En el Mes de la Masturbación: Tributo a Piedad

Piedad no se conocía. Mientras las estadísticas hablan de 3 a 4 orgasmos a la semana producidos en mujeres por la masturbación, Piedad tenía anulada esa parte de su cuerpo. Nunca tenía tiempo para verse el clítoris, y mucho menos para sentirlo.No le importaba lo que había escuchado de los expertos en salud, defendiendo la masturbación como una vía de disminuir la depresión, el estrés y aumentar la autoestima. Piedad no tenía ni un domingo para el clítoris. Nunca lo había puesto en su calendario.
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Piedad no se conocía. Mientras las estadísticas hablan de 3 a 4 orgasmos a la semana producidos en mujeres por la masturbación, Piedad tenía anulada esa parte de su cuerpo. Nunca tenía tiempo para verse el clítoris, y mucho menos para sentirlo.

No le importaba lo que había escuchado de los expertos en salud, defendiendo la masturbación como una vía de disminuir la depresión, el estrés y aumentar la autoestima. Piedad no tenía ni un domingo para el clítoris. Nunca lo había puesto en su calendario.

Después de muchos años, Piedad descubrió que la razón por la que no se masturbaba era por culpa de un zapatero, que le hacía el calzado a la medida cuando era niña. Nunca pensó, interiorizó, y mucho menos contó, que esa era la causa por la que había paralizado y enajenado esa parte de su cuerpo.

El zapatero le tocó un día una de sus inocentes piernas y subió, casi hasta su sexo, en una milésima de segundo, suficiente para dejarla marcada de por vida. Ella nunca lo contó hasta muchos años después que reconoció que había sido violada. Literalmente violada en un fracción de segundo y en presencia de todos. Piedad guardaba muy bien su secreto, su estigma de pensar que NO. La negación de lo inevitable. El sentido de culpa arrastrado de por vida y la educación castrante de un catolicismo enmarcado en que todo lo que tiene que ver con sexo es malo.

Pero como nunca es tarde para empezar, Piedad se liberó casi de la noche a la mañana y comenzó un noviazgo con su clítoris. El más romántico de los romances, la más dulce y comprometedora complicidad. Un clítoris sin consentir es la frustración más grande que puede vivir una mujer.

Piedad tenía muy buenas amigas y todas tenían unas coloridas y divertidas relaciones de satisfacción con sus correspondientes clítoris. Una consentía a su clítoris con una carísima máquina de dar masajes después de una cirugía estética. La máquina tenía como función primordial succionar y desbaratar posible grasa acumulada en el abdomen, pero nunca la amiga la usó para esos menesteres. Por casualidad y accidente, la succionadora de la máquina tocó el clitoris y allí comenzó a ser desvirtuada en la totalidad de sus funciones. La amiga dormía con su novio y con la máquina, justo al lado de su libro preferido de noche. Y todos eran felices. La máquina nunca era desplazada y el clítoris le vivía eternamente agradecido.

Otra amiga, recurría a la tecnología y se grababa videos en el gadget de moda en un verdadero acto de placer. Nunca su pareja estuvo más contento que viendo a su mujer supremamente complacida en el maravilloso acto de descubrirse. Era un clítoris muy tecnológico.

Otra amiga tenía Honoris Causa en masturbación con un doctorado en cuanto juguete sexual salía al mercado y era su verdadero secreto de un matrimonio de casi 20 años. El clítoris era consentido en familia. Un clitoris familiar es lo máximo: vivía valores, se sentía apreciado en toda la extensión de la palabra.

Conclusiones. Hay que conocerse el clítoris. Hay que vivirlo, protagonizarlo. Hay que ser feliz y tener tiempo para el clítoris. Piedad es una mujer felizmente complacida. ¡Feliz Mes de la Masturbación!

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