El día en que la diabetes cambió la vida de mi niña

Una historia de cambio, de aceptación, de duras pruebas y de comprobar que la vida nos ha cambiado. La diabetes no es una enfermedad, pero es una condición seria.
This post was published on the now-closed HuffPost Contributor platform. Contributors control their own work and posted freely to our site. If you need to flag this entry as abusive, send us an email.

La mayor parte de las veces pienso que lo que me sucede a nivel personal debe quedarse en mi intimidad pues a pocos les importa. Abro ese mundo con mi gente más cercana. Pero esta vez siento un deber, y aunque sean dos mamás las que lean este blog, ya habré empezado, de manera muy modesta, a ayudar a otras madres, que ojalá no tengan que enfrentar la experiencia que mi hija y yo vivimos.

Hacía más de un mes que mi niña de ocho años tenía los síntomas de la diabetes tipo 1. Por supuesto, yo no tenía idea de cómo eran.

La llevé dos veces al doctor y fue mal diagnosticada: primero me dijeron que era impétigo, una infección en la piel; y después que tenía una severa gastroenteritis.

Mi hija empezó a perder la lozanía de su piel, el color rosa de su cara, bebía agua todo el tiempo y orinaba en la misma medida, sus ojos parecían perdidos, las irritaciones en la piel afloraban hasta en sus partes íntimas, empezó a desorientarse en la mirada y se inició una fase más dramática con la pérdida de peso.

A pesar de todo esto, yo seguía dando el voto de confianza a sus médicos y al servicio de urgencias de un prestigioso hospital en Miami. Le suministraba las medicinas que le habían recetado para los supuestos diagnósticos. Pero mi hija no mejoraba. Todo lo contrario.

La noche antes de la "gran crisis" fuimos al teatro. Ambas no podíamos estar más frustradas. Cada 10 minutos pedía ir al baño e interrumpía a todos los que estaban sentados en el espectáculo, quienes nos miraban con la peor de sus caras. Fue tal mi enojo que le aseguré que era la última vez que la llevaba a ver una obra porque ella no podía seguir los protocolos y se comportaba como una bebé.

Yo seguía sin ver los síntomas, ni siquiera los imaginaba porque, hasta donde tengo conocimiento, en mi familia no había diabéticos.

El día en que mi niña de ocho años no pudo más, ya sus niveles de azúcar en la sangre estaban en más de 600mg/dl. Nunca pudimos salir del servicio de urgencias porque nos cayeron encima un montón de doctores y de ahí fue una historia de cambio, de aceptación, de duras pruebas y de comprobar que la vida nos había cambiado. La diabetes no es una enfermedad, pero es una condición seria.

Todo es muy reciente. Ni siquiera los doctores han podido encontrar las dosis correctas de insulina, que se debe aplicar, al menos cuatro veces por día, con los correspondientes otros pinchazos para chequear el azúcar.

A pesar de que los doctores, amigos, conocidos nos dicen, en un gesto de optimismo y buena voluntad, que mi niña llevará una vida normal, todos sabemos que esa normalidad tiene matices, responsabilidad, disciplina... y está bien, lo entendemos.

Es y será normal dentro de lo anormal, pero hay que enfrentar el reto porque no hay otra opción y porque no hay pruebas en nuestras vidas que no traigan algo bueno. Confiamos en la ciencia y en que podamos celebrar en un par de años que habrá una cura para la diabetes tipo 1.

Tengo un infinito agradecimiento por la madurez con la que mi pequeña niña enfrenta este nuevo capítulo, por tener un trabajo que me permite cuidar de ella y me ofrece la estabilidad financiera y emocional que necesito ahora más que nunca, por mis jefes que me entienden y apoyan, por todos mis compañeros de trabajo y por los amigos que han puesto sus hombros para que llore y para que tome fuerzas para enfrentar el camino que es largo, más no imposible, y que será divertido.

El camino será muy dulce aunque tengamos que contar cada gramo de carbohidrato.

A continuación un fragmento del diario que comenzó mi hija después del diagnóstico:

diabetes

Relacionado en HuffPost Voces:

Diabetes

Close

What's Hot