Carta Abierta a Michelle Bachelet

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The head of the United Nations Women, Michelle Bachelet, speaks during a press conference in Rabat on March 8, 2012 during the International Women's Day. AFP PHOTO / ABDELHAK SENNA (Photo credit should read ABDELHAK SENNA/AFP/Getty Images)
The head of the United Nations Women, Michelle Bachelet, speaks during a press conference in Rabat on March 8, 2012 during the International Women's Day. AFP PHOTO / ABDELHAK SENNA (Photo credit should read ABDELHAK SENNA/AFP/Getty Images)

michelle bachelet

Estimada Michelle:

Caen las primeras hojas otoñales en este flacucho país. Abro muy temprano los periódicos digitales y me entero que has regresado. Dejaste tu labor en la ONU Mujeres, para venir a calmar las expectativas de millones de chilenos que te quieren de regreso en la presidencia.

Tus simpatizantes te adoran, te vitorean, te encuentran simpática, risueña (cómo aman tu sonrisa. De alguna forma este país perdió su atmósfera grisácea gracias a tus ojitos acogedores y dicharacheros). Tu gente te blinda de los ataques de la derecha y hasta omite lo que se hizo mal o lo que no se hizo. Pero así parece ser la lealtad.

Llegaste a la presidencia el 2006 por efecto de tu cautivadora sonrisa ( y esto es una opinión personal, no lo tomes a mal). Sé que previamente ni tú ni nadie en tu círculo lo imaginó siquiera. Menos en tu Partido Socialista, la mayoría de los cuales parecían perros de presa gruñendo ante tu irrupción, pues rompía la rígida verticalidad de los barones.

Pero vamos un poco más atrás, al momento exacto en que por primera vez los chilenos quedamos boquiabiertos contemplándote por televisión. ¿Lo recuerdas? Ibas a bordo de un mowag, supervisando las calles anegadas por la intensa lluvia del 2002. Los chilenos estábamos acostumbrados a que la clase política no saliera de sus oficinas más que a cobrar sus gigantescos sueldos. Pero tú llegaste a trabajar, y a mover la ociosa maquinaria blindada de nuestra fuerzas armadas para ayudar a los necesitados. Eso bastó para empezar a amarte. Ni siquiera un hombre lo había hecho. Pero tú llegaste a darnos una cátedra de género. Las mujeres lo pueden hacer todo y mucho mejor que los hombres.

Cuando asumiste la presidencia (lo recuerdo muy bien) había decenas de miles de mujeres aclamándote bajo el balcón presidencial. Estaban exultantes, muchas llevaban una simbólica banda presidencial atravesada en sus cuerpos. Algunos lloraban de emoción, viejos con sus pañuelos rojos al cuello que veían en tí a la hija del socialismo allendista. O quisieron verlo, pues el sentimentalismo político también acorta la vista y el resto de los sentidos.

Sé que todo fue muy rápido, Michelle. Hay personas que se preparan toda la vida para alcanzar la cumbre. Tú te habías preparado para muchas cosas, eras madre, pediatra, ministra, políglota, articuladora política, experta en temas de defensa, pero estoy seguro de que no se te había pasado por la cabeza ser presidenta. Y se notó en los primeros meses. Eras demasiado bienintencionada en un medio donde abundan los buitres, las ratas y las hienas. Querías hacer andar el país tomándole la opinión a medio mundo. Proponías comisiones para todo. Y los políticos se burlaban de tí a tus espaldas. Las comisiones no dieron ningún fruto, porque éste es un país de vagos aprovechadores, que sólo hacen la hora para dar nuevos zarpazos.

Imagino que tienes tan buena memoria como yo. ¿Recuerdas cómo te fueron dando la espalda? Los políticos que en teoría te acompañaban y que cobraban suculentos salarios gracias a tu gobierno, llenaban al mismo tiempo las revistas de papel couché con cizaña traidora, poniendo en discusión incluso tu capacidad como mujer, tu nivel de inteligencia, tu sanidad mental. ¿Recuerdas que algunos eran de tu propio partido, o de la democracia cristiana? Cómo te dieron de duro los demócrata-cristianos tus dos primeros años de gobierno.

¿Recuerdas el momento exacto en que eso cambió? Fue cuando empezaste a subir en las encuestas. Sola. Sólo tú. La gente no quería a tus acompañantes. Sabía que eran unas ratas, pero te querían a tí. Y así llegaste al 84% de apoyo, y milagrosamente todos tus detractores y menoscabadores anteriores ahora se peleaban por tomarse fotos contigo para sus siguientes campañas. A veces no quisiera tener tan buena memoria, Michelle.

Debo reconocer que siempre fuiste una dama. Siempre buscaste la paz social, nunca la confrontación de clases, ni exacerbaste las odiosidades, ni los rencores acumulados, ni el resentimiento de los despojados del último cuarto de siglo. Y no sé si eso contribuyó mucho, pues significó que las injustas condiciones de vida en Chile siguieran su parsimonioso rumbo.

El 2006, los estudiantes secundarios le dieron un primer gran espolonazo a tu gobierno. Por unas cuántas semanas tornaron el país casi ingobernable. Reclamaban por algo justo. El abandono de la educación pública por parte del Estado, que desde hacía décadas había optado por su paulatina privatización, por dejarla en manos del empresariado.

Reconozcamos que no saliste completamente airosa en ese momento, por cuanto tu imagen se vio seriamente afectada (caíste al 36% en las encuestas), pero por otro lado, tu triunfo, o más bien el triunfo del gran empresariado, fue que no necesitaste hacer ningún cambio estructural al sistema educacional, pues apagaste el movimiento estudiantil tal como lo habían hecho tus predecesores. Apostando a la división y al desgaste de las fuerzas sociales.

Por otro lado, y esto me molesta personalmente, no le tocaste una pluma al sistema previsional de los militares, profundamente injusto respecto al resto de los chilenos. Tampoco le tocaste un pelo a las transnacionales mineras que siguieron muy orondas su saqueo de nuestras riquezas subterráneas, dejando a cambio una limosna simbólica.

Y qué decir de esa noche del terremoto, Michelle. Los milicos no te obedecieron. Acostumbrados a sus incontables privilegios, imbuidos de un clasismo, de una falta de preparación y de una ideología que los vuelve inoperantes en situaciones de emergencia, esos vagos del culo no movieron un dedo ante tus órdenes. Parecía que hasta se estaban burlando. Incluso tu almirante se volvió a enrollar en sus cálidas sábanas mientras el maremoto arrasaba con los poblados del litoral. ¿Quién puede reparar eso, Michelle?

Pero sé que hiciste cosas muy buenas. Cosas que a estas alturas pocos te valoran, porque la gente es olvidadiza o malintencionada. Los ajuares que repartías para las mujeres que daban a luz en los hospitales públicos. Eso era algo que ayudaba mucho, Michelle. Lo sé porque yo era profesor de muchachas secundarias pobres que quedaban embarazadas, que nadie las apoyaba, y que apenas podían mal alimentarse. El Estado debe preocuparse de los más vulnerables, ayudarlos, tenderles puentes, darles ánimo para que superen su condición. Porque completamente solos y en las actuales condiciones, hay que ser un extraterrestre para escapar de la pobreza extrema.

También recuerdo tu pensión universal para los adultos mayores. Fui testigo y lo sigo siendo de cómo ayudó ese pequeño monto a que cientos de miles de ancianos superaran su extrema precariedad, y se sintieran dignos. Por primera tuvieron algo seguro a qué echar mano. Eso estuvo muy bien, Michelle. Y lo aplaudo de pie.

Es muy posible que vuelvas a ser la presidenta de Chile este 2013. Pero sé que te has dado cuenta que no vuelves al mismo país que te despidió con gratitud hace más de tres años.

Una parte considerable de los chilenos hoy conoce el poder de una ciudadanía movilizada. Lo supieron en la práctica, en Punta Arenas, en Aysén, en Freirina. Levantándose, uniéndose, indignados y furiosos contra el atropello del gran empresariado, o contra las torpezas políticas del gobierno. Esa ciudadanía aún no se ha levantado en las ciudades más grandes, pero tú sabes que puede ocurrir y que la situación se volvería incontrolable. Y hoy día, a diferencia de décadas pasadas, nadie sensato echaría mano al ejército para reprimir el descontento social.

Lo sabes muy bien, Michelle. Aunque te vitoreen y te reciban con los brazos abiertos, la gente no es la misma. Los chilenos que te aclaman, y los que te aguardan desde la extrema izquierda, te exigirán cambios estructurales profundos desde el primer día. La ciudadanía está atragantada de resentimiento ante el atropello de un sistema neoliberal que sigue haciendo agua, porque no mejora las condiciones de vida de la mayoría. Y eso a la larga sólo puede decantar en un incendio inapagable.

Por mi parte te deseo lo mejor.

Atentamente

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