Para muchos latinoamericanos, los arranques nacionalistas de los catalanes no tienen una explicación lógica pues siempre se le ha visto como parte integral de España. La maltrecha España, egocéntrica, resabiosa de su antiguo poderío y hasta un poco envidiosa de la fuerza de las naciones latinas, pero miembro a fin de cuentas de la familia a la que se le perdonan sus exabruptos y excentricidades. Cataluña es parte de ese carácter.
He paseado por la Ramblas en Barcelona y tarareado la canción de Serrat sobre el Mediterráneo debajo del balcón en Calella de Parafrugell, donde la leyenda dice que la escribió. He paseado por los pueblos del Pirineo. He escuchado en las calles del barrio de Eixample todos los idiomas un viernes por la noche, me he perdido en el Cal del centro histórico y he comprado libros en español en algunas de sus librerías. He comido y bebido en un bar de esquina escuchando hablar catalán y he escuchado al atardecer el guitarreo flamenco en una calle de El Raval. Por su gente, nadie podría decir cuán diferente es Cataluña de Galicia.
Pero algo hay cuando la mitad de los catalanes quieren la independencia y la otra mitad la rechaza. Tiene que haber algo. ¿La crisis económica? ¿El deseo de culpar a alguien por la corrupción de Pujols, el padre del nacionalismo? Tal vez el trauma de los años de la dictadura. Eso lo podemos entender muy bien en América Latina, y sí, es posible que la arrogancia de Rajoy les haya recordado a algunos catalanes el dolor de no ser escuchados, pero en eso no están solos, sino bien acompañados por otras nacionalidades ibéricas, y por muchos otros ciudadanos de Madrid, Sevilla o San Sebastián.
Tal vez nadie les ha dicho a los catalanes que los hispanos del mundo los necesitamos dentro de esa "cosa" que se llama España, que bien podría ser sólo un apellido: Cataluña España, Andalucía España, Navarra España, Castilla España, León España... Y así navegar juntos las aguas procelosas de una época de desintegración en la que estar unidos, entre todos y con los amigos, es la única garantía de sobrevivencia contra las contingencias de las guerras, el cambio climático y la revolución tecnológica que lidera una transformación sin precedentes en la historia humana.
Esperemos que el avance del independentismo en las elecciones autonómicas del pasado domingo 27 de septiembre sean sólo una forma más del actual descontento social y que los catalanes sigan siendo parte de la familia.