García Márquez en la acera de enfrente

Unos años después, leí en un periódico que la Balcells había enviado un ramo de flores a la habitación donde convalecía el dictador cubano por una diverticulitis de la que al final se libró. A partir de entonces, ni ella ni García Márquez merecían mis sueños.
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HAVANA, CUBA: Cuban President Fidel Castro (L) talks with the Colombian Nobel Laureate of Literature, Gabriel Garcia Marquez, during a dinner at the closing of the Cuban Cigars Festival in Havana, Cuba, 04 March 2000. Castro and Marquez witnessed the auction of special boxes for Cuban cigars, which collected a sum of US$ 523,000 to be used to buy medicine for children's hospitals. (ELECTRONIC IMAGE) AFP PHOTO/ADALBERTO ROQUE (Photo credit should read ADALBERTO ROQUE/AFP/Getty Images)
HAVANA, CUBA: Cuban President Fidel Castro (L) talks with the Colombian Nobel Laureate of Literature, Gabriel Garcia Marquez, during a dinner at the closing of the Cuban Cigars Festival in Havana, Cuba, 04 March 2000. Castro and Marquez witnessed the auction of special boxes for Cuban cigars, which collected a sum of US$ 523,000 to be used to buy medicine for children's hospitals. (ELECTRONIC IMAGE) AFP PHOTO/ADALBERTO ROQUE (Photo credit should read ADALBERTO ROQUE/AFP/Getty Images)

Cuando vivía en Barcelona, mi sueño era encontrarme con Carmen Balcells en sus oficinas de la avenida Diagonal, y entregarle el manuscrito de unas crónicas redactadas como terapia. Yo trabajaba precisamente cerca de la Balcells, cuidando a un anciano de 90 años que había peleado en la Guerra Civil Española en el bando de los nacionales, un promotor que, según me dijo, había llevado el cine de Cantinflas a España.

El anciano murió y nunca crucé la calle para pisar los predios de la agente literaria más famosa de Barcelona. Mucho más que eso, la Balcells fue la responsable del Boom Latinoamericano de la literatura ocurrido en los años 60, llevando de la manos, ella misma, a unos principiantes Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.

Ese era mi sueño, un motor que sostenía la importancia de vivir en Barcelona y ser un cuidador de ancianos y a la vez periodista exiliado.

Unos años después, leí en un periódico que la Balcells había enviado un ramo de flores a la habitación donde convalecía el dictador cubano por una diverticulitis de la que al final se libró. A partir de entonces, ni ella ni García Márquez merecían mis sueños, por ser amigos personales de Fidel Castro.

La noticia de la muerte de García Márquez, ocurrida en México, a los 87 años, la recibo en Miami, a donde me mudé. El Premio Nobel de Literatura siempre será una línea de conexión con roturas temporales, entre mis imágenes de El amor en los tiempos del cólera -que leí en La Habana cuando era estudiante de Periodismo-, el exilio, la tercera edad que adelanté cuidando ancianos, los agentes literarios, el dictador que nos roba los sueños por el daño irreparable, el realismo mágico de algunas personas que conozco y el amor de adolescencia.

Yo fui Florentino Ariza. Se murió García Márquez y con él, al menos en mi caso, muere el mito del escritor que viene de abajo y encuentra un alma buena que lo salva de la frustración.

Caso cerrado: uno nunca sabe para quién trabaja.

"Escribo porque quiero que me quieran"

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