obama por ahora. No hay otra opción en el horizonte cercano. Creo en su buena intención, aunque no demasiado en su pericia, y menos en sus cojones.
