Desde la antigüedad el viaje fue un complemento de la educación regular, es decir, además de tener un pedagogo e ir a una academia, el estudiante debía viajar para comprobar y expandir sus conocimientos y también hacer sus propios descubrimientos.
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havana

Desde la antigüedad el viaje fue un complemento de la educación regular, es decir, además de tener un pedagogo e ir a una academia, el estudiante debía viajar para comprobar y expandir sus conocimientos y también hacer sus propios descubrimientos. La literatura griega, romana y hebrea está repleta de personajes que viajan, entre ellos Odiseo, Enéas y Jonás. Viajes metafóricos, es decir formas de comunicar una experiencia espiritual, pero también viajes reales o materiales: ir de un sitio a otro encontrando nuevas gentes y culturas.

Hace unas semanas se estrenó la más reciente versión de la película Star Trek, como sabemos, basada en la idea de recorrer del universo en busca de experiencias y conocimientos inéditos. En las Américas se cuenta que el Inca viajaba a pie de Cusco a Machu Picchu para contemplar la naturaleza y aclarar su mente en el camino.

En la época medieval hemos leído los viajes de Marco Polo a China en busca de nuevas rutas comerciales y así, con cada época, el viaje se fue integrando a la educación y ciencia también como recreo, entretenimiento y hasta un poco de prescripción médica para curar dolencias físicas y psicológicas.

Durante mis años en Cuba, el viaje al exterior era prácticamente imposible, pero se podía ir a provincias y lo hice con frecuencia en diferentes edades y por diferentes razones a ciudades como Santa Clara, Cienfuegos, Matanzas, Holguín y Pinar del Río; me faltaron Santiago de Cuba, y Bayamo, la llamada primada por ser la primera que fundaron los españoles a su llegada a finales del siglo XV.

Una de las cosas que se aprende viajando es que no importa cuán chiquito sea un país, cada región conserva sus peculiaridades y sus habitantes las cultivan como un misterioso ritual.

Algo que igualmente aprendí en la isla fue que a veces se puede viajar en la misma ciudad con tal sólo ir a un barrio vecino; en La Habana no es lo mismo la Víbora que la Habana Vieja, ni Miramar que Alamar.

No fueron pocas las veces que, para entretenerme siendo un adolescente, me monté en un autobús de punta a punta del trayecto sólo para ver el paisaje y observar caras y hasta formas distintas de hablar, vestirse y en general comportarse. Era una forma económica de pasear y relajar.

Cuando vine a Estados Unidos durante los primeros años no tenía el dinero para hacer viajes internacionales, pero gracias a las facilidades de transportación y las amistades, pude viajar durante los primeros siete años a Boston, Chicago, Minneapolis, Nueva York, Washington D.C., Dallas, Filadelfia, San Francisco y por supuesto Miami, además de lugares cercanos al lugar de residencia y trabajo como Des Moines, Madison y tras ciudades y pueblos pequeños del medio oeste norteamericano. Todos y cada uno de esos lugares los he considerado parte de mi formación sentimental. Algunos de ellos como Chicago, los he hecho rutina por la calidad de sus ofertas artísticas, pienso en el Instituto de Arte.

Viajar es una manera de equilibrar el centro de nuestra humanidad al comparar y valorar la diversidad de espacios y sus habitantes; una forma de reconocer las pautas de lo posible y la necesidad de encontrar caminos paralelos a nuestra cotidianidad, a veces tan monótona, serializada y aburrida. "Cambiar de aire", como se dice, por un fin de semana, unos días o unos meses nos ayuda a tomar distancia, explorando perspectivas que quizá no habíamos considerado y luego regresar con nuevas energías y nuevos modos de mirar y sentir nuestro entorno inmediato.

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