Ayer un hombre se puso su uniforme militar, tal vez despidió a sus hijos para el colegio, sin imaginar que sería su último día de vida. Quizás, a la misma hora, otros dos robaban una camioneta, se disfrazaban de mujer, e iban a una operación irracional a los ojos de cualquier persona con sentido común: tratar de burlar la seguridad de las instalaciones de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA, por sus siglas en inglés).
El protocolo de seguridad -como le llaman los expertos- funcionó. Los dos sospechosos no pudieron completar su objetivo -hasta el momento no confirmado- de penetrar una de las entradas de la NSA. Pero el costo fue alto. El oficial que esa mañana se despidió de su familia murió; también uno de los atacantes, vestido de mujer, fue abatido a tiros.
Nos percatamos de lo vulnerables que somos. Basta que alguien, motivado por odios políticos, fanatismos religiosos, deseos de protagonismo, frustraciones sexuales, incongruencias mentales, decida ejecutar un acto sin sentido y llevarse por delante la vida de personas inocentes.
Entrar a los edificios federales estadounidenses puede ser más fácil que lo que uno se imagina. Solo basta probar cuán locos estamos para desafiar las barreras de seguridad, burlar el peligro y hasta perder la vida.
Cada evento es diferente el uno del otro. Hasta el momento, el incidente de este lunes en la NSA no parece vincularse con motivaciones terroristas. Y aunque esta explicación pareciera tranquilizar a la gente, el daño está hecho.
Por supuesto, el daño hubiera sido mucho mayor, y de proporciones trágicas, si los sospechosos hubieran completado un endiablado plan en un lugar como Fort Meade, donde trabajan más de 40 mil personas y donde hay alrededor de 29 mil civiles que van allí a realizar un trabajo más y a ganarse el sustento para su familia.
La NSA ocupa un vasto territorio entre Baltimore y Washington. Es como una ciudad expuesta a un milimétrico nivel de vigilancia. En las mañanas el tráfico es casi imposible en la zona porque son muchos los trabajadores que acceden a esta instalación, son muchas las vidas que podrían verse afectadas si un loco - o como quiera llamársele- decide ejecutar un plan maquiavélico.
Ayer fue en la NSA, pero desde hace dos años la Casa Blanca ha estado expuesta a violaciones constantes de los "protocolos de seguridad", colocando mancha tras mancha en la reputación del Servicio Secreto.
Cada incidente deja un sabor de amargura porque hay un desapego a la vida por quienes ejecutan estas acciones. ¿Qué nos queda cómo ciudadanos de a pie? ¿A qué nos aferramos cuando no sabemos si regresaremos a casa?
Mira el video del tiroteo en las instalaciones de la NSA este lunes 30 de marzo: