Criminólogos y criminales

De entre las últimas generaciones de estudiantes secundarios que contribuí a formar académicamente, me llamaba la atención la cantidad de muchachos que habían decidido estudiar criminología. Era una carrera nueva que empezaron a abrir la mayoría de las universidades privadas, institutos e incluso un quinteto de universidades estatales.
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De entre las últimas generaciones de estudiantes secundarios que contribuí a formar académicamente, me llamaba la atención la cantidad de muchachos que habían decidido estudiar criminología. Era una carrera nueva que empezaron a abrir la mayoría de las universidades privadas, institutos e incluso un quinteto de universidades estatales.

Como orientador vocacional, me resultaba extraña esa fiebre, y sobretodo me ponía en la disyuntiva si desaconsejar o no tamaña decisión. Y era fundamentalmente porque no existían precedentes sobre la carrera misma ni sobre la ocupación de sus futuros egresados.

De mi último curso, que no tenía menos de 44 alumnos inscritos (aunque solían turnarse en la asistencia no más de 28), alrededor de diez querían estudiar criminología, 8 psicología, 5 periodismo, 3 trabajo social, 2 se irían a la mili, 1 medicina, 1 geología y 1 biología marina. El resto no tenía ningún plan, o más bien tenían la certeza de que nadie los ayudaría económicamente como para inscribirse en un instituto de educación superior (en Chile, ya es bien sabido, nada es gratis, y tenemos la mala fortuna de contar con uno de los sistemas educacionales más caros y corruptos del mundo)

El hecho es que algunos de estos muchachos se lograron matricular efectivamente en la carrera de criminología. Pagaron su arancel, se endeudaron con los bancos, compraron útiles y libros, gastaron en pasajes, en comida, en alojamiento, y tuvieron un sueño en mente, no muy claro por supuesto (corrían rumores de que en las policías o en el sistema judicial quizás los contratarían a futuro)

La olla se destapó a los meses siguientes. La carrera era un fraude. Se abrió indiscriminadamente por todo el país sin que nadie hiciese un estudio previo sobre las posibles ocupaciones futuras de los egresados. Lo cierto es que nadie les daría trabajo. Algunas universidades e institutos ya se habían llenado de plata con tanta matrícula, y luego, si te he visto no me acuerdo. Las carreras se cerraron de golpe, dejando a más de 20 mil alumnos con sus sueños abortados y sin ningún peso en los bolsillos.

Hace poco sucedió algo parecido, pero esta vez fue por el cierre de una gigantesca universidad privada, llamada Universidad del Mar, cuyo nivel de corrupción estalló en las narices de los chilenos. Se lo robaron todo, engañaron a sus alumnos, los endeudaron con los bancos, triangularon grandes sumas para evadir impuestos, y arrancaron con el botín. Otros 20 mil alumnos en la calle.

En realidad, los casos similares son varios, pero me extendería demasiado. Lo que cuento es sólo un botón de muestra del denigrante sistema educacional chileno, levantado y mantenido con respiración artificial por una camarilla de empresarios y políticos neoliberales, que se han hecho multimillonarios a costa de esta gran estafa.

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