El arte sí cambia el mundo, para bien o para mal. El poder de las imágenes y las ideas representadas en símbolos, metáforas y sonidos tienen la capacidad de inducir los sentimientos y las emociones de los seres humanos. Cuando esas sensaciones no se comprenden y no se dialoga con ellas, el individuo se desconcierta, su cuerpo reacciona, no piensa, pero actúa. Los antiguos de cualquier civilización sabían esto perfectamente y de ahí el cúmulo de historias y mitologías que elaboraron para explicarse el mundo. Dos casos recientes nos han dejado espantados: el tiroteo en Aurora, Colorado, y la masacre en Libia, donde falleció el embajador Christopher Stevens y otras personas de ambos países.
Mientras escuchamos las condenas a tan desafortunados eventos, es importante que no dejemos de preguntar qué se puede hacer para que no se repitan. Es cierto que siempre habrá un porciento de posibilidades para que continúen ocurriendo, pero su recurrencia y sofisticación nos dice que, más que las consecuencias de una persona con asuntos privados no resueltos, se trata de una manera de percibir el mundo que ve en la violencia la solución a lo que sólo mediante sólidos lazos comunitarios y una educación para la paz puede evitarse. A la cultura de la muerte como mediadora de la vida debemos oponerle una cultura de la vida como espacio para la felicidad.
Y tendríamos que empezar por cuestionar los valores con los que convivimos y que nos invitan a aceptar noticias violentas como parte de los prime time shows. Al principio de su documental Bowling for Columbine, Michael Moore se pregunta cómo nos parecía raro lo que había sucedido en aquella escuela cuando una fábrica de armamentos existía cerca del lugar. La reflexión tocaba el punto central del tema: mientras sigamos pensando que la violencia puede solucionar algo en este mundo, esta se hará presente en todos los lugares porque todos tenemos el derecho a conseguir lo que queremos, incluso sin saber muy bien qué queremos pues no le hemos dedicado el tiempo suficiente para saberlo.
Deberíamos pensar colectivamente la necesidad de llevar armas de fuego. Vivo y trabajo en Wisconsin y no dejo de sorprenderme cada día de los carteles a la entrada de algunos establecimientos, aclarando que no se permite la entrada con armas. ¿Por qué alguien necesita un arma para tomarse un café, o asistir a una clase, o leer un libro? Alguien tiene que tener el coraje, y con alguien digo los votantes, los políticos, los educadores y las familias, de discutir este asunto en profundidad. No es suficiente con aconsejar no caminar en ciertas áreas o no andar con cierta gente. Lo que sea que áreas y gentes signifique. Tampoco es suficiente con aceptar la idea de que algunas personas están a la hora y en el sitio equivocado cuando actos violentos suceden. El problema es mucho más grave que tener o no tener suerte.
Por el momento sería interesante ver qué pasaría si se reducen las horas de violencia en la televisión, si la industria cinematográfica se toma en serio la construcción de la paz en vez de glorificar la guerra y todos empezamos a entender la felicidad como un objetivo colectivo y no sólo personal.
Bowling for Columbine - Que mundo tan maravilloso en Youtube.com:
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