Sabemos que América Latina es la tierra de lo real maravilloso, pero cada regla tiene su excepción y en política Cuba es una de ellas; luego no hay que pedirle peras al olmo. La actualización de la posición estadounidense ha sido recibida con esperanza a ambos lados del estrecho de la Florida por una parte considerable de los actores políticos y ciertamente por la población, que ve con alivio el prospecto de mejorar las relaciones, pero también es importante reconocer que 50 años de entuertos no se resuelven en un día.
Por lo pronto, la administración estadounidense continua lanzando signos positivos -quién hubiese imaginado a un presidente americano pidiendo el fin del embargo- aunque, como era de esperarse, acompañados de la retórica intervencionista para promover un cambio democrático en Cuba. Este discurso antagónico no ha funcionado en la diplomacia con La Habana y debería ser eliminado del marco negociador. Cuba no está obligada a aceptar el mangoneo verbal que busca un cambio político.
¿Qué pasaría si para continuar las negociaciones Cuba vociferara que Estados Unidos cambiase su sistema? ¿A dónde llegaría semejante posición? Los estadounidenses tampoco tendrían que aceptar los fuera de lugar cubanos.
Por más que no nos guste, la violación sistemática de los Derechos Humanos en la isla no autoriza al país más poderoso del planeta a condicionar sus relaciones a un cambio en la nación caribeña. Estados Unidos no pide un cambio de régimen a países donde se mutilan los genitales a muchas mujeres ¿por qué entonces continuar pidiendo un cambio de sistema en Cuba?
Es hora de que se aplique el pragmatismo más estricto en las relaciones con la isla; que Estados Unidos se concentre en expandir sus intereses comerciales y respete la libertad de movimiento de sus propios ciudadanos sin condicionar a ello lo que pase o no pase en Cuba. ¿Qué confianza puede construirse entre dos gobiernos que se agreden verbalmente mientras toman un café en la mesa de negociaciones? Ni siquiera las parejas mal llevadas son tan poco condescendientes.
Ahora que el hielo se ha roto es capital que no se pierda la oportunidad que se ha ganado. Como cubano-estadounidense no me gustaría ver que lo que se ha logrado pierda sentido por la tozudez de una retórica - en los dos lados- que no ayuda a avanzar la normalización de las relaciones.
Démosle crédito a las reformas que Cuba impulsa y respetemos su tempo para profundizarlas. Acompañemos ese proceso sin interferir y confiemos en que los cubanos de todo el espectro político encuentren la manera pacífica de mejorar la vida de sus compatriotas abrazando los valores y beneficios de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
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