Confesiones de baños de mujeres: 'Les boules d'amour'

Estoy convencida que nada como un baño para liberar a una mujer. Si es un baño con vapor mucho mejor, hay una especie de sofocación de pensamientos y emociones, en el que las mujeres lo cuentan todo.
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Estoy convencida de que nada como un baño para liberar a una mujer. Si es un baño con vapor mucho mejor. Hay una especie de sofocación de pensamientos y emociones, en el que las mujeres lo cuentan todo. Y sin ánimo de ponerse de ningún bando, si todos los días nos repetimos que los "hombres están difíciles", qué decir de nosotras las mujeres, aún cuando yo estoy más del lado feminista que de otro.

En los baños se habla de tristezas, de sueños, de infidelidades, de infertilidades, de frustraciones, de orgasmos fingidos, de tonterías, de divorcios y hasta de juguetes sexuales.

Confieso que los mejores guiones de televisión o cine pueden salir de estas historias contadas por "nosotras las mujeres normales" en un baño de un gimnasio o de un estudio de yoga. Nada como liberar el cerebro después de ejercitar el cuerpo.

Ella, con su acento bien castizo, españolísima, salía sudada hasta la médula de una clase de yoga de 90 minutos. Se desnudó en el baño del estudio dejando a exhibición su cuerpo depilado y, sobre todo, su sexo perfectamente pulido a la más exquisita perfección brasileña, especialmente con esa moda del 'Brazilian Wax'.

Cualquier hombre moriría por disfrutar de los más torneados cuerpos, capaces de soportar 90 minutos de yoga, pero sobre todo por escuchar lo que es capaz de confesar una mujer en esa media hora de ducha y arreglo.

Para no desviar la historia, la españolísima contó a su amiga -quien por cierto ya estaba muy americanizada pues hablaba Spanglish- que había engañado a un húngaro mucho menor que ella, y que lo hacía en venganza de todos los que se han burlado de ella y que, por consiguiente, le han sido infieles y la han hecho llorar y sufrir y patear en su soledad.

No era mala la españolísima, simplemente tenía el sentimiento de revancha, uno que nace hasta en la más inocente de las mujeres. El húngaro parecía un caballero: la recogió en la casa, le mandó un ramo de flores el día anterior, pero ella llegó a la fiesta y quedó embobada con otro jovenzuelo de marcado acento colombiano que la hipnotizó. El húngaro quedó aplastado en el desentendimiento y la indiferencia de la española.

A este punto puede llegar la venganza femenina. Mujeres que van por la vida devolviendo lo mismo que le han hecho en otro momento, tratando de no sufrir, tratando de ver a los hombres como "objetos", como "noche de diversión", pero al final esperando lo que todas quieren, o al menos siguen soñando: alguien quien las trate como princesas.

El húngaro quedó en la nada y la española volvió a su soledad pues el "tío guapísimo con sexy acento colombiano", después de esa noche no la llamó más, es más, ni siquiera le pidió su teléfono. Le volvieron a pagar con la misma moneda, y ella encontrará otro húngaro para desquitársela. El ciclo difícilmente acabará.

Pero la historia de Lucía es la más divertida de todas. Lucía hacía el amor por compromiso. Estaba extenuada hasta la médula del "aburrimiento de su marido". Todas las noches, él quería hacer lo mismo, por el mismo espacio de tiempo: entre cinco y ocho minutos, en la misma posición y con la maldita luz apagada. Ella, en realidad, no necesitaba ver nada, porque el panorama siempre era deprimentemente el mismo.

Lucía había colocado varias reglas en el refrigerador, y había impuesto -sin consentimiento de nadie- que en esa casa, el cuerpo de ella sólo era tocado los viernes y cuando los niños no tuvieran actividades en la mañana del sábado.

Conclusiones, el marido de Lucía sólo podía tener sexo con ella una vez al mes. Lucía iba a yoga porque había descubierto que tenía mejores orgasmos con las posiciones de balanceo que con el aburrido de su marido.

Pero un día, Lucía llegó radiante, entró al baño con una sonrisa de oreja a oreja, empapada de sudor, tal vez como siempre soñó si su marido fuera diferente. Lucía había descubierto las 'Boules d'amour'. Ella lo decía en francés, pero eran unas simples bolas que ahora se insertaba en la vagina.

Lucía no sólo había descubierto que había tenido una regresión a la infancia, cuando en las clases de ballet le mandaban a contraer el abdomen y ella contraía tanto que llegaba hasta la vagina, sino también que aprendió que las 'Boules d'amour' eran una tradición milenaria, practicada por mujeres decididas a mantener con vida cada fracción del cuerpo.

Para Lucía la estabilidad emocional y financiera que le proporciona su "aburrido marido" es muy importante. Quién sabe qué pasaría si lo incorpora a que la ayude a la práctica con las 'Boules d'amour'.

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