Suelo buscar imágenes en internet para incorporarlas en mis sitios. Por alguna razón, la mayoría de los amigos que llegan hasta mis sitios hacen lo mismo, y casi siempre las imágenes son muy parecidas.
Nos volcamos en masa a buscar la belleza, casi siempre de mujeres jóvenes, sus rostros, culos y tetas, como si en esas partes se encontrara el elixir de la eterna juventud o nuestro pasaporte a la inmortalidad.
Buscamos paisajes limpios de rascacielos y basura, árboles florecidos, siluetas de aves, paraguas y rieles, relojes maltrechos, pies desnudos en la hierba, avenidas vacías donde creemos aspirar un peculiar oxígeno de paz, una tranquilidad momentánea que puede durar sólo un par de segundos, y todo gracias a esa ventanita de pixeles ilusorios.
Hay quienes rastrean los horizontes, las playas con su sendero de luz llegando hasta el mismo sol, y en ellas sólo una persona, una solitaria alma. Y no sé si eso es egoísmo o la necesidad de sentirnos interpretados en este desierto agobiante de individualismo e incomunicación en que nos desenvolvemos.
Hay quienes rastrean entre las arrugas de los ancianos, en los juegos de luces y sombras que se forman en sus rostros o manos, en su pobreza, en su abandono, en su mirada de infinito. Otros reparan en los mendigos, en los desnutridos, en los perros callejeros, en las casuchas a punto de caerse. Pero siempre es en blanco y negro, porque en el fondo son pretextos estéticos. No es que nos importe demasiado.
La guerra, las masacres, las armas, los ejércitos y sus posturas de palitroques expuestos a balas y explosiones, también tienen algo de hermoso, y lo digo culposamente. No sé explicar el por qué la violencia y la muerte son hermosas.
Llama la atención la abundancia de felinos caseros. Los gatos han pasado a ser los grandes putos de la fotografía. Los perros los siguen de muy cerca.
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Predomina la belleza blanca, quizá porque es en Europa y Estados Unidos donde se han generalizado las mejores cámaras fotográficas. Y los que cuentan con esas cámaras en América Latina o Asia, también quieren fotografiar sólo blancas, por esto de la costumbrel. Y no es nada contra ellas. La belleza está en todos lados, en cada etnia, en cada mezcla.
Se subvalora la belleza guaraní, la belleza mapuche, la aymara. Quien ve una mulata, no ve la delicada complejidad de su alma de mujer, sino las cautivantes curvas que conducen al agujero de la inseminación.
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