Argentina dividida

Cada análisis histórico debe considerar un sinnúmero de elementos para no disolverse en subjetividades primarias. Sin embargo, analizar la política argentina y no disolverse en estas subjetividades es todo un desafío. Desde hace unos meses me propuse conocer Argentina por dentro, para intentar un análisis más fino en torno a sus formas de convivencia. Arribé en un momento difícil, donde las fuerzas políticas en conflicto no se dan tregua. Y la gente opina, y sabe mucho sobre lo que sucede, pero como buenos argentinos, se los termina comiendo la vena, la irracionalidad y el deseo de desquite.
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399513 04: A man walks past signs which reads, 'Argentina: On its feet and in Peace' January 11, 2002 in Buenos Aires, Argentina. The peso weakened immediately as it traded freely after the decade-long one-to-one peg with the dollar. By the close of trade it took 1.70 pesos to buy one dollar and analysts are warning it could fall to 2 in the coming months if government polices fail to put the economy back on track. (Photo by Quique Kierszenbaum/Getty Images)
399513 04: A man walks past signs which reads, 'Argentina: On its feet and in Peace' January 11, 2002 in Buenos Aires, Argentina. The peso weakened immediately as it traded freely after the decade-long one-to-one peg with the dollar. By the close of trade it took 1.70 pesos to buy one dollar and analysts are warning it could fall to 2 in the coming months if government polices fail to put the economy back on track. (Photo by Quique Kierszenbaum/Getty Images)

argentina

Cada análisis histórico debe considerar un sinnúmero de elementos para no disolverse en subjetividades primarias. Sin embargo, analizar la política argentina y no disolverse en estas subjetividades es todo un desafío. Desde hace unos meses me propuse conocer Argentina por dentro, para intentar un análisis más fino en torno a sus formas de convivencia. Arribé en un momento difícil, donde las fuerzas políticas en conflicto no se dan tregua. Y la gente opina, y sabe mucho sobre lo que sucede, pero como buenos argentinos, se los termina comiendo la vena, la irracionalidad y el deseo de desquite.

Argentina vive un proceso complejo. Aunque a decir verdad nunca la ha tenido fácil, y la periodicidad de sus crisis resulta apabullante. Donde existe riqueza existe la codicia y la inestabilidad política. Ambos factores parecen estar siempre vinculados. Donde existe riqueza se conforma rápidamente un pequeño grupo que se lo acapara todo y no lo quiere compartir con el resto, sino vivir más encima del resto. Algo así es lo que sucedió en Argentina desde sus inicios como nación.

Hoy la pelea está en la calle y en las redes sociales. Tras el gran cacerolazo contra el gobierno que se desarrolló el pasado 8 de noviembre, las fuerzas políticas buscan reacomodarse, reparar daños, buscar el contraataque, prepararse para lo que pueda ocurrir el 7 de diciembre, cuando venza el plazo para acatar la Ley de Medios por parte del monopólico Grupo Clarín. A este respecto, el politólogo Ernesto Laclau analiza el alcance de la Ley de Medios y la importancia institucional que tiene la plena vigencia de la misma:

"Todos los diarios están lanzados a ser organismos de campaña opositora. Cuando eso ocurre se está abusando de la libertad de prensa y evidentemente que haya medidas que tratan de poner las cosas en su carril es absolutamente necesario. En ningún lugar del mundo hay una concentración de medios como sucede en Argentina con el Grupo Clarín, y lo que se trata con la Ley de Medios es poner las cosas en su carril adecuado. La importancia de la Ley de Medios es absolutamente central para la estabilidad de un sistema democrático ya que los monopolios mediáticos se están transformando en el primer partido de la oposición"

Los bandos en conflicto son feroces para embestirse y desacreditarse. Por un lado, están los que apoyan al actual gobierno de Cristina Fernández, y por otro lado todo el resto, que son en esencia una variopinta barriada cultural de pensamiento derechista. La suciedad de las campañas contra el gobierno me recuerda las palabras de Juan Domingo Perón, en su libro La fuerza es el derecho de las bestias (1958, Cap. I):

"Como no encuentran en los actos de gobierno ni en las acciones administrativas nada que pueda darle pie ni siquiera a sus falsedades, se han dedicado a denigrar a nuestros hombres mediante la calumnia personal.

Una escandalosa campaña publicitaria de calumnias y de injurias ha sido lanzada para destruir nuestro prestigio y vulnerar nuestro predicamento en las masas populares. Allí es donde comprobamos hasta dónde pueden descender los hombres cuando la pasión ciega su razón, el impulso anula su reflexión y la palabra llega a adelantarse al pensamiento.

Todo es ataque personal, preferentemente íntimo. Se investiga para la publicidad. No se han ocupado de nada que presupongan las anunciadas irregularidades administrativas. Todo se ha reducido a asaltar y saquear nuestras casa y mencionar lo que poseemos sin interesarles si es bien o mal habido.

Su afán de substraer toda investigación a la justicia demuestra el fin perseguido. Ellos saben que substraer un juicio de sus jueces naturales es un vicio de insanable nulidad por disposición constitucional. ¿Qué persiguen entonces con esas investigaciones inconstitucionales?, simplemente difamar, calumniar, destruir."

La política en Argentina siempre es personal y a pocos les importa entender sobre los grandes intereses que están en conflicto. Diría que tienen una memoria cortoplacista, que parecen haber nacido después del 2001, incluso después del 2012. Se utilizan con total liviandad las figuras históricas para reforzar argumentos que rayan en el descaro y el panfleto, aunque en realidad, a nadie parece importarle ni servirle la historia crítica, la que muestra los hechos, sus causas y efectos tal como sucedieron. Para hacer un poco de memoria, echémosle un vistazo a los ciclos económicos que ha vivido Argentina durante su historia reciente. Mario Rapoport, Director del Instituto de Investigaciones de Historia Económica y Social, de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA, observa a través de Página 12:

"Hoy en la Argentina tenemos un proceso de recuperación económica, con crecimiento del producto, balanza comercial favorable, amplio superávit fiscal e incremento de las reservas, aunque otros indicadores estén todavía retrasados, como el empleo y los niveles de pobreza. Pero no hace más de 2 años vivimos una crisis aparentemente terminal, cuyo recuerdo nos persigue y cuyas sombras, como el problema de la deuda, continúan amenazando el futuro. La historia económica, al menos la argentina, indica que no hay que dar nada por seguro, ni siquiera los ciclos de auge.

Sin embargo, los ciclos económicos argentinos han estado profundamente relacionados con los modelos económicos predominantes en el mediano o largo plazo y para entender lo que nos pasa o nos puede pasar es necesario hacer un breve repaso histórico, por un lado, y señalar, por otro, las características particulares de la coyuntura presente.

Así, durante la época del esquema agroexportador los ciclos se basaban en un fuerte endeudamiento externo y en el montaje y desarrollo de una estructura agropecuaria, basada en las exportaciones, con un mercado mundial que necesitaba nuestros productos. El endeudamiento era en parte especulativo, pero también productivo, y los procesos de "stop and go" (que todavía no se llamaban de esa manera), tenían que ver con los desfasajes entre la inversión, la producción y las exportaciones, por un lado, y el movimiento favorable o adverso de flujos de capital, manejado desde el Banco de Inglaterra a través de una baja o una suba de las tasas de interés, por el otro. La dependencia de los mercados externos y de esos movimientos de capital era muy grande y cuando los flujos se detenían, como en 1890, o los mercados se contraían drásticamente, como en 1930, las crisis estallaban con agudeza.

Durante el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, los ciclos económicos estaban vinculados a la vez al mercado interno y a los mercados externos. En la etapa de auge, ante el aumento de la producción industrial vinculada al consumo local, se incrementaban las importaciones, para comprar bienes de capital e insumos básicos y se reducían las exportaciones, por la mayor demanda interna originada en la suba del salario real y de los niveles de ingresos. Pero el déficit en la balanza comercial y la disminución de las divisas llevaban a una devaluación que provocaba un aumento del precio de los productos agrarios exportables y de los insumos importados. Todo esto se traducía en crisis del sector externo, inflación y políticas monetarias restrictivas. Así, entre 1945 y 1969 hubo al menos tres caídas, en el '50-'52, '59 y '62-'63 y un achatamiento en el '67-'68 y tres máximos en el '47, '61 y '65, con una recuperación en el '69. Sin duda, la ausencia de un sector industrialintegrado y exportador y la existencia de un sector agropecuario que condicionaba la exportación a sus propios intereses sabiendo que era el principal proveedor de divisas, explica en parte esta situación. Sin embargo, el endeudamiento externo era pequeño y la inversión extranjera se radicaba mayormente en el sector industrial, aunque con notorias falencias y desniveles.

Finalmente, con el modelo rentístico financiero, que predominó desde la dictadura militar de 1976, el endeudamiento externo volvió a constituir la principal explicación de los ciclos, aunque esta vez predominó el sector financiero y ni la producción interna ni las exportaciones jugaron un rol clave. Los capitales externos formaron parte de un reciclaje de flujo de fondos del Primer Mundo en busca de mayores rentabilidades y sólo se interesaron por obtener rápidas ganancias aprovechando las políticas de apertura irrestricta de la economía o luego, en el período menemista, mediante la compra a precio vil de activos internos. Beneficiándose de tablitas cambiarias, seguros de cambio o el anclaje de la convertibilidad, esos capitales venían y se iban marcando el compás de los ciclos económicos, fundamentalmente financieros.

En este capítulo de la historia, las crisis fueron más violentas y estallaron en 1981, en 1989, con el proceso hiperinflacionario, y en el 2001, con muy cortos períodos de crecimiento debido al endeudamiento (aunque con un costo social altísimo), y varias caídas intermedias.

Ahora, la situación es distinta a los períodos descriptos, pero tiene todavía características de cada uno de ellos. La industria vuelve a levantarse, como en el período de sustitución de importaciones, pero a costa de una mayor demanda de productos importados y sigue dependiendo, como en el modelo agroexportador y el de industrialización, del comportamiento del sector agrario. El desempeño de la balanza comercial se transforma, así, en un factor clave en la acumulación de divisas. Pero, al igual que en el modelo rentístico financiero, el pago de la deuda externa (aunque el país no siga endeudándose y se solucione la cuestión del canje) va a seguir pesando y mucho en la necesidad de divisas. Si a esto agregamos la necesidad de solucionar los graves problemas sociales que todavía nos aquejan y van a exigir mayores compensaciones en las fases de crecimiento, la cuestión se torna más compleja.

Realizar una política anticíclica ahora parecería una tarea ciclópea. La única respuesta es un país que marche aceleradamente en la búsqueda de su propia cohesión económica y social por sobre los imperativos de cualquier tipo de interés particular, interno o externo. Si los ciclos no se evitan, al menos evitaremos devorarnos a nosotros mismos".

Pero muy pocos están dispuestos a considerar estos antecedentes. La guerra es mediática, en la prensa, en las redes, se buscan argucias, vericuetos por donde atacar. Que el vicepresidente Amado Boudou concrete un negocio personalmente rentable importa muchísimo más que la cobertura en ayuda estatal que ha beneficiado a más de tres millones y medio de chicos. Que la presidenta tenga un rancho grande en Calafate genera un resentimiento (exacerbado por la prensa de la oligarquía) que invisibiliza por completo la cobertura a los millones de ancianos que no podian acceder a una pensión y que ahora tienen a qué echar mano para comer.

Veo chicos felices en las distintas ciudades argentinas con sus notebooks nuevos, de última generación, obsequiados por el gobierno nacional. Veo inauguraciones y reaperturas de complejos industriales que llevaban décadas cerrados. Veo una reactualización constante de las pensiones y salarios, y algo para aplaudir, un acto de justicia histórica que permitió a las dueñas de casa acceder a una jubilación en igualdad de condiciones respecto al resto de los trabajadores. Veo una reforma al código civil que ahora incluye a las minorías sexuales, mediante una ley de matrimonio igualitario. Se ayuda directamente a las madres solteras, se reconstruye el entramado científico que estaba abandonado, se impulsa la integración regional, se aumenta el presupuesto en educación y un suma y sigue. Es decir, no es posible afirmar seriamente que el gobierno no ha hecho nada.

Voy recorriendo Argentina, sus inmensidades terrestres, su desierto verde, donde a veces es posible ver un gaucho entre millones de vacas, veo sus ciudades, leo su prensa, sus diarios locales, nacionales, escucho sus radios, converso con muchos argentinos, y percibo que en su gran mayoría ven con esperanza el futuro inmediato. Es cierto que algunos se sienten inseguros, pues desde los medios les aseguran que los atracos se multiplican como el pan divino, y que las leyes punitivas, tal como en Chile, son absolutamente garantistas, convirtiendo al infractor en víctima, y a la víctima en un desprotegido acusador que nunca logrará justicia. Resulta demasiado evidente el descaro con que la prensa ligada al Grupo Clarín contribuye a expandir la sensación de inseguridad en la población, dando amplia cobertura nacional a cada atraco y atribuyéndole la culpa al gobierno central, omitiendo que la labor de seguridad les corresponde jurisdiccionalmente a las gobernaciones provinciales, salvo en el Distrito Federal.

Por otro lado, percibo a una fracción considerable de la clase media resentida por sentirse dejada de lado, porque según ellos el gobierno sólo beneficia a los más pobres, a los que a juicio de ellos no merecen recibir asistencia ya que eso genera acostumbramiento, clientelismo e injusticia en un sentido distinto. Se vio en el cacerolazo. Los manifestantes vociferaban demandas muchas veces personales, con odio, con desdén, vomitando intolerancia social, camionadas de prejuicios, pedían libertad para comprar más dólares, más seguridad, que se acabara la subvención a los más pobres y un rotundo no a la posible reelección de la presidenta. En esencia era eso. Lo demás era porquería fascista, monsergas y ofensas intraducibles hacia el gobierno y hacia los que apoyan al gobierno.

El cacerolazo fue una advertencia de la oligarquía argentina, que hoy se ha arremangado la camisa para sabotear al gobierno desde todos los frentes que controla, transformando sus consorcios de prensa en trincheras, en verdaderos partidos políticos con tintes goebbelianos. La mentira, el odio y la cizaña son sus principales armas de socavamiento. Son los mismos intocables que nunca permitieron que el país se industrializara, porque eso podía desordenar el ajedrez de la riqueza basada en la explotación primaria, que tan buenos dividendos les dio a una pequeña clase oligárquica durante dos siglos.

El gobierno, lejos de victimizarse o recular, responde a la argentina, con trompadas semánticas, con altanería, con soberbia, con la mirada al frente y usando todos los medios informativos de que dispone, convencidos de estar haciendo bien las cosas.

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