La cosa más tonta que les he dicho a mis hijas. En serio.

Una de las burradas más grandes que he hecho como padre (que yo sepa, por lo menos), se dio en la forma de un secreto susurrado al oído de mi hija de seis años.
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Una de las burradas más grandes que he hecho como padre (que yo sepa, por lo menos), se dio en la forma de un secreto susurrado al oído de mi hija de seis años. Sus pupilas se dilataron de emoción cuando lo dije, y sus ojos azules se pusieron tan fuertes como el color del cielo de aquella tarde cualquiera.

"¿Es verdad?", me preguntó, incrédula.

"Si, mi'ja", le contesté. "Eres mi favorita".

Aunque esas tres palabras la llenaron de felicidad, me dejaron un sabor de boca similar al de mascar un grano de café. Quizás porque alcanzaba a ver a mis otras dos hijas en la sala viendo televisión, y sabía que no tenían la menor idea de que su padre se estaba confesando con otra niña.

Unas semanas antes escuché una entrevista en la radio de una mujer comediante cuyo padre fallecido les había dejado una carta a sus hijas. El padre terminaba su correspondencia diciéndole a cada una de ellas que era su favorita y les pedía que por favor no les dijeran a las otras. Un tiempo después de su muerte, y platicando entre ellas, descubrieron que su padre les había escrito lo mismo a todas.

Pensé que sería buena idea hacer algo similar, para hacerlas sentir especial a todas, aunque en realidad no tengo favoritas. A todas las quiero con la misma intensidad, aunque quizá de una forma distinta según sus personalidades.

Sin embargo, eso no me impidió que lo intentara. Las hice jurar que no se lo dirían a las otras. Les lastimarás sus sentimientos si algún día llegaran a saberlo, les dije, por lo que es mejor que nunca lo sepan.

Ellas se la creyeron con facilidad. Finalmente ¿A quién no le gusta escuchar que uno es el favorito de alguien?

Sin embargo, mi plan rápidamente se fue de grandioso a estúpido. No sé quién fue más inocente: ellas por creerse cualquier cosa que le dice papá, o el papá que pensó que las niñas sabían mantener un secreto.

Pronto empecé a escuchar cómo una le decía la otra que ella era la favorita y me llamaban para confirmarlo. De repente las tres comenzaron a reclamarme al mismo tiempo, como al chico que se le juntaron tres novias en un restaurante.

A veces me pregunto cuántas veces la he regado como padre. Qué cosas les he dicho (o qué no les he dicho) que nunca olvidarán, para bien o para mal. Mi temor es que algún día hagan algo malo y cuando les pregunte por qué lo hicieron hagan referencia a algo que les dije años antes.

Si quieres conocer las imperfecciones del ser humano en toda su plenitud, hazte papá o mamá. Ahí es donde sale lo mejor y lo peor de nosotros.

He escuchado a padres decirles a sus hijos que están gordos en forma de crítica, como si eso bastara para que el niño adelgace, sin darse cuenta del daño que les hacen a sus hijos. También escuché a una madre comparar a un hermano con otro, elevando la autoestima de uno, y destrozando la del otro.

Les gritamos a los niños, les decimos que nos dejen en paz, que se vayan a otro lado y a veces hasta los insultamos. Perdemos la paciencia cuando les decimos "no" 40 mil veces, o cuando explotamos porque sus gritos o juegos nos impiden pensar.

Nuestras palabras tienen la capacidad de lastimar o confundir a los pequeños e incluso marcarlos de por vida. Un juego tonto como el mío de escoger favoritas podría hacer sentir inferior a una de ellas. Uno como padre siempre está sobre un escenario, bajo observación permanente. Cada cosa que hacemos, cada cosa que decimos es el blanco de los ojos curiosos de nuestra gente chiquita.

Eso de tener favoritos fue una tontada de mi parte, aunque mi intención era buena. La última vez que le dije a una de ellas que era mi favorita me contestó "eso le dices a todas".

El otro día una de ellas me preguntó ante todas quién era mi favorita.

Esta vez contesté sin titubeo: "el perro".

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