La mujer que hacía el amor con Inmigración

Cada vez que ellos lograban pasar la entrevista para la residencia con Inmigración, María Soledad tenía los mejores orgasmos de su vida. Nunca se había comprado un traje de novia, no había tenido una despedida de soltera, ni un pastel de boda y mucho menos una "wedding planner".
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hiraniacouple300

Cada vez que lograban pasar la entrevista para la residencia con Inmigración, María Soledad tenía los mejores orgasmos de su vida. Nunca se había comprado un traje de novia, no había tenido una despedida de soltera, ni un pastel de boda y mucho menos una "wedding planner". Ella era su propia "immigration wedding coordinator". Era su especialidad y nunca necesitó de un abogado. María Soledad se enamoraba perdidamente de extranjeros que llegaban a Estados Unidos, por supuesto con situación migratoria por definir.

Eso sí: el amor, la entrega, la "vocación por rescatar" era hasta la médula. En tres entrevistas con Inmigración nunca nadie le cuestionó nada, ni siquiera a un oficial le pudo pasar por la cabeza que ella hacía fraude o mucho menos negocio.

María Soledad era limpia de alma, corazón y, sobre todo con una voluntad titánica para enfrentar el papeleo que implicaba ser la vía segura y rápida para que un extranjero recibiera la residencia en Estados Unidos.

En tres entrevistas de inmigración a las que María Soledad asistió nunca le pidieron álbumes de fotos, ni siquiera los colocaban en habitaciones diferentes para preguntarles de qué color era la ropa interior de su marido en la última Navidad. A María Soledad le preguntaban cómo él se integraba a su vida, cómo podía lidiar con su carrera si un esposo era chef y él otro buceaba -hay que aclarar que éste último lo hacía por necesidad, porque su verdadera vocación eran las finanzas. Del tercer marido... mejor no hablar.

María Soledad respetaba tanto a Inmigración que jamás por su cabeza pasó un engaño y por eso salía victoriosa de cada "residencia otorgada". Llegó un momento que en su casa tuvo que archivar las historias de amor por número de expediente otorgado en Inmigración, por supuesto, con sus correspondientes fechas de casamiento y divorcio, porque ante tanto papeleo se le olvidaban esos detalles.

Inmigración, María Soledad y la sexualidad tenían mucho en común. Una vez otorgada la residencia, María Soledad se quedaba sin reto, y por consiguiente el deseo sexual comenzaba a disminuir porque hacía falta algo que superara la simple y difícil convivencia del diario vivir.

Un día comprendió que tenía una gran codependencia, una enorme necesidad, que llegaba hasta el placer, de rescatar a personas que necesitaban de ella, aunque fuera en el simple hecho de otorgar papeles de inmigración.

María Soledad nunca lucró con la realidad externa a su alma. Lucró con el propio engaño a su corazón y se hacía daño. Sufría las idas, las pérdidas, las recogidas de recuerdos, los momentos que tenían que ser guardados bajo llave, aunque siempre convencida, que nunca ninguno la quiso por "los papeles". María Soledad fue amada y amaba, pero en el camino fallaba algo. Respuestas que aún le implican psicoanálisis.

En un acto de madurez, María Soledad se prometió a ella misma y a sus amigas -quienes la conocían tan bien, que sabían cuándo había ido a la última entrevista de Inmigración- que el próximo en su vida sería un petrolero de Texas, sin necesidad del Servicio de Inmigración, es más, que ni siquiera tuviera idea de cómo era una tarjeta de residencia, y si no tenía pasaporte, mejor aún.

Digamos que no fue un petrolero, pero alguién nativo. Era alto, guapo, tan rosa su piel, que simplemente no podía ser más criollo. Nunca había ido a Europa, aunque sí tenía pasaporte porque amaba las playas caribeñas y se escapaba cada vez que quería porque el dinero no era problema.

Entender un acento extranjero le costaba, pero el nativo también venía con necesidad de rescate. La diferencia ahora es que María Soledad ya está aprendiendo a no ser anzuelo para más nadie. Está luchando con su vicio de la codependencia.

Buena suerte a María Soledad.

En el momento de escribir esta columna María Soledad asiste a talleres de Codependientes Anónimos.

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