Viajar con frecuencia te pone en posición de tener que responder constantemente a la pregunta ¿de dónde eres? En Latino América mi acento es claramente cubano, especialmente en los Andes y en el Río de la Plata, pero en España puede ser canario, andaluz o incluso castellano urbano, espacio donde los hablantes han perdido un poco la d, la s y la z finales en la pronunciación, como en el Caribe Hispano.
En Portugal podría pasar por local, si no tengo que hablar portugués. En Estados Unidos, especialmente en el medio oeste, donde vivo, soy evidentemente latino, aunque, debo decirlo, no son pocas las veces que me confunden con alguien del Oriente Medio (nada extraño para alguien con raíces ibéricas), hasta que hablo en español, por supuesto.
Más allá del giro lingüístico o biofísico y luego de varios años trotando el orbe iberoamericano la pregunta ha comenzado a penetrar en otras cavidades psíquicas: ¿qué somos realmente como individuos? Pienso que uno va incorporando valores de aquellos lugares con los cuales se ha relacionado cotidianamente y si somos abiertos y evolucionamos de manera coherente, la experiencia va sustituyendo unos por otros, siempre sobre la base de premisas generacionales.
La identidad es un movimiento constante, aunque nuestro raciocinio no lo capte de inmediato; no se puede parar y no se puede evitar, el control sobre él se funda en coordenadas histórico-temporales que nos toca ir apre(he)ndiendo si queremos alcanzar algún tipo de agencia sobre el proceso.
Los romanos veneraban a Jano, dios de los caminos y las encrucijadas, quien con sus dos caras, hacia atrás y hacia delante, indicaba a los viajeros que avanzar requiere rotar el rostro, observar el pasado y delinear el futuro. Cuando miro hacia atrás, veo a Cuba como el punto de partida y de allí me quedo con la frase de José Martí: "Nada humano me es ajeno", si me gustaran los tatuajes, ese sería el único que llevara.
De Estados Unidos me quedo con el concepto del move on, es decir continuar el camino, seguir adelante, que para un inmigrante es cuestión de sobrevivencia. Un concepto, por otro lado, vital en la era de la intensidad comunicativa, el uso masivo de datos y la venta desmedida de productos e ideologías de último minuto.
De Latino América, con su variedad y complejidad, me gusta el Sí Se Puede - no hay que olvidar que fue un campesino mexicoamericano quien lo lanzó en los años sesenta-, tan útil para participar de las políticas sociales y los movimientos de justicia a nivel global.
Uno es entonces más que de un lugar, de unos valores y unas frases que te van conduciendo hacia la convivencia con el mundo. Soy de esas experiencias, de esos países de palabras y de esas utopías de futuro sin olvidar las enseñanzas del pasado.