Los Angeles y sus demonios: el parque que se derrite en la oscuridad

La primera vez que escuché hablar del Parque MaCarthur fue en una canción de Donna Summer de la época "Disco". La versión original fue escrita por Jimmi Webb en 1968 y aunque es un tema fascinante, los críticos consideraron que tenía "la letra más absurda jamás escrita".
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La primera vez que escuché hablar del Parque MaCarthur fue en una canción de Donna Summer de la época "Disco". La versión original fue escrita por Jimmi Webb en 1968 y aunque es un tema fascinante, los críticos consideraron que tenía "la letra más absurda jamás escrita". Juzgue usted mismo:

El parque MacCarthur se derrite en la oscuridad,
hielo dulce y verde escurre cuesta abajo.
Alguien dejó el pastel afuera, en la lluvia.
No creo que pueda soportarlo.
Me tomó mucho tiempo hornearlo.
Y nunca conseguiré la receta otra vez, oh no.

En su momento se pensó que describía un viaje de drogas, pero el autor aclaró que se refería al triste final de una relación amorosa que creció alrededor del emblemático sitio.

La segunda vez que escuché hablar del MacCarthur fue en uno de mis primeros viajes a Los Angeles. Como ya tenía la intención de quedarme, un amigo me sugirió visitarlo: Ahí consigues lo que quieras, me dijo, licencia de manejar, papeles de trabajo, greencard, pasaporte americano. Reconozco que acaricié la posibilidad durante unos minutos, pero como soy muy maricón para esas cosas, preferí irme por el largo y penoso camino de la legalidad. "Y nunca tendré la receta otra vez, oh, no".

Sin embargo, mi fascinación por el lugar no terminó ahí. La zona se convirtió en un atajo frecuente para ir a trabajar de Glendale a Santa Mónica. Cada vez que rozaba sus linderos, me llamaba la atención la enorme cantidad de hispanos que retozan plácidamente en sus prados, los puestos ambulantes en las calles cercanas y esa extraña sensación de haber salido de Estados Unidos.

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Al MacCarthur lo amas o lo odias: "No hay ninguna razón para poner un pie ahí, a menos que seas enfermo mental. Encuentras de todo: pordioseros, drugdealers, vendedores de comida dudosa, predicadores chiflados. Si eso es de día, no quiero imaginarme de noche. Hay basura por todas partes y hasta me he topado con agujas tiradas en el suelo".- expresa J.P de Laguna Hills. Pero no todos piensan igual: "¡Me encanta este parque! Es cierto, hay algunos tipos raros ahí, pero, ¿cómo vas a disfrutar lo bueno si no conoces lo malo?- dice Sabrina M. de Washington D.C. " Si odias el MacCarthur entonces odias la ciudad. Porque no es más que un microcosmos de Los Angeles. ¿Pordioseros? ¿Locos? ¡Están en todas partes!- afirma Maxwell S. de Santa Mónica.

El parque fue construido en 1880 como una reserva de agua potable que alimentaba al sistema de zanjas o canales de la ciudad. Cuando llegaron las tuberías a presión, lo convirtieron en sitio recreativo. En la década de 1890 era un destino vacacional rodeado por hoteles de lujo y al área se le conocía como el "Champs Elyséees" de Los Angeles. Un siglo después, a mediados de los ochentas, ya se había convertido en escenario favorito para la venta de drogas, peleas de pandillas, balaceras y uno que otro ahogado. Nada más en 1990 hubo treinta asesinatos. Cuando vaciaron el lago en 1978 , sacaron cientos de armas de fuego de sus profundidades. En 2008 se registró un tiroteo entre pandillas mientras se celebraba una fiesta de cumpleaños. Mataron a tres incluyendo a una mujer y su hijo. Pero nada de eso nos va a impedir disfrutar una linda tarde de sábado en el MacCarthur Park, ¿o sí?

Al entrar, lo primero que me viene a la mente es la Alameda Central de la Ciudad de México: un vendedor de chicharrón por aquí, otro de Hot dogs por acá, el de fruta con chile por allá. Cientos de cuerpecitos morenos persiguen los balones en las canchas de futbol. Portan playeras de equipos mexicanos, salvadoreños, guatemaltecos. Una vieja con un altavoz entona su alabanza: "Déjame tocar tu manto, tan sólo el borde de él, para que mi alma sea libre y así me pueda sanaaaaar". Al llegar al lago encuentro un grupo numeroso de hombres con cañas de pescar. Observo la consistencia de las aguas y comprendo a lo que se refería la canción con aquello de "dulce y verde".

-¿Qué pesca?- le preguntó a uno de ellos.
- Bagre- me responde con acento centroamericano mientras arroja el señuelo de camarón.
- ¿Y se los comen o los venden?
- De las dos. Apenas vinieron los de la ciudad a aventarlos para que pesque la raza.

Se me antoja preguntarle cuántos ojos tienen esos bagres pero prefiero seguir por la orilla. No me encuentro con ninguna aguja pero sí con mucha basura. Más tarde, el sol comienza a teñir de azafrán el agua. Poco a poco la oscuridad acude a retozar a los prados. Un hombre me mira insistente a lo lejos. Me estudia con cuidado; quizá tiene algún documento que ofrecerme. Evito su mirada pero aún la siento picotear mi espalda. A lo lejos resuenan tambores y trompetas. Dirigo mis pasos hacia allá apresurado.

No quiero que me atrape la noche del MacCarthur. La música viene del Levitt Pavillion en el extremo opuesto. Me planto frente al escenario: cinco chicos con vestuarios encendidos interpretan exquisitas notas de swing aderezadas con ritmos caribeños. Se llaman Monsieur Periné y son colombianos. Después, sube a escena la banda Palenke Soul Tribe. Y nos envuelve una bocanada caliente de tecno, cumbia y vallenato.

La multitud salta extasiada sobre el césped. Ahí me siento seguro y poco a poco me integro al ritual colectivo. Los tambores cimbran la tierra, el acordeón lanza carcajadas. Palenke nos ha puesto en trance. Y entonces, cuando mi corazón se ha unido al del parque, distingo a lo lejos un río de hielo dulce y verde que escurre cuesta abajo. A su paso arrastra magníficos pasteles. Y lo juro: puedo ver al MacCarthur derretirse lentamente.

Donna Summer McArthur Park:

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