Cuadernos de la ira: El reloj de Cristina

A Cristina le gusta vestir bien, le gustan las joyas caras, es vanidosa y mesiánica, y no hace el menor esfuerzo por prudenciar ese lado personal que suele causar resentimiento y le otorga poder de fuego a sus rivales.
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Al parecer, a Cristina Fernández, Presidenta de Argentina, no se le odia principalmente porque un considerable número de argentinos entienda los inescrutables senderos de su política, sino porque su reloj y sus atuendos se consideran demasiado ostentosos.

A Cristina le gusta vestir bien, le gustan las joyas caras, es vanidosa y mesiánica, y no hace el menor esfuerzo por prudenciar ese lado personal que suele causar resentimiento y le otorga poder de fuego a sus rivales.

Los fotógrafos, diestros en exaltar o destruir imágenes, compiten cada día por aprehender visualmente a la diosa o a la demonia, dependiendo de la trinchera política que les pague por sus instantáneas.

Transito por Facebook y Twitter bancándome la furia de los cibernautas australes contra su mandataria. Sin embargo, y tal como en una pelea callejera, los argumentos esgrimidos se dirigen casi exclusivamente hacia la persona detrás de la Presidenta. Una amiga filósofa la apodó con gran asertividad como la Guerrillera Channel.

De esta forma, la culpa de la inflación, de la ausencia de dólares, de los paros agrícolas, del frío, del bigote mal cuidado de Aníbal Fernández y hasta de que Dios haya abandonado a los argentinos, es de la Presidenta, y en particular de su reloj, tan grande y reluciente como su ego.

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