El siniestro legado de Sebastián Piñera

Las personas están más endeudadas, más decepcionadas, más precarizadas y menos optimistas ante la acelerada y monstruosa concentración de la riqueza chilena. Y todo esto bajo la venia sonriente del ciudadano presidente Sebastián Piñera.
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Tatán retorna al business.

Han sido cuatro años de diversión en su, hasta ahora, más extravagante hobby: ser Presidente de la República. Al principio, y ya posesionado de su alta investidura, se le veía incómodo y desconcentrado. Parecía molesto consigo mismo por estarse perdiendo tantas oportunidades bursátiles. Uno lo observaba a través de la televisión y podría haber jurado que estaba pensando: "Puta la güeá que me metí por la chucha..."

Tatán se llenó de muletillas y tics nerviosos, le molestaba el cuello de la camisa, no sabía en qué bolsillos guardar sus manos, no diccionaba, se olvidaba de los textos, confundía situaciones y datos históricos. Sin embargo, como era y sigue siendo un muchacho entusiasta y voluntarioso, redobló sus esfuerzos para caerle simpático al populacho, y así al menos aspirar a la inalcanzable popularidad de su predecesora Michelle Bachelet. Si hasta parecía un chicuelo rebelde, totalmente ajeno a los protocolos, que no quería dejar de pilotear su propio helicóptero ni prescindir de comer asado a guata pelada en la ribera del lago Caburgua. Hasta que lo atrapó la estadística aérea y en medio de un vuelo se quedó sin gasolina cuando sobrevolaba Cobquecura. Esa vez tuvo suerte y pudo aterrizar en medio de gallinas y puercos, pero su propia coalición le dijo que cortara el hueveo y se dedicara a gobernar.

Los días pasaron y pronto nuestro magnate presidente le empezó a tomar el peso al asunto. Y la culpa de este aterrizaje forzoso en la realidad fue de los estudiantes revoltosos que, levantados de Arica a Punta Arenas, no le hicieron la vida fácil al Berlusconi sudamericano, ni él se las hizo a ellos.

Digamos que no bastó la multitudinaria efervescencia estudiantil, no bastó con tomarse los colegios, parar las universidades, encadenarse a los edificios públicos o enrostrar a los ministros y empresarios, pues la gran estafa educacional chilena continuó incólume su vergonzosa ruta. Llovieron palizas policiales de norte a sur, acicateadas por el perverso ministro del interior, Rodrigo Hinzpeter. Los contusos y asfixiados manifestantes tuvieron que lamerse sus heridas y masticar la rabia, pues nadie fue enjuiciado por tamaña represión.

Y qué decir de los levantamientos ciudadanos de Aysén, Freirina o Tocopilla. Es cierto que tuvieron con el culo a dos manos al gobierno. No existían precedentes recientes de tamaña osadía de la chusma ciudadana, y el gobierno, una vez más, no tenía idea qué cresta hacer salvo reprimir. Pero la gente de provincia tiene la dignidad muy alta y el lomo duro, así que los mulos tercos de allá arriba tuvieron que sentarse a negociar.

Luego vino el desastre del Registro Civil, especie de Transantiago del gobierno piñerista. Por alguna inescrutable aunque inferible razón (si es que nos gusta pensar en venganzas políticas y negocios turbios) Sebastián Piñera le quitó la licitación a la empresa chilena Sonda que había realizado un impecable trabajo durante la era concertacionista, y se la entregó en bandeja a la compañía francesa Morpho S.A., junto a una nada despreciable suma de 300 millones de dólares.

El resultado fue y sigue siendo un completo desastre. Nada funciona en ese ámbito en Chile. Las personas hacen colas durante días y noches sin lograr un miserable papel oficial, y cuando lo llegan a tener en sus manos se dan cuenta que viene defectuoso. Es decir, parecemos haber retrocedido cien años debido a un gobierno talentosísimo en improvisar políticas públicas.

Y esto sin contar la entrega del 90% de la explotación pesquera a cuatro grandes grupos económicos, vinculados a cuatro poderosas familias de la oligarquía chilena, desoyendo el clamor de 200 mil familias que viven de la pesca artesanal y que quedaron condenadas a la miseria perpetua.

Sé que parece una historia siniestra y de verdad no quisiera continuar con este tono, con estas desvergüenzas, sino hablar de actos humanos plagados de generosidad y altruismo, pero estos chiquillos de la derecha chilena no me ayudan. En estos últimos días hemos visto, no sin cierto espanto, la neurótica premura del gobierno por concesionar la mayor cantidad de futuros hospitales públicos en manos de privados adictos a su gestión. Y esto como parte de un plan destinado a entramparle la tarea al gobierno siguiente, dejándolo sin disposición de recursos y amarrando con nudo ciego las columnas vertebrales del sistema económico, para que nadie pueda ni se atreva a hacer cambios estructurales.

Para que no tachen a este modesto narrador de concertacionista, o adicto a la Nueva Mayoría (porque estoy muy lejos de serlo) he de resaltar también las cosas interesantes que hizo o mantuvo el gobierno de Piñera . Las cifras macroeconómicas han continuado su parsimoniosa trayectoria sin sufrir grandes sobresaltos. El programa de vivienda social ha funcionado, en apariencia, mejor que el de los gobiernos anteriores (y para resaltar algo en este punto, debemos vendarnos los ojos ante la entrega fraudulenta de decenas de miles de viviendas a simpatizantes gobiernistas que no lo necesitaban y que pudieron hacerse gratuitamente de una segunda o tercera vivienda), y mantuvo la inflación controlada, aspecto no menor en la calidad de vida de la población.

Sin embargo, hoy los chilenos no están mejor que hace cuatro años, no hay más industrias, ni emprendimientos, ni empleos mejor pagados , ni mayor valor agregado en nuestros productos. Las personas no tienen acceso a mejor educación ni salud ni seguridad y la movilidad social parece estancada. Aunque bien podríamos asegurar que están más endeudadas, más decepcionadas, más precarizadas y menos optimistas ante la acelerada y monstruosa concentración de la riqueza chilena. Y todo esto bajo la venia sonriente del ciudadano presidente Sebastián Piñera.

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