Mi deuda con Oswaldo Payá

Yo era apenas una estudiante universitaria de 20 años, enamorada y apasionada del periodismo y de una tesis de grado sobre la iglesia católica cubana cuando conocí a Oswaldo Payá. Nunca podré olvidar el día que me concedió la entrevista. Nos encontramos en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, en pleno corazón de La Habana Vieja, y me quedé impactada de la luz, energía y valentía que emanaba de aquel hombre de sólo 40 años.
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OSWALDO PAYA, Cuban opposition leader, on flag texture with lettering, finished graphic
OSWALDO PAYA, Cuban opposition leader, on flag texture with lettering, finished graphic

Yo era apenas una estudiante universitaria de 20 años, enamorada y apasionada del periodismo y de una tesis de grado sobre la iglesia católica cubana cuando conocí a Oswaldo Payá. Nunca podré olvidar el día que me concedió la entrevista. Nos encontramos en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, en pleno corazón de La Habana Vieja, y me quedé impactada de la luz, energía y valentía que emanaba de aquel hombre de sólo 40 años.

Payá no tenía miedo a nada ni a nadie, defendía sus ideas con una pasión contagiosa y, casi se le salían del pecho las orgullosas razones de lo que en aquel momento empezaba a conocerse: el Movimiento Cristiano Liberación (MLC).

A través de amigos llegué a él, quienes convencidos de la seriedad con que trabajaba aquel proyecto estudiantil, no dudaron en hablarle de mí. Payá gentilmente ocupó una hora de su vida para conversar conmigo. Era una figura vetada en los medios de prensa de la isla, y la mayor parte de las entrevistas que concedía eran a periodistas extranjeros, radicados o de visita en La Habana.

Yo apenas conocía del MLC y en pocas palabras, Payá me explicó que el único propósito era enseñarle a los cubanos que se podía ser protagonista de nuestra propia historia, que no debíamos esperar a que ningún extranjero nos resolviera los problemas internos, y con un análisis impecable, veía las causas del fenómeno del miedo insular, del que todos éramos víctimas. Payá parecía ser uno de los pocos que tenía la medicina para aquel virus paralizante, que aún se mantiene.

Con absoluta claridad veía la desesperanza de los jóvenes cubanos y de las razones por las que emigraban. Tenía una especie de compasión por el sufrimiento oculto de los que en ese momento estábamos en la universidad.

En una especie de enfrentamiento con mi conciencia, Payá llegó a preguntarme, sin ningún rodeo, si yo me iría de Cuba al terminar mi carrera de periodismo. Como un vaso de agua helado, lanzado a la cara directamente, me quedé titubeando, con los ojos, asumo que en blanco, y en un acto, de ingenuidad, pero realmente de miedo, le dije que eso era casi imposible. La vida me desmintió tres años después.

En la boca de Payá siempre estaban las palabras luces, sombras y esperanza, y desde aquellos difíciles inicios de la década del 90 en Cuba, estaba absolutamente convencido que él haría la guerra desde adentro. El exilio nunca fue para él una opción.

Su vocación era regalar a otros esa convicción de que no se podía tener miedo, que como cubanos teníamos el derecho a cambiar lo que no nos gustara, y que como buenos ciudadanos teníamos también deberes.

Hizo historia en el movimiento de la disidencia cubana cuando logró recoger miles de firmas y entregar un documento a la Asamblea Nacional del Poder Popular proponiendo reformas sociales, económicas y políticas que requería la sociedad cubana, y que fue la columna vertebral del Proyecto Varela.

Con esos aciertos y errores, con esas luces y sombras, Payá nos llamaba a convertirnos en los arquitectos de nuestra propia esperanza.

Por muchas razones, que ahora no valen la pena explicar, aquella entrevista no llegó a formar parte de mi tesis de grado y se conservaba en la grabadora que me prestaba un amigo comunista venezolano que estudiaba en Cuba. Un buen día, ese supuesto amigo, me dijo que había borrado por error la entrevista con Payá.

La entrevista quedó transcrita en papeles amarillos a rayas, que con mi salida de Cuba, quedaron en mi cuarto de niña en la casa de mis abuelos. Por mucho que traté de recuperarla, absolutamente nadie, ni mi abuelo, que conocía a la perfección dónde guardaba cada uno de mis escritos, encontró la transcripción de mi conversación con Payá en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio.

Se perdió. Pero casi 25 años después yo casi podría reproducir cada palabra que me dijo. Payá se fue este domingo, en circunstancias confusas, y aparentemente víctima de un accidente de auto. Con él se fueron muchas palabras, pero dejó más, y un proyecto inconcluso, que ojalá alguien tenga el coraje de seguirlo.

Descansa en paz Oswaldo Payá Sardiñas.

Oswaldo Payá

Oswaldo Payá Sardiñas

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