Malala: la dicha de no llevarse el Nobel de la Paz

Yo creo que Malala tiene demasiado sobre sus espaldas. A los 14 años, la vida la empujo a que entrara de la forma más violenta a la fama, al peso de ser héroe. Malala no era libre, pero era feliz, aunque el mismo octubre en que le dispararon a la cabeza ella se debatía entre la duda de si podría volver a clases o no. Malala era feliz luchando por su causa, por los derechos de otras niñas en Paquistán.
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Malala Yousafzai tiene demasiado sobre sus espaldas. A los 14 años, la vida la empujo a que entrara de la forma más violenta a la fama, al peso de ser héroe.

Malala no era libre, pero era feliz, aunque el mismo octubre en que le dispararon a la cabeza ella se debatía entre la duda de si podría volver a clases o no.

Malala era feliz luchando por su causa, por los derechos de otras niñas en Pakistán. Ahora su felicidad se ha tornado compleja porque su vida tiene demasiada logística para sus 16 años.

Al final del día, cuando se apagan las luces, cuando la prensa deja de preguntar, cuando dejan de pedirle autógrafos, reaparece la niña en su propio mundo interior, con los mismos conflictos de cualquier adolescente de su edad. Con los mismos riesgos y privilegios que implica la exposición a la fama.

Lo mejor de su historia, y que sigue siendo su columna vertical, es que ella con su blog no tenía idea de cuánto hacía por tantas otras voces silentes. Ese es el gran sentido inspiracional de Malala.

Cuando escribía su blog en la humildad de su casa, Malala era feliz viendo los ríos, los paisajes en el valle del río Swat. Allí estaba y está su esencia, allí está su raíz más profunda, en medio de la amenaza y del riesgo que implica enfrentarse a los talibanes que prohíben la asistencia de las niñas a la escuela.

Hoy vive en Inglaterra con su familia bajo la más extrema seguridad. Le dan premios, reconocimientos, la invitan a todos lados y Malala con sus 16 años se ha tenido que convertir en mujer.

Cada día se despierta con más amenazas de muerte que cuando un desconocido se subió a su destartalado autobús escolar preguntando por ella para dispararle con mano temblorosa y afortunadamente no privarla de la vida.

Con lo que no contaban los talibanes era que Malala podría sobrevivir y multiplicarse ella misma en cien Malalas más.

Malala lucha por la libertad de otros. Malala está consiguiendo la atención, el apoyo que necesitan tantas mujeres musulmanas, hundidas en la peor de las sombras, pero ha perdido una parte importante de su propia libertad, porque su vida - por el momento - ya no le pertenece. Casi todos - unos por bien, otros por mal - quieren un pedacito de ella.

Contrario a lo que muchos piensan, creo que el no haberle dado el Premio Nobel de la Paz fue un respiro para Malala.

Ya ella tiene la plataforma que se requiere para pelear. No la perderá porque además tiene inteligencia y, sobre todo, carisma.

El Premio Nobel de la Paz tuvo un justo lugar: una organización que necesita los reflectores y el apoyo económico para seguir luchando por una causa necesaria, humana y con miles de víctimas silentes cada día resultado del uso de armas químicas.

La Organización para la Prohibición de las Armas Químicas necesitaba ese premio porque esa lucha contra la más salvaje forma de ataque al ser humano no se puede detener, porque es impensable y repugnante que en la medida que se supone que progresemos se recurra al exterminio por el uso de armas químicas.

Para Malala el camino apenas comienza y tiene el apoyo, aunque necesite más tiempo para ella. El Nobel fue a un justo lugar, aunque tengamos más de un ejemplo de equivocaciones con el premio... ni siquiera hay que ir muy lejos: pregunten en Washington.

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