Mi idea del vacío universal

Tenía alrededor de siete u ocho años cuando se nos instó desde el colegio a participar en un concurso provincial de dibujo. La temática era libre...
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Tenía alrededor de siete u ocho años cuando se nos instó desde el colegio a participar en un concurso provincial de dibujo. La temática era libre.

Dibujé mi idea del vacío universal. Desiertos, cielos infinitos y un par de siluetas perdidas en un horizonte difuso.

El profesor encargado de reclutar los trabajos quedó mirando el mío con mucha desconfianza. Acto seguido, tomó un plumón amarillo, dibujó un redondel a modo de sol en el centro de mi obra y numerosas rayitas que simulaban rayos de luz y que se esparcían alegremente por mi obra de arte asesinada. Así está mejor, dijo.

Fue la primera vez que le dije ¡conchetumadre! a un adulto. Pero sólo en mi pensamiento.

No esperaba ganar ni gané esa vez. Además, de haber conseguido algo no me habría sentido dichoso, pues había dejado de ser mi creación gracias a la intervención de ese mentecato medio analfabeto con donaires de esteta.

No pude evitar sentir inseguridad. Mamá en casa no ayudaba pues insistía cada día en que los profesores y las autoridades sabían lo que hacían, que eran personas muy respetables y que había que tenerles un respeto absoluto.

Pero yo portaba, sin tener plena conciencia de ello, el germen maligno del cuestionamiento y del desacato, y me volvía lentamente un indignadito experto en pequeñas acciones de sabotaje. Un mini terrorista. Por supuesto, la mayoría de mis acciones de entonces siguen impunes hasta el día de hoy.

Como sea, en el siguiente concurso en que participé hice todo lo contrario de la primera vez. Es decir, me vendí superficialmente a ese sistema de analfabetos y garrapateé un enorme dibujo totalmente barroco y optimista. Una burrada rastrera donde los muchachos competían en un partido de vóleibol, y había pancartitas con mensajes alegres y pompones multicolores y bellas autoridades en el estrado contemplando esa fiesta social.

Obviamente gané. Era un concurso provincial. Recibí diplomas y medallas y aplausos. Pero para mí no era más que un dibujo estúpido y lame suelas, hecho para congraciarme con el funcionariado pinochetista, que en esos días estaba plagado de milicos y soplones de la peor calaña.

En lo posterior evité participar en concursos. Fue un camino arduo el de darme cuenta de que no era yo el equivocado sino todo el sistema político y educacional, podrido y perverso de principio a fin.

Tuve un profesor de arte en la secundaria. También solía sugerir formas más apropiadas para ganar concursos, pero a mí ya no me importaba. De cualquier forma, habíamos sido asesinados como creadores desde muy pequeños.

Por mi cuenta aprendí ciertas nociones de acuarelismo, e incluso hice reproducciones bastante afortunadas de los estanques de Monet. Una de ellas se la guardó el profesor. No sé para qué.

Tras salir de la secundaria nunca volví a tomar un lápiz o un pincel.

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