Senado: ni guerra nuclear ni amor eterno

Del resultado de las rencillas, disputas, peleas, debates, conversaciones, negociaciones y forcejeos depende el funcionamiento de Washington. Al menos en los próximos tres años y medio.
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reid mccain

A primera vista, el debate y acuerdo en el seno del Senado sobre los procedimientos de votación parece algo ajeno al interés público, sesudo, aburrido, académico, histórico y en última instancia carente de importancia.

Todo ello es cierto, menos lo último. Es importante.

Hablamos del filibusterismo, o la práctica de obstrucción parlamentaria, una regla interna del Senado que requiere, para intrrumpir un debate y proceder a la votación, el apoyo de 60 de los 100 miembros. Aunque la votación se decida por mayoría simple de los presentes.

Es importante, porque del resultado de esas rencillas, disputas, peleas, debates, conversaciones, negociaciones y forcejeos depende el funcionamiento de Washington. Al menos en los próximos tres años y medio.

Es decir, en lo que le resta a la administración del Presidente Barack Obama.

Entonces, primero, las noticias: frente a la advertencia del líder demócrata del Senado Harry Reid de que haría anular el filibusterismo porque está cansado de que el Senado no haga nada, 98 senadores se reunieron este martes a puertas cerradas durante 4 horas y con el auspicio del republicano John McCain llegaron a un acuerdo: los republicanos permitirán que la mayoría decida aprobar ciertos nombramientos (menos dos), pero retendrán su derecho al filibusterismo en el futuro. Los demócratas no anularán la práctica ahora pero podrán hacerlo en el futuro.

Y para sellar su acuerdo con el beso de los números, el Senado aprobó por 71 a 29 (con el apoyo de 17 republicanos) proceder a votar sobre el nombramiento de Richard Cordray como próximo director de la Oficina de Protección Financiera al Consumidor. Y después, Cordray fue aprobado por 66 a 34. Cordray esperó dos años a este voto

Desde hace dos siglos, esta regla de la Cámara Alta, concebida por respeto a la minoría, simbolizó el reparto del poder de facto entre los senadores.

El "filibuster" da privilegios a aquellos que, antes de una votación, quieren aprovechar la oportunidad para convencer a los otros parlamentarios.

Es aún más importante en cuestiones donde se requiere la aprobación de únicamente el Senado (y no la Cámara de Representantes) como por ejemplo en el nombramiento de nuevos funcionarios ejecutivos.

Ahora: en el pasado la obstrucción consistía en que los senadores de hecho, en persona, físicamente se quedaban hablando durante hora tras hora, y para bajarlos del estrado se necesitaban 60 votos.

Como en la película Mr. Smith Goes to Washington. O como en la Legislatura de Texas, en donde el mes pasado la senadora demócrata Wendy Davis habló, parada, sin poder ir al baño, durante 11 horas para que no se vote y apruebe una ley contra el aborto (que finalmente sí se aprobó).

Pero en el Senado de hoy, ya no es necesaria la obstrucción misma. Alcanza con que un sólo senador declare que tiene la intención de ejercer el filibusterismo para que se requieran 60 votos. No tiene que hablar 11 horas. Ni 11 minutos.

Ahora bien: antes, el filibusterismo era remoto. Escaso, raro, poco frecuente.

Por ejemplo, cuando Lyndon Johnson era líder del Senado, se usó una sola vez. Pero desde 2007, los republicanos lo han usado 420 veces.

Lo que era una herramienta para preservar el derecho de la minoría se convirtió así en la tiranía de una minoría. Exactamente en lo que la Constitución tanto hizo para prevenir.

En el Senado, entonces, ya no existe el voto de la mayoría. Todo esto, a causa de la decisión del Partido Republicano, desde 2008, de oponerse a todo lo que proponga el presidente Obama.

Pero he aquí lo más absurdo:

Para cambiar las reglas que permiten el filibusterismo... se necesita una mayoría simple. No rige para ello la necesidad de una supermayoría si quien propone el cambio de manera extraordinaria es el Presidente del Senado.

Quien, según la Constitución, es el Vicepresidente de Estados Unidos. Hoy, el demócrata Joe Biden.

Es decir, los demócratas, que junto con tres independientes tienen 55 de los 100 escaños, pueden decidir cuando quieran terminar con esta costumbre antes juiciosa y hoy caduca.

Pero no lo hacen. O al menos, no lo han hecho hasta ahora. ¿Por qué?

Porque saben que, en el supuesto caso que en las próximas elecciones pierdan la actual mayoría, la tortilla se volverá contra ellos. De hecho, en 2005 los republicanos, entonces en la mayoría, intentaron anular el filibusterismo. Al final, no lo hicieron. Lo dicho: es cuestión de conveniencia mutua. Yo te cuido y tú me cuidas.

Pero la naturaleza del filibusterismo funciona solamente si la oposición no lo exagera. O, como lo dijo el generalmente parco senador Reid, "me hicieron comer m...". Llega el momento de la eclosión. Se termina la paciencia. Y cuando ya no se puede más y están a un centímetro de anular el filibusterismo, se reúnen a puertas cerradas y postergan el desenlace.

Hasta la próxima vuelta.

Del acuerdo de este martes se beneficiarán, entre otros, Thomas Pérez, nombrado por Obama para secretario de Trabajo, en reemplazo de Hilda Solís.

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