Educación para la democracia, la convivencia y la paz

Mientras la violencia siga siendo validada como razón de poder y símbolo de supremacía política, económica, e incluso humana, el peligro de su reproducción a todas las escalas sociales se mantendrá y lejos de disminuir los actos violentos, estos aumentarán sin remedio.
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Los atentados de Boston son el más reciente acontecimiento de un acto violento. Cientos de personas mueren a diario por el uso de algún tipo de arma, siendo miles los individuos y las familias que cada año se ven afectados por tales circunstancias. Nos hemos acostumbrado a vivir con la violencia como si esta fuera parte de la naturaleza cuando en realidad detrás de cada acto violento siempre hay un ser humano apretando un gatillo, instalando una bomba, golpeando a una mujer, a un niño, a una persona gay o de color. No pasa un día sin que escuchemos de este tipo de hechos y de tal recurrencia, en el mejor de los casos, casi ni le prestamos atención y en el peor, que quizá sea el más común, salimos a la calle con el temor de que pueda suceder a nosotros mismos o a miembros de nuestras familias, amigos o colegas de trabajo.

Después de la masacre en Newtown, la nación se abocó a un debate con dos posiciones bien definidas sobre el tema de la violencia: una que idealmente prohibiría la posesión de armas y otra que considera a los ejecutantes como desequilibrados mentales. La primera fue cerrada por el senado la semana pasada al interrumpir una ley que obligaría a los vendedores de armas a consultar la información personal de los compradores antes de adquirirlas; y la segunda parece haber encontrado una solución disponiendo dólares para la investigación y la prevención de las enfermedades mentales. Ninguna de las dos pone atención en lo que sin dudas es la premisa de los actos de agresión y que sería la aceptación de la violencia como solución de conflictos. Las palabras educación, democracia, convivencia y paz brillan por su ausencia en estas conversaciones.

Como en todo evento social, no hay solución posible sin la dimensión educativa y sin la promoción de los valores que eleven a la comunidad a un nuevo tipo de consciencia cultural. La respuestas al problema de la violencia en la democracia estadounidense pasa por las preguntas sobre el tipo de educación que queremos para los niños y los jóvenes, al igual que sobre el tipo de familia y vecinos que queremos en nuestras comunidades.

Mientras la violencia siga siendo validada como razón de poder y símbolo de supremacía política, económica, e incluso humana, el peligro de su reproducción a todas las escalas sociales se mantendrá y lejos de disminuir los actos violentos, estos aumentarán sin remedio. No puede ser posible que el país que es capaz de producir el mayor bienestar de vida sea al mismo tiempo el país que produce la mayor destrucción de cuerpos y almas en el planeta. Algo no está funcionando correctamente y ha llegado la hora de corregirlo de una vez y por todas. Una educación para la democracia, la convivencia y la paz es hoy más necesaria que nunca y debe integrar cualquier proyecto de acción para prevenir la violencia en todas sus formas.

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