Jenni Rivera: Una rebelde en la Casa del Migrante

Jenni Rivera era rebelde hasta para hacer un show de televisión. Tenía una habilidad para no temer, para ser frontal. Era de esas pocas artistas a quienes no había que explicarles qué hacer porque ella rompía cualquier libreto, cualquier esquema. Odiaba que la programaran, pero a la vez era disciplinada.
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Una admiradora de Jenny Rivera enciende una bela en la Basílica de Guadalupe en Monterrey, México, el lunes 10 de diciembre de 2012. Los presuntos restos de Rivera serán sometidos a pruebas de ADN, informaron autoridades el martes 11 de diciembre de 2012. (Foto AP/Hans Maximo Musielik)
Una admiradora de Jenny Rivera enciende una bela en la Basílica de Guadalupe en Monterrey, México, el lunes 10 de diciembre de 2012. Los presuntos restos de Rivera serán sometidos a pruebas de ADN, informaron autoridades el martes 11 de diciembre de 2012. (Foto AP/Hans Maximo Musielik)

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Jenni Rivera era rebelde hasta para hacer un show de televisión. Tenía una habilidad para no temer, para ser frontal. Era de esas pocas artistas a quienes no había que explicarles qué hacer porque ella rompía cualquier libreto y esquema. Odiaba que la programaran, pero a la vez era disciplinada.

Hace poco más de una década había que convencer a los productores de la mayoría de los shows televisión, de quién era la hermana de Lupillo Rivera -quien era la estrella en ese momento- y por qué tenía seguidores en el mundo del género grupero.

Una de las primeras veces que asistió al programa Sábado Gigante, de Univision, la artista sentía que vivía un sueño, y tenía hasta un cierto miedo, timidez ante lo que le representaba a ella y a su familia la figura de Mario Kreutzberger, más conocido como Don Francisco.

Como era normal en el programa, más si se trataba de una edición en vivo, se repasaba el libreto con el artista antes de salir al escenario, especialmente si no era muy conocido. Pero Jenni Rivera parecía que no necesitaba repasar su vida. Se la sabía de memoria y no tenía intenciones de ocultar o maquillar nada de lo que había vivido, fuera bueno o malo.

"Mija yo no necesito aprenderme libretos", fue la respuesta que me dio cuando traté de ensayarle o prevenirle cuál era la posible conversación que tendría con Don Francisco en pleno show en vivo. Honestamente, su respuesta me molestó un poco, pero nunca nadie supo que ella salió al escenario con lo que mejor tenía: su autenticidad. La misma que le provocaba amigos y enemigos.

Pasó de convencer de por qué habría que tener en un show a una artista como Jenni Rivera a ser una de las figuras que subía ratings y con la que los diálogos fluían sin problema. Lo mismo hablaba de sus divorcios que de los problemas con sus hijos o de que llegó un momento en que no tenía para comer. Todo lo decía y lo hacía sin las más mínima intención de ser una víctima.

Pero lo que desplomaba a la rebelde, a la mujer que no le gustaban las conversaciones ensayadas, eran los niños.

Cuando el proyecto del disco de Don Francisco con los principales artistas del género grupero fue Jenni Rivera la que más se sensibilizó con los niños y las madres que quedaban a la suerte de Dios en la Casa del Migrante y de la Madre Assunta, en Tijuana, en el intento de cruzar la frontera hacia Estados Unidos.

Jenni llegó a llorar, no una, sino muchas veces ante las cámaras cada vez que recordaba a los niños de la Casa del Migrante y de la Madre Assunta. De alguna manera, ella se veía reflejada en cada una de aquellas historias. Sentía un gran respeto por los "paisanos", como siempre decía, que no importara qué se arriesgaban en la peligrosa frontera.

Las regalías del disco de Don Francisco estaban destinadas a esas instituciones, pero Jenni Rivera abrió más de una vez su cartera y se desprendía con una facilidad admirable de su dinero. Tenía amigos, tenía enemigos, pero casi todos reconocían su desprendimiento y su sensibilidad ante la pobreza y el desamparo.

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