Los Angeles y sus demonios: Una odisea de Juchitán a Hollywood

Es moreno, estatura media y su español tiene el andar suave y cadencioso de la lengua materna. Si ser el hijo número trece le negó la suerte, él se ha encargado de perseguirla. "Empecé a trabajar desde los diez años en una tortillería; me tenía que levantar a las 4 de la mañana".
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Primera parte

A primera vista, la historia de Manuel Santiago parece una más de los miles de mexicanos que cruzan ilegalmente la frontera detrás de su sueño. "Nací en Juchitán, Oaxaca. Mi lengua nativa es el zapoteco; [no] aprendí español hasta los seis años. Mis padres tuvieron trece hijos y yo era el más chico".

Es moreno, estatura media y su español tiene el andar suave y cadencioso de la lengua materna. Si ser el hijo número trece le negó la suerte, él se ha encargado de perseguirla. "Empecé a trabajar desde los diez años en una tortillería; me tenía que levantar a las 4 de la mañana. Terminé la preparatoria como Técnico en Administración de Empresas pero ahí en Juchitán no había trabajo. Desde que estaba en la secundaria ya visualizaba mi vida en Estados Unidos; no me veía en Oaxaca. El momento que decidí ya venirme fue cuando mi papá falleció. Nomás cerré los ojos y pensé... ya me voy." Manuel reproduce el momento, aprieta los ojos; un manantial de lágrimas nace entre sus párpados.

Era 1991. "En esos años vivíamos en Arriaga, Chiapas y un día me encontré con un muchacho hondureño y le pregunté a dónde iba. Voy para Estados Unidos, me dijo. Le comenté que yo también quería ir, que nos acompañarámos los dos. A mi mamá le mentí; le dije que me iba a Veracruz, donde ya había trabajado antes. Ella sabía que yo no tenía un centavo y sólo me dijo: toma estos ochenta pesos, en algo te van a ayudar ".

La voz de Manuel se desmorona cuando recuerda la culpa que se llevó en la maleta: mentirle a su madre y dejarla sola entre el duelo y los apuros económicos. Pero también recuerda con gusto cómo esos ochenta pesos los ayudaron a llegar de aventón hasta Veracruz. "El hondureño tampoco llevaba nada" ¿Y cómo le hacían con la comida?, le pregunto. "Te juro que no lo sé. Un día paramos en un rancho y les ofrecí los pantalones y camisetas que llevaba en mi maletita, me dieron como cuarenta pesos por todo. Hasta sin ropa me quedé. Yo creo que en la vida nunca tienes que sentir pena de nada, te tienes que aventar, enfrentar las cosas para sobrevivir."

"En el camino nos encontramos con gente que yo creo que por algo Dios te los pone en el camino. Hubo un trailero que hasta a su casa nos llevó. Cuando llegamos a la frontera la hermana del hondureño estaba esperándolo ahí y le dio para pagar el coyote, pero nada más a él. Yo ya no tenía nada. No sé si le caí bien o qué pero cuando el coyote me vio me dijo, vente tú también. El nos guió hasta el río, nos dijo que nos desnudaramos y que echáramos nuestra ropa a una bolsa. Era un tramo de unos cincuenta metros, teníamos que nadar porque se hacían remolinos debajo del agua que nos podían arrastrar" ¿Tenían miedo? Le pregunto. "Nunca tuvimos miedo porque yo quería un cambio en mi vida sin importarme si tenía que vivir o morir".

Manuel cree que no viajaban solos; alguien más los guiaba. "Se mojó mi zapato y cuando se estaba secando bajé la mirada y vi que se había formado una imagen en el cuero. Inmediatamente lo supe: era la figura de mi papá, así como se paraba de viejito".

"Cuando cruzamos el río hacia el lado de Browsville, caminamos hasta una bodega donde empaquetaban ropa y ahí estuvimos encerrados como una semana porque en esa carretera pasaba a cada rato la migra. Desde ahí empecé a ver el cambio que buscaba: el dueño de la bodega me dijo que me quedara a trabajar con él, pero le contesté que no me podía quedar; tenía que continuar mi viaje."

¿Y Hasta dónde querías llegar, Manuel?

"Recuerdo que me puse a rezar y dije: yo voy hasta donde tenga que ir, hasta que sepa el punto donde me tenga que quedar. No tenía ni idea dónde iba a parar. Nos fuimos en autobús a Austin. Ahí nos encontramos con otros hondureños que vivían ahí. Uno de ellos me regaló veinte dólares. Fue la primera vez que tuve dólares en el bolsillo. Al llegar a Austin fuimos a casa de una señora que mi compañero conocía y él se quedó ahí pero a mi la señora me dijo que no me podía recibir y me llevó con el pastor de una iglesia que me dio asilo por dos días. Ahí me acordé de un amigo de Arriaga, Chiapas que vivía en Los Angeles, lo llamé y me dijo que me fuera, que él me podía ayudar. Fue la primera vez que me subí a un avión".

¿Y de dónde conseguiste el dinero?, lo cuestiono.

"Pues fíjate que el pastor me lo regaló." La cara del Juchiteco se ha iluminado. Su voz tiene los bríos del son itsmeño y me da un adelanto de lo que viene en la película de su vida: "Ahí en Los Angeles descubrí que quería ser actor". (Continuará).

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