Los Angeles y sus demonios: Caminando sobre muertos

El cronista cuenta la historia de un joven mexicano que cada noche viaja dos horas para llegar de su casa al restaurante donde trabaja. No tiene auto; utiliza el autobús y camina varias millas por las zonas más oscuras de la ciudad, donde las ratas corren entre sus pies y los peligros acechan en cada esquina.
This post was published on the now-closed HuffPost Contributor platform. Contributors control their own work and posted freely to our site. If you need to flag this entry as abusive, send us an email.

violencia mexico

12 PM. Hora del almuerzo en Santa Mónica, California. Repaso las opciones culinarias: los sándwiches de la Olympic, los sándwiches de la Bundy y los sándwiches de la Sawtelle. Me voy por la última. Sobre la mesa alguien dejó una sección del periódico del día. Entre mordidas encuentro un artículo que me llama la atención: "Para los que sostienen la vida nocturna de Hollywood, el glamor es escaso". El cronista cuenta la historia de un joven mexicano que cada noche viaja dos horas para llegar de su casa al restaurante donde trabaja. No tiene auto; utiliza el autobús y camina varias millas por las zonas más oscuras de la ciudad, donde las ratas corren entre sus pies y los peligros acechan en cada esquina. El periodista concluye: "Todo esto palidece en comparación con México, donde los cuerpos yacen sobre las calles". No sé qué me enchila más, si el jalapeño que me toca justo en ese bocado o la afirmación que juzgo extremista y estereotipada. Localizo el e-mail del autor al final del texto, y desde el teléfono le escribo:

"Estimado periodista, su artículo me pareció sumamente interesante, pero sobre la comparación que hace entre las calles más inmundas de Los Ángeles y México yo le pregunto: ¿Conoce usted este país? ¿En qué ciudades ha estado? ¿Ha ido a la Ciudad de México, Guadalajara, San Miguel de Allende? ¿Tuvo que saltar cadáveres mientras paseaba por ahí?" Y arrastrando mi reclamo vienen los comentarios que he recibido una y otra vez cuando algún americano me pregunta de dónde soy: "Uy, México, terrible lo que está pasando ahí". "Me encantaba ir a México, pero ahora no quisiera ver mi cabeza rodando". Y sigo escribiendo: "Creo que ese tipo de comentarios exagerados le restan credibilidad a su crónica." En este punto, me viene el recuerdo de un breve intercambio que sostuve con un desconocido en el gimnasio, mientras ambos veíamos la televisión que mostraba un pintoresco restaurante mexicano.

- ¿Dónde será ese restaurante? -me preguntó el americano.

- Me imagino que en Tijuana.

- ¿Tijuana?- preguntó incrédulo- Yo no creo que el equipo de filmación se atreviera a entrar ahí.

Y continúo con el correo: "Sé que mi país está pasando por un momento de gran violencia pero su afirmación me suena tan extremista como decir: es mejor asistir a una pobre escuela mexicana en la cima de un cerro que a una linda escuela de Estados Unidos donde los alumnos se disparan".

Envío mi mensaje. Más tarde hago las cuentas que sustenten mi enojo: si dividimos los sesenta mil muertos de la guerra contra el narco en el último sexenio, entre los dos millones de kilómetros cuadrados que tiene el país, nos da un muerto por cada 33.3 km. ¡Imposible no esquivarlos! Y en busca de más argumentos más sólidos que decapiten la aseveración del columnista, reviso los números de asesinatos en Estados Unidos, dispuesto a demostrarle la vieja creencia de que su país es más violento que el mío. La cifra ciertamente no nos favorece: 12996 muertos en 2010.

Entonces me voy contra Los Ángeles. Debe haber más bajas en las balaceras entre pandillas que en los enfrentamientos del crimen organizado en mi país. Nuevamente los números me dejan sin habla: 297 muertos, la tasa más baja en cuarenta años. Entonces salto hasta Irak: Al menos cien mil muertos en la guerra, según los datos oficiales. Y no por eso dejaríamos de vacacionar allá, ¿o sí? Entusiasmado sigo la búsqueda y así me topo con un estudio publicado recientemente por el Índice de Paz Global que me deja desarmado: México está entre los 25 países más violentos del mundo, a tan sólo 23 lugares de la nación más sangrienta, Somalia. La realidad me ha dado el tiro de gracia; veo mi cabeza rodar entre las piernas del periodista americano. Y reconozco: sesenta mil muertos son una tragedia. Tal vez no caminemos sobre sus cuerpos todos los días, pero de algún modo, llevamos a los muertos sobre las espaldas. Los medios tienden al sensacionalismo, todos lo sabemos. La ciudad norteamericana promedio sabe poco o nada del resto del mundo, nadie lo duda, pero sesenta mil muertos son una vergüenza aquí y en China.

¿Y qué hacer ante semejante barbarie? La mayoría de nosotros no tenemos nada que ver con lo que pasa, y muchos hemos sido tan afortunados de ver la sangre derramada sólo en la televisión. Pero a nombre de las vidas perdidas inútilmente, todos tenemos la responsabilidad de alzar la voz y señalar a los culpables. Así que la enchilada dio paso a la indignación. Aún mantengo la esperanza de que el número de ciudadanos que exprese en las urnas su derecho a un país diferente sea tan apabullante, que haga palidecer las cifras que hoy nos definen ante el mundo. Ojalá lleguemos a ser un pueblo tan solidario con los que han visto caer a los suyos, que cualquier extranjero se ponga de pie. Tal vez algún día. Pero hasta ahora, el periodista americano no me ha respondido.

Popular in the Community

Close

What's Hot