Bajo el seudónimo de Laura

En el año 2000 -comienzo de milenio y de muchas otras cosas -, una rubia extranjera subió a un pequeño avión de líneas regulares entre La Habana y Guantánamo. La nave era una de esas reliquias soviéticas a motores que milagrosamente vuelan todavía en la isla de Cuba.
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laura guantanamo

En el año 2000 -comienzo de milenio y de muchas otras cosas -, una rubia extranjera subió a un pequeño avión de líneas regulares entre La Habana y Guantánamo. La nave era una de esas reliquias soviéticas a motores que milagrosamente vuelan todavía en la isla de Cuba.

Justo detrás de ella, dos reporteros de la revista Bohemia -el fallecido fotógrafo Tomás Barceló y este servidor- observaron el tipo delgado y fibroso de la joven, así como su cabellera lacia -con tonos caoba- recogida atrás como una cola de caballo. Luego del despegue, los dos hombres la abordaron por encima del asiento. La mujer definitivamente viajaba sola.

-¡Qué raro, una norteamericana aquí!

-El bloqueo no existe- comentó Barceló.

Cuando aterrizaron en Guantánamo, el destino estaba echado. Los tres investigaban un evento de teatro itinerante organizado por el grupo de guiñol provincial. Era uno de los programas más extraordinarios que ocurría cada año, en enero, al este de Cuba, por donde nace el sol y donde la pobreza es absolutamente una bofetada en pleno rostro.

Primero a lomos de mulos y luego en un camión destartalado -también soviético-, llegaban a las denominadas zonas de silencio en las que, como indica la definición, no existen señales de Frecuencia Modulada. Y mucho menos un teatro convencional. Son las paradojas de la Revolución: Está la voluntad de expandir el arte entre la penuria y el hambre.

La rubia norteamericana, que viajaba hasta allí cumplimentando una tesis doctoral sobre Antropología Teatral, salía ilesa del fango y de los sustos causados por un camión al borde del abismo. Era como las películas de Hollywood: se sacudía el polvo y como nueva, lo cual confirmaba la permanencia de un mito histórico. Ecuánime en todo momento, su cámara de fotos y su libreta de notas iban trabajando en silencio, entre hombres y mujeres del campo, personas rudas; entre artistas de ciudad convertidos en conquistadores de sonrisas. Todos aplacando el terrible calor en las carnestolendas cubanas, lejos de cualquier tipo de confort y muy lejos también de los comportamientos afectados por las apariencias.

A Laurie A. Frederik le pusieron en Cuba el seudónimo de Laura.

Profesora de la universidad de Maryland, la rubia no tuvo más opción que asumir su nueva identidad. Pero había un detalle que unía las aparentemente inconexas formas de vida: Laura era una profesional en bailes de salón, lo cual indica que podía moverse cómodamente dentro de los ritmos tropicales más variopintos.

Hasta ese momento, nadie había escrito un estudio comparativo entre las costumbres del centro de la isla y las del oriente, o el este, dado a través del teatro comunitario. Laura venía de una larga estancia en Cumanayagua, Cienfuegos, donde vivió y recolectó viandas y frutos con los lugareños y estudió en primera instancia el día a día de Teatro de los Elementos. Este colectivo cubano, dirigido por José Oriol González, es un laboratorio continuo donde se prueban técnicas tan postmodernas como las del teórico escénico italo-danés Eugenio Barba. El gurú de la Antropología Teatral ha estado en Cuba, como Laura, buscando algunos de sus porqués.

Casi nadie lo sabe, o no se lo imagina, pero esa isla es un curioso refugio de culturas con una representación escénica arrolladora, desde lo exquisito a lo más naif. Tal vez la creación haya sido uno de los sostenes humanos en aquella geografía. La mente ocupada es mucho más llevadera, pero hasta cierto punto.

Laura entroncó con la realidad rural socialista al poco tiempo de caerse el Telón de Acero. Entre los años 2000 y 2001 recopiló información como una hormiga; hizo amigos en Cuba y luego se volvió al capitalismo con un inmenso material que le dio suficientes dolores de cabeza.

laura perfil
Laurie A. Frederik, profesora e investigadora de antropología en la Universidad de Maryland.

¿Cómo ordenarlo todo?

Con el tiempo fueron saliendo sus dos criaturas, Fenix, su pequeño hijo, y el volumen Trumpets in the mountains (Theater and the Politics of National Culture in Cuba), que acaba de publicar este año la editorial Duke University Press. Aunque no está bien claro cuál de los dos alumbramientos ha sido el más doloroso.

El libro ofrece detalles minuciosos de las dos zonas visitadas en su viaje -Cumanayagua y Guantánamo-, a través de entrevistas con creadores y con el público, además de estar ilustrado con sugerentes fotos de la autora, todas enfocadas desde el punto de vista testimonial, costumbrista. El lenguaje viaja con comodidad desde el academicismo hasta la norma popular, sencilla y llana del guajiro cubano, y no deja de estar presente un fino sentido del humor que no cuestiona, sino indica, qué cosa es el surrealismo antillano "revolucionario" donde conviven dictadura, alienación y existencialismo.

"¿Or, what happens when el negrito, la mulata, and el gallego meet el Hombre Nuevo?", se pregunta la autora en una entrada espectacular, haciendo galas de fina ironía pero profesando cariño hacia esa gente que todavía hace teatro en pésimas condiciones materiales. Las 336 páginas de Trumpets in the mountains...no van dedicadas especialmente al cosmopolitismo urbano, sino, desde la evidente humildad de Laura, a ese ser humano anónimo que ni siquiera sale en los reportajes de la prensa nacional. Porque toda esa obra tan cierta como campesina que es, parece quedarle lejos a los estamentos de poder.

laura baile de salón
Laurie es también una reconocida bailarina de salón en los Estados Unidos.

Tenía que ir alguien "de afuera" y reportar antropológicamente a esa gente perdida en un mapa secreto, aquellos que viven sin televisión y sin radio no muy lejos, precisamente, de la Base Naval norteamericana de Guantánamo.

Así es la vida, rompedora de moldes, rompedora de mitos.

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